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Warhol, el arte en venta

N.C.

Néstor Cenizo

La lata de sopa Campbell es, en realidad, las latas de sopa Campbell: 32 lienzos con cada una de las variedades de la marca. Pronto fueron miles en camisetas, pósters y todo tipo de objetos, porque a Warhol no le interesaba que sus obras fueran únicas sino reproducibles. De ahí el nombre de la nueva exposición del Museo Picasso de Málaga. Warhol. El arte mecánico, en colaboración con la Obra Social La Caixa, podrá verse hasta el 16 de septiembre y contiene las obras emblemáticas del autor que supo entender, antes que nadie, que el arte también podía ser un producto. 

José Lebrero, director artístico del museo, explicó ayer que la intención era “subrayar el carácter mecánico” de la “producción” de Warhol. La palabra cobra sentido porque Warhol fue un productor: de pinturas, de esculturas, de películas con famosos mirando a cámara, de programas de televisión, de portadas de discos de la Velvet y carteles de películas de Fassbinder (Querelle) o de una revista que acaba de echar la persiana, Interview. “Nunca dejó de ser un artista comercial”, opina el director del museo.

“La falta de interés de Warhol por crear la obra única, por conseguir el último original, y trabajar como un artista comercial produciendo mucho y bien, aguanta muy bien y ha dejado una obra muy coherente”, cree Lebrero, que ha comisariado una exposición que antes ha pasado por los Caixa Forum de Madrid y Barcelona, con 485.000 visitantes. Paradójicamente, el estilo de Warhol es intransferible y, en palabras de Lebrero, supone la “reivindicación de la individualidad y la diferencia”.

Son 400 piezas, y la muestra de Málaga incorpora dos inéditas en las paradas anteriores. Se trata del retrato de Mao (1972) que Warhol, como buen “artista de reacción”, produjo a partir de una fotografía del Libro Rojo, justo después de la histórica visita de Nixon a China. La otra obra “exclusiva” de la muestra en Málaga es el retrato de Jacqueline Kennedy, a partir de fotografías de periódicos posteriores al asesinato de su marido.

Pero hay mucho más. Por ejemplo, su archiconocido retrato de Marilyn Monroe, con el que reacciona a la muerte de la actriz y plasma a su manera la fugacidad de los mitos. O los retratos de Elvis Presley o Liz Taylor, figuras de un tiempo en que los mitos de la cultura pop empezaron a sustituir a los religiosos. También hay varias piezas de su serie Screen Tests, en la que Bob Dylan, Dalí, Susan Sontag, Allen Ginsberg o Marcel Duchamp miran cuatro minutos a cámara sin decir palabra. O una oscura sala que recrea un concierto de la Velvet Underground.

Hay también una colección de 25 retratos del artista a cargo de fotógrafos como Richard Avedon, Robert Mapplethorpe o Alberto Schommer, que aprovechó su visita a Madrid para inmortalizarlo envuelto en una bandera estadounidense, y el museo programará coloquios, cine de verano y un seminario con la UNIA.

¿Qué es lo que más le gusta pintar? “El dinero”

¿Qué es lo que más le gusta pintar? “El dinero”“¿Qué es lo que más le gusta pintar?”, le preguntaron una vez. “El dinero”, contestó él, honesto a su manera. A Warhol le interesaba el dinero y lo efímero, y convirtió estas obsesiones en arte. Damien Hirst o Jeff Koons han venido después a ganar, sin complejos, una fortuna, pero sólo recogían su testigo, como recordó ayer Lebrero. Por eso fue escurridizo sobre sus inclinaciones políticas. Cuando le preguntaron por su relación con el comunismo, a raíz de una obra sobre la hoz y el martillo, dijo que había comprado la hoz para cortar el césped de su editor.

Nacido en Pittsburgh de inmigrantes eslovacos, había llegado a Nueva York cuando dominaba el expresionismo abstracto y, a partir de su experiencia en la publicidad y el diseño, puso todo patas arriba con un arte comercial basado en la reproducción. “Warhol fue más allá de las fronteras de los museos y las galerías para insertarse en el imaginario colectivo”, opinaba ayer el director del Museo Picasso. Tuvo la maquinaria en funcionamiento durante 30 años.

Trabajó con los Rolling Stones, con Michael Jackson, con la Velvet Undergound o con Debbie Harry (entre tantos mitos que se le acercaron engatusados por su personalidad) igual que diseñó relojes. En pocos años, había pasado del rechazo del MoMa a que apenas haya quien visite el museo sin retratarse junto a una de sus latas.

“A todo el mundo le gusta Warhol. A todos nos gustaría que nos hubiese hecho un retrato”, dijo ayer Elisa Durán, de Obra Social La Caixa, quizá un tanto exageradamente. El caso su trascendencia se demuestra en que arte y negocio son hoy inseparables. Entre catálogos, lápices y camisetas, la tienda del museo vende latas de sopa de tomate Campbell a 4,50 la unidad.

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