Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
La izquierda presiona para que Pedro Sánchez no dimita
Illa ganaría con holgura y el independentismo perdería la mayoría absoluta
Opinión - Sánchez no puede más, nosotros tampoco. Por Pedro Almodóvar
Sobre este blog

La federación Andalucía Acoge nace en 1991 para dar una respuesta más eficaz al fenómeno de la inmigración. La labor de nuestra federación tiene como principal objetivo fomentar una sociedad plural que favorezca la inclusión, la no discriminación, la cobertura de derechos y la equidad de oportunidades. Ante los muros tenemos que encargarnos de construir puentes de convivencia entre todas las culturas para que así podamos vivir en valores de diversidad e interculturalidad.

Los enlaces para las redes sociales de la federación son:

Facebook: https://www.facebook.com/federacion.AndaluciaACOGE

Twitter: https://twitter.com/andaluciaacoge

Reflexiones desde la ventana: diferentes miradas a una crisis compartida

Reflexiones desde la ventana: diferentes miradas a una crisis compartida

Aleix Morilla Luchena, voluntario de Huelva Acoge

0

Desde una ventana cualquiera, de un barrio cualquiera, en una ciudad cualquiera, alguien se prepara para salir a su ventana para aplaudir, como todos los días a las ocho tarde (o a las 19.58, no me pregunten el por qué). Los días del tan necesario confinamiento se han ido asentando, como se asientan los posos de un café, y lo que empezó como un aplauso de apoyo al personal sanitario se ha convertido en una maravillosa rutina. Las palmas resuenan cada tarde como el rugido de una fiera indómita que parece decir, con muchas voces: sigo aquí, seguimos aquí, y saldremos adelante. Ese aplauso se ha convertido en una expresión de unión, de vecindad, de resistencia colectiva frente a un problema común. Algunos días, suena desde lejos la famosa canción del Dúo Dinámico, “Resistiré”, esa que se ha convertido en una suerte de himno a la resiliencia humana: “y aunque los vientos de la vida soplen fuerte, soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie…”. Después de esta pequeña catarsis, las ventanas se cierran para dejarle su lugar al silencio, ese que ha vuelto a recuperar su lugar en la otrora bulliciosa y frenética ciudad, esa en la que la gente solía ir siempre con prisa, enfrascados en sus  preocupaciones diarias, esa en la que era complicado encontrar tiempo para uno mismo, y para los demás. Mucha gente se ha olvidado de lo valioso que es el tiempo: únicamente somos conscientes de su valor cuando se nos escapa entre los dedos, como la fina arena de un reloj.

Volviendo a aquella ventana, de esa persona cualquiera, ese día, se detuvo a mirar a los ojos de la persona que había en la ventana de enfrente. Hubiera jurado que era la primera vez que la veía, aunque probablemente se habían cruzado muchas veces ya que vivían en la misma calle. Son tiempos extraños, y las llamadas con amigos y familiares se han vuelto frecuentes, como si de súbito hubiéramos encontrado el tiempo para descolgar el teléfono. ¿Por qué antes nos costaba tanto encontrar el momento? En todas esas llamadas, siempre había una pregunta que se repetía ¿Qué tal lo estás llevando? Y en aquel momento en que la mirada se cruzó con la de aquella persona de enfrente, desconocida, se preguntó también quién sería, y cómo estaría viviendo todo esto, si estaría allí sola, si habría comido bien ese día. Se dio cuenta que no conocía a la persona que vivía enfrente, pero deseaba que estuviera bien. Quizá tampoco conocía demasiado a las personas que vivían en su mismo bloque, menos aún en los bloques de al lado. Siempre habían estado tan cerca, pero tan lejos, separados por ese abismo de impersonalidad que habíamos construido en el mundo en el que vivíamos.

Ese día, cuando los aplausos cesaron y las ventanas se cerraron, se sintió un extranjero dentro su propio país. El mundo parecía haber cambiado, o estar cambiando. Se preguntó entonces por las personas extranjeras que habría detrás de aquellas ventanas, y cómo lo estarían llevando ellas.

Fátima, Adhara y Amina

Detrás de alguna de aquellas ventanas está Fátima, sola con sus niños pequeños, vino desde Marruecos y lleva varios años en España, y su marido quizá se fue a buscar trabajo a Portugal, o a Francia, y cada mes le envía el escaso dinero que puede reunir, para ella y para los niños, o quizá la abandonó y ella decidió quedarse y tratar de sacar adelante a su familia. Se quedó por sus niños, ellos nacieron en España, y estaban bien en el colegio y tenían sus amigos, a pesar de que apenas tiene ingresos suficientes para llegar a fin de mes. Trabaja limpiando por las mañanas, pero ahora no puede ir a trabajar, ya que al haber suspendido las clases no tiene con quién dejar a los niños. Tiene miedo, e incertidumbre por lo que pueda pasar si esto se alarga demasiado, como todo el mundo, lo poco que ha podido ahorrar se va agotando, y debe seguir pagando el piso en el que está de alquiler, y la luz, y la comida. Quizá a Fátima pueda ayudarla alguna vecina, o alguna otra mujer marroquí de su escasa red de apoyo, o quizá no tenga a nadie. Ella intenta que no se le note la preocupación, por sus niños, apenas maneja el idioma, y tampoco las tecnologías, pero como puede trata que sus niños sigan las tareas que disponen desde el centro educativo. Lo intentan seguir desde el móvil, porque no tienen ordenador, le resulta complicado, pero aun así hace lo que puede. Quizá muchos de estos niños y niñas engrosen mañana los datos de fracaso escolar de los niños extranjeros, y dirán que “bajan el nivel educativo”, quizá esos datos no reflejen que Fátima hizo todo lo que pudo en la situación en la que se encontraba. Fátima es muchas historias, y es muchas ventanas.

Desde otra de esas ventanas se asoma a aplaudir Adhara, ella y su familia han llegado tan solo hace unos meses como solicitantes de protección internacional, y saben que tendrán que esperar muchos meses mientras la Administración decide si les conceden o no la condición de personas refugiadas, esa que supondría volver a sentir que recuperan en sus vidas algo de seguridad, esa que la guerra les había arrebatado. Ella viene de la Franja de Gaza, o quizá de Siria, y está aprendiendo el idioma. A pesar de compartir la misma preocupación que todo el mundo, se muestra tranquila: “es como estar en mi país, pero sin las bombas y los disparos”. Entiende que es algo temporal, y que pasará. Muchos de nosotros estamos viviendo el confinamiento como una situación terrible, pero Adhara ha vivido lo que es estar confinada y aterrorizada al mismo tiempo. No podemos salir, pero no nos ronda por la cabeza que de repente alguien nos tire la puerta y ataquen a nuestra familia, a nuestros niños y niñas. (Sobre)Vivir con miedo era el peor de los confinamientos, era peor que una puerta cerrada, te oprimía el pecho hasta el punto que costaba respirar. Y es que quizá la seguridad también era como el tiempo, te das cuenta de lo realmente importante que es únicamente cuando te falta. Por eso Adhara mira al futuro con esperanza, a pesar de todo, y ella y su familia también son muchas historias, y muchas ventanas.

En otra está Amina, ella sigue trabajando en la campaña de recogida de frutos rojos, su marido lleva mucho tiempo desempleado, porque aún no ha conseguido regularizar su situación administrativa, ahora él está más preocupado que de costumbre, porque con todo esto no sabe cómo va a hacer los trámites necesarios para “sus papeles”, y qué va a pasar con los plazos. Amina todos los días escucha sobre nuevos casos, nuevas muertes, por culpa del virus. Pero ella no puede quedarse en casa, tiene que ir a recoger la fruta, es el único dinero que entra, y viven al día, a pesar de que en su trabajo es muy complicado mantener las medidas de seguridad de las que tanto se habla. Su compañera Zahra vive en una finca, había venido para pasar la campaña y conseguir algo de dinero para después volver a su país con su familia, y ahora tiene miedo, mucho miedo, no por ella, sino porque teme que todo esto pueda llegar a su país de origen, de afectar a sus familiares, cree que en cualquier momento recibirá una llamada para comunicarle que sus padres han muerto. Ahora solo piensa en volver, volver cuanto antes para poder estar con ellos, ya ni siquiera reunir algo de dinero parece importante. Pero ellas siguen yendo a hacer el trabajo que casi nadie quería hacer, ese que sostiene la economía de sus municipios, como hicieron antes y como seguirán haciendo después. Amina y Zahra también son muchas historias, y muchas ventanas.

Muertos sin rostro

Un poco más lejos, ya donde no alcanza la vista, está Abdou, y él no tiene ni tan siquiera ventana, ni algo que pueda acercarse a llamarse “casa”. Sobrevive en los asentamientos chabolistas, durmiendo en una precaria construcción de palés y plásticos, y también trabaja en el campo, cuando puede. No entiende muy bien por qué ha pasado todo esto. Abdou sólo tiene 19 años, y es un chico extutelado, uno de tantos que al cumplir la mayoría de edad deben abandonar el centro en el que habían estado bajo la protección de la Administración, y quedan sin más recursos que los que puedan conseguir. Aquí la vida es más complicada, que detrás de una ventana. No tienen acceso a agua corriente, y deben caminar varios kilómetros diariamente para conseguirla, ese agua tan vital para beber, cocinar, o intentar mantener las medidas de higiene que ahora son tan necesarias. Tampoco tienen forma de almacenar la comida, por lo que cada día deben ir hasta el pueblo para poder acceder al sustento diario. En los asentamientos, se está más acostumbrado a vivir con miedo, si es que alguna vez es posible acostumbrarse a eso, tanto que es prácticamente imposible conciliar un sueño profundo, ya ha habido varios incendios, y el fuego se propaga con rapidez entre construcciones precarias y basura acumulada. Ahora el miedo es peor, y la preocupación, y la incertidumbre, pero allí se piensa en el día a día, en otro día más de supervivencia. Y Abdou también es muchas historias.

Y en aquella ventana cualquiera, que parecía ya tan lejana… recordó esas cifras de muertes en el Mediterráneo, personas que miraron a través de la ventana invisible que es la puerta a los sueños, que acariciaron con la punta de los dedos y nunca pudieron alcanzar. Muertos sin rostro, números, invisibles, desconocidos, como aquella persona de la ventana de enfrente y que nunca habíamos tenido tiempo de conocer. Esa por la que por primera vez en su vida había sentido preocupación, aun sin conocerla. Se estremeció pensando que si hubiera conocido la historia de alguna de estas personas, que año tras año mueren en el mar, si hubiera conocido sus ilusiones, sus ganas de buscar una mejor vida para los suyos…  si hubiera sabido, tan siquiera su nombre, o cómo sonaba su voz, se le habría encogido el alma.

Esa persona cualquiera se dio cuenta que justo en ese preciso momento, no echaba de menos una subida de sueldo, ni un coche nuevo, ni una casa más grande. Echaba de menos un paseo agarrado de la mano de la persona que quería, las risas en las reuniones de amigos, abrazar a sus padres… esas cosas tan pequeñas, tan pequeñas… que casi no nos dábamos cuenta de ellas, y ahora nos parecen esenciales. Esenciales, como esas personas que siguen exponiéndose y saliendo cada día mientras nos quedamos en casa, y que antes nos pasaban tan desapercibidas.    

Y es que las personas compartimos una extraña característica. Una por la que, cuando nos piden estar encerrados, vamos nosotros, y hacemos por unirnos más que nunca. Una que cuando nos dicen que no podemos vernos, nos hace buscar mil y un caminos, para poder sentirnos cerca. La que nos hace darnos cuenta, de que no hacía falta tanto, para ser felices, y que había que decir más veces “te quiero”, o “te echo de menos”, por si algún día no podías decirlo más. Y que había personas capaces de hacer que el sol brille, incluso estando entre cuatro paredes. Es esa extraña cualidad, que algunos llaman amor, y otros llaman humanidad. Es esa que va más allá de distancias, y de fronteras. Esa que nos debería, siempre, hacer poner la vida en el centro de todo.

“Resistiremos”

Todo pasará, y “resistiremos”, como aquellos juncos de la canción, y quizá comprendamos más a otras personas, que llevan tanto tiempo resistiendo. Y ya no nos olvidaremos más de lo que vale un beso, un abrazo, lo que vale poder estar cerca de la gente que quieres… Ni de lo que seríamos capaces de hacer, si nos invadiera el miedo por nosotros y por nuestras familias (mucho más que hacer acopio de una ingente cantidad de papel higiénico). O lo que seríamos capaces de dar por pasar un día, aunque solo fuera uno, cerca de aquello que realmente nos importa.

No deberíamos olvidarnos nunca, de lo que nos hace ser personas. De esos aplausos, de esas ventanas, de ese sentimiento de unión, y de que, si estamos todos y todas juntos, seremos capaces de cualquier cosa.

Desde esa ventana cualquiera, no se podía saber si el mundo habría cambiado para siempre, o si después de todo esto, las cosas seguirían más o menos igual, pero sí que este virus nos había dado la oportunidad de mirar ese mundo (nuestro mundo) de una forma diferente. Quizá, aprender a mirarlo de una forma distinta, era lo que podía cambiarlo todo. 

Si bien todos estos nombres son ficticios, no lo son las historias que hay detrás, y seguramente ahora mismo haya cientos, o miles, de Fátimas, de Adharas, de Zahras y de Abdous, quizá mucho más cerca de ti de lo que nunca has pensado, y otras, que siguen muriendo en nuestras costas. Se trata de algunos testimonios recogidos por la Asociación Huelva Acoge, diferentes miradas a una crisis compartida, porque al final solo tenemos un barrio, una ciudad, y un mundo, y todos y todas compartimos el mismo espacio, y los mismos problemas. Compartimos miedos, preocupaciones, y el sentimiento de querer lo mejor para nosotros mismos y para la gente que amamos, compartimos sueños y esperanzas, y la voluntad de ayudarnos los unos a los otros cuando es necesario, de resistir, de luchar por la vida. La vida, ¿no debería estar siempre en el centro de todo, la vida? Porque aquello que nos une, siempre será más fuerte que lo que nos separa.

Sobre este blog

La federación Andalucía Acoge nace en 1991 para dar una respuesta más eficaz al fenómeno de la inmigración. La labor de nuestra federación tiene como principal objetivo fomentar una sociedad plural que favorezca la inclusión, la no discriminación, la cobertura de derechos y la equidad de oportunidades. Ante los muros tenemos que encargarnos de construir puentes de convivencia entre todas las culturas para que así podamos vivir en valores de diversidad e interculturalidad.

Los enlaces para las redes sociales de la federación son:

Facebook: https://www.facebook.com/federacion.AndaluciaACOGE

Twitter: https://twitter.com/andaluciaacoge

Etiquetas
stats