Ser voluntario: de la “obligación” a la “motivación”
Gabi Espinosa Galán, tiene 18 años, es sevillano y no estaba en sus planes ser voluntario. Empezó por obligación y ahora no duda en decir que es la “motivación” lo que le mueve. La “culpa” de este cambio la tiene un programa obligatorio de su colegio.
Acaba de terminar Bachillerato en el Colegio Claret, en el barrio de Los Bermejales. El centro escolar tiene un proyecto obligatorio denominado PES (Proyecto de Educación Social) para 1º de Bachillerato con el que, desde principio de curso, todos los alumnos tienen que realizar. A Gabi le tocó el taller en Fundomar (Organización que trabaja con personas mayores) para el acompañamiento a personas ancianas en la residencia de la propia organización. Una vez allí, le propusieron ser voluntario para dar clases de castellano a inmigrantes en la misma sede de la Fundación.
Gabi, junto a otro compañero del PES, comenzaron con un filólogo a impartir las clases de castellano. Al acabar el voluntariado en 2015, Gabi siguió yendo durante el verano. Daba clases a chicas nigerianas que habían ejercido la prostitución, teniendo clases con ellas durante el mes de julio.
Confiesa que estaba metido en aquel lío por obligación. Pero en medio de la experiencia, el colegio tenía prevista una “Semana Solidaria” y ahí se produjo un punto de inflexión. Esta semana consiste en escoger entre nueve destinos en los que los voluntarios, estudiantes del centro, se involucran en realidades duras: hogares de acogida, barrios afectados por la crisis o atención a personas sin recursos.
Gabi esligió como destino Granada, concretamente al barrio de La Paz. Durante una semana, pasaba las mañanas en una casa de personas sin recursos y por las tardes impartía catequesis a los niños del barrio de La Paz (el proyecto era también religioso). Para él, esta semana fue decisiva pues, asegura que, “hasta febrero había estado por pura obligación” pero una vez se enfrentó a una realidad tan distinta a la suya, se enganchó a la labor social.
Al comienzo de este curso siguiente, Gabi quiso continuar con la labor de voluntariado y fue a Fundomar para ver si podía reengancharse. Y así ha sido. Durante este curso ha estado impartiendo clases a inmigrantes todos los martes y jueves de cada semana, durante dos horas.
Abrir la mente
Los motivos que le arrastran al voluntariado los tiene bien claros: “Descubro una realidad que está completamente ajena a mí. Es necesario que profundicemos en esa realidad, no taparnos los ojos, ni tratar de esconderla. No lo siento como algo voluntario o altruista, sino como un deber”.
Asegura que lo que verdaderamente le aporta el voluntariado es el intercambio cultural con las personas con las que trabaja. “Poder hablar con ellos de cualquier tema, preguntarles cosas sobre su país, complementar lecturas sobre sus lugares de origen…”. Abrir la mente, en definitiva.
Concluye comentando que “una asociación que no tiene muchos fondos, ni ánimo de lucro, hace que todos los que venimos aquí vengamos voluntariamente. De hecho, me atrevería a decir que si me pagaran por venir, me sentiría menos motivado. Son mis ganas las que me empujan a venir”.