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La vida en el portal

La pareja, en el portal en que ha vivido durante más de 20 días / N.C.

Néstor Cenizo

La vida en el portal son cajas apiladas, un somier en vertical y vecinos que se mueven entre la comprensión y el hartazgo. “A ver si tenéis algo de suerte…”, dice al pasar una señora. La “suerte” es que alguien ayude a Francisco Javier Durán y Sandra Martínez a encontrar un techo provisional. Les desahuciaron por impago del alquiler el 5 de mayo y han vivido desde entonces en el portal del número 89 de la calle Arroyo de los Ángeles (Málaga). Hasta este martes, cuando han encontrado un trastero en el que dejar sus cosas. Pidieron ayuda a los Servicios Sociales del Ayuntamiento y allí sólo encontraron una lista solicitantes para ponerse a la cola. Más de 20 días durmiendo en un sofá azul de apenas medio metro de ancho, frente al frigorífico. Sus cinco hijos (14, 12, 8, 7 y 6 años) están con la madre de él. Y los vecinos pasan y todos dicen comprender a todos.

Francisco Javier y Sandra comprenden a los vecinos: saludan, sonríen, preguntan a la señora cómo le va. “Comprendo que no es agradable…, pero ¿qué hacemos?”, se preguntan. Los vecinos comprenden a Francisco Javier y Sandra: “¿Qué vamos a hacer? Son personas y no los vamos a echar a la calle”, se responde Julio López, presidente de la comunidad. Todos comprenden y mantienen una convivencia forzada, pero concluyen que esto tiene que acabar. “Es un problema que no es nuestro. La policía hizo un desahucio a medias”, razona el presidente.

Mientras están en el portal, Francisco Javier y Sandra abren la puerta y ventilan. Por la mañana huele mal y el presidente advierte de un posible problema sanitario. También de que, aunque los vecinos han sido comprensivos, algún día puede producirse un altercado. La pareja ha estado casi un mes instalada en el portal. Finalmente, ha encontrado un lugar en el que dejar sus pertenencias y esta semana van a realizar la mudanza. Luego se irán a vivir con la abuela de Sandra. De momento, dicen.

“¡Dadle ya una vivienda!”, pide alguien que confunde al periodista con un emisario de las instituciones. Todos asumen que los Servicios Sociales del Ayuntamiento son los únicos que pueden ofrecer una solución. “No lo tengo que aguantar yo. Esto no es cosa de los vecinos. Es una pena, pero no lo puedo arreglar”, comenta otro residente. “Nosotros no podemos hacer nada, y los servicios sociales no actúan, el ayuntamiento no actúa, nadie actúa… ¿a qué esperan?”, se pregunta el presidente. Pero Francisco Javier asegura que le han informado de que no hay viviendas para ocupar de forma inmediata. Tampoco plazas en un albergue. Los servicios sociales del ayuntamiento no dan información porque dicen que se trata de datos personales.

En un encuentro entre candidatos tomó la palabra para pedir una solución al concejal de Asuntos Sociales, pero no sirvió de nada: “Le dije que leyera la Constitución y que luego viniera a vivir como yo vivo”. El presidente dice que no obtiene respuesta a sus llamadas al ayuntamiento y la comunidad llegó a interponer una denuncia con la esperanza de que eso avivara a las autoridades. Sólo ha conseguido que el jueves dos policías identificaran a la pareja.

“Tendría que echar a mi madre para meterme yo”

Hay una caseta de portería, y ellos querrían meter los muebles allí e intentar alojarse en otro lugar, pero están también los contadores y el presidente explica que no es posible. Los cinco hijos de la pareja (14, 12, 8, 7 y 6 años, sólo una niña, la pequeña) se quedan con la madre de él, pero tampoco el realojo parece una solución. Francisco Javier dice que también ella tiene problemas para pagar el alquiler, que los cinco duermen en una cama de matrimonio, de lado, y la abuela en el sofá. “Tendría que echar a mi madre para meterme yo”, explica.

Así que durante un mes han guardado lo que queda de su casa en cajas y bolsas negras: monopatines heredados, algún mueble desmontado, un cabecero, la nevera y una vieja televisión, “que yo no tengo pantalla plana, ni mis niños una Play 1, que creo que ya hay hasta Play 4”. También en el rellano hay enseres. Abajo, en el portal, una escalera con manchas de pintura blanca. Francisco Javier era pintor de obra hasta 2012. Desde entonces no tiene trabajo fijo. Algo saca durante los fines de semana, “en lo que sale”. Ella tampoco trabaja. Pagaban unos 400 euros de alquiler, “más agua, más luz, más los gastos del colegio, más comer…: tres años, con cinco niños, no se puede”.

Entre la primera y la segunda planta hay tres viviendas vacías, asegura Francisco Javier. Así que el día en que lo echaron intentó entrar en una. “Estaba desesperado y me equivoqué”, comenta ahora; el propietario decidió no interponer denuncia y el juez se mostró comprensivo y le preguntó si volvería a verlo. Él se encogió de hombros.

“Hola, vecino”, saluda un residente a los vecinos del portal. Luego pasa otro, que dice que a él le echarán en breve y que le vaya haciendo hueco: “Te lo digo en serio, después voy yo”.

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