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El fin del bazar indio 'de los walkman autoreverse' de Málaga visto por Rakesh Narwani, hijo de los dueños

Bhagwan y Manju Narwani, en la puerta del bazar

Néstor Cenizo

Málaga —

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El 27 de febrero de 2018, Paco bajó por última vez la persiana de uno de los negocios más señeros de la muy céntrica y malagueña calle Carretería, donde llevaba 35 años vendiendo walkmans y relojes. Otro comercio tradicional perdido, como se perdieron Doña Mariquita, Candilejas, recientemente el Central, y tantos otros. Aquella tarde, él y su familia hicieron una ceremonia íntima para despedirse del local, y su hijo lo grabó en vídeo. La escena sirve de cierre a El bazar de mis padres, el homenaje de Rakesh Narwani a su madre, Manju, y a su padre, Paco para los clientes o Bhagwan, oficialmente. Entre los dos levantaron un negocio con el que solo pudo la irresistible marea del alza de precios en el centro de Málaga, impulsada por el desarrollo de los negocios y apartamentos turísticos.

El documental, que se presentó en la pasada edición del Festival de Málaga y ha sido seleccionado para participar en el BlackStar de Filadelfia el próximo agosto, funciona como una reflexión sobre la identidad en un doble plano. El personal atañe a la familia Narwani. El colectivo, a la ciudad de Málaga, cuyo Centro Histórico ha vivido en la última década un acelerado proceso de turistificación que ha dejado víctimas en el camino (vecinos insomnes, negocios tradicionales clausurados, malagueños expulsados) y un paisaje irreconocible de un mes a otro.

“Para nosotros fue como la pérdida abrupta de un ser querido. El negocio funcionó hasta el último día, pero de repente te tienes que ir, aunque lleves 40 años”, recuerda Narwani, inmigrante de segunda generación, pero malagueño por los cuatro costados.

La casualidad ha querido que la entrevista se celebre en la terraza del Mesón Aguilar, sobre la que cuelga un cartelón: “El Perchel no se vende”. Es una llamada a los vecinos a defender el barrio frente a la promotora inmobiliaria que pretende zanjar ya sus contratos de arrendamiento, algunos de más de 30 años, para levantar apartamentos turísticos.

El bazar, el sueño de una vida

El caso de El Perchel recuerda al que hace cuatro años vivieron él y sus padres en primera persona. De un día para otro, el propietario les exigió una renta de 2.500 euros mensuales. También recurrió a indisimuladas técnicas de acoso inmobiliario, como adelantar la obra que había proyectado. “Tapió una parte de la tienda, que se iba haciendo más pequeña. La tierra caía, había plásticos, un andamio, ruidos… En la práctica, nos estaba echando”, dice Narwani, que negoció entonces el plazo de salida. Apenas cuatro meses para liquidar toda la mercancía, un patrimonio de 20 o 30.000 euros que, para estos comerciantes, suele ser su garantía de jubilación, siempre que no acabe en un trastero.

Aquellos días regresaron viejos clientes, muchos también expulsados del centro. Ayudó la difusión de la noticia en los medios locales y la popularidad del negocio, ganada a pulso durante décadas. También los descuentos, claro, con relojes Casio “a precio de costo”, como se leía en un cartel. “No es lo mismo 9,99 que 10”, dicen en la película. Los sindi llevan el comercio en las venas. Proceden de los márgenes del río Indo, y en 1947 muchos se marcharon cuando su provincia quedó integrada en el nuevo Pakistán. De aquella diáspora procede también la familia de Rakesh. Su padre emigró primero a Ceuta, y allí esperó para reunirse con su madre, a la que enviaba casetes contándole cómo era la ciudad.

El cierre del Bazar Kirpa abrió los ojos a Rakesh. Había celebrado alguna que otra boda tradicional y viajado a India, pero entendió que allí era un extranjero. “Casi todo lo que significa India para mí ha estado siempre entre las paredes de esa tienda”, dice en el documental.

El joven registró con su cámara esos cuatro meses: el drama de sus padres cuando asumen que el final está a la vuelta de la esquina, el esfuerzo por liquidar la mercancía, el recuerdo de una vida en la tienda, también la suya. Su padre reparaba relojes mientras su madre revisaba las facturas. “Yo ponía las pilas tras el mostrador y era tan pequeño que la gente ni me veía”, recuerda. Su primer sueldo fueron las mil pesetas que le dieron por vender un walkman Sony autoreverse y todavía hay quien le dice, muy en serio, que aquel bazar fue la ventana a la revolución tecnológica en Málaga.

En todo caso, fue el sueño de sus padres que él no continuó. “Entendí lo que significaba la tienda para ellos. El documental es una especie de carta de disculpa hacia mis padres”.

Un barrio transformado en escaparate turístico

Además de la peripecia familiar, El Bazar de mis padres refleja con nitidez la deriva de un barrio, el Centro Histórico de Málaga, transformado a marchas forzadas en escaparate turístico. Ni un bazar, paradigma del escaparatismo, resistió el envite. “Yo creo que la ciudad se está transformando muy rápido. Que no haya espacios tradicionales hace que pierdas el ancla con el pasado. Si voy por la ciudad y todo es nuevo, me resulta hostil, porque no conozco nada de lo que está pasando. Todo depende del capital, el negocio y la venta masiva”, opina Narwani.

Los vecinos del Centro llevan años alertando de que el ruido, los patinetes, las despedidas de soltero y la sustitución de los comercios de cercanía por franquicias de moda o helados los está echando de sus casas. Es la punta del iceberg. La ciudad sufre un proceso de “gentrificación a gran escala” movido por “el traslado de un número considerable de población residente hacia el área metropolitana de Málaga”. El motivo es “el continuo aumento de los precios de la vivienda, tanto en compra como en alquiler”, según un reciente informe del Observatorio de Medio Ambiente Urbano, dependiente del propio Ayuntamiento.

Tarde o temprano, la ciudad tendrá que pasar por el diván: “Hay una especie de crisis de identidad. ¿Quiénes somos? ¿Somos el espacio que se vende al mejor postor o somos una ciudad que recompensa a los negocios que han vivido tantas crisis? Yo lo que he pretendido es que la gente empatice con el día a día en la tienda de una familia de indios sindi, para ver lo que se ha perdido. Ese negocio dio trabajo a mucha gente”.

Un largometraje de ficción tutorizado por Carla Simón

El Bazar Kirpa abrió en 1982, cuando Rakesh tenía un año, y de haber seguido la tradición, él, primer hijo varón, habría tomado las riendas. Pero renunció, y eligió el cine. “El lema era 'si no lo tenemos, se lo conseguimos', y creo que del bazar, cogí una visión comercial de profesional que ofrece distintos servicios”, explica Rakesh, que hoy dirige una empresa de servicios audiovisuales (Objetivo 50, ahora colaborando con Netflix en la grabación de Chaos), una productora de contenido (Bazaar Films) y es socio de Gotelé Estudio, el coworking donde todo se engarza.

Narwani trabaja ahora en dar continuidad a El Bazar de mis padres en un largo documental, aprovechando el gigantesco archivo audiovisual de su padre. También en un largometraje de ficción, para el que cuenta con una ayuda de 30.000 euros del Festival de Málaga y la tutorización mensual de Carla Simón (ganadora del Oso de Oro en Berlín por Alcarrás). En noviembre entregará la primera versión del guion. “Quiero que sea la primera película interpretada por indios españoles. Ya está bien de secundarios inmigrantes, también pueden ser protagonistas. Es el momento para contar esto, que ya se ha contado en Inglaterra, Francia, Alemania”, dice. Será el último servicio del Bazar Kirpa. 

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