Once miradas sobre el 'Paisaje de fondo' para comprender el territorio a través del arte
Once artistas y otras tantas miradas sobre el 'Paisaje de fondo'. Este es título de la exposición que ha inaugurado la temporada de exposiciones de la Diputación Provincial de Huesca (DPH), y que podrá verse en la sala de la institución hasta el próximo 3 de noviembre. La muestra, que supone una revisión del concepto clásico de paisaje, es el resultado del proyecto de comisariado de Elena del Diego, quien obtuvo una de las Ayudas a las Artes Visuales que la DPH concede cada año.
En este proyecto, Elena del Diego funde su experiencia como historiadora del arte y educadora de museos para acercar la lectura de la obra de arte al espectador. Parte de un análisis personal de las teorías del paisaje llevadas a cabo por estudiosos y pensadores y, tal como apuntó en la presentación de la muestra, de que “el paisaje nace como término dentro del ámbito artístico, aunque luego se utilice para referirnos a la geografía física”.
Como comisaria, Del Diego afirma que en la muestra se “nota cómo la influencia del arte ha calado en cómo miramos al terreno que nos rodea” porque, según apunta, “esa relación no es pura, no es directa, porque viene determinada por las imágenes, por la historia del arte...”.
Entre los artistas que componen la nómina de esta exposición, la mayor parte proceden de diferentes puntos del país, como es el caso de Julio Sarramián, Mercedes Pimiento, Juan Millás, Antonio R. Montesinos, Irene Grau, Jesús Labandeira y Pablo Llorca con su mirada paisajística de Ricardo Compairé. El ámbito internacional está representado por Elina Brotherus y Françoise Vanneraud, y, como es habitual, se da cabida a obras de altoaragoneses, en esta ocasión con el proyecto centrado en la fotografía del paisaje en el Pirineo central del oscense Eduardo Marco Mirada.
La naturaleza como artista, el paisaje como lienzo
Especial protagonismo tiene la obra de Enrique Radigales, que obtuvo la última ayuda Ramón Acín con su proyecto Ruderales que, en el mismo sentido general de la exposición, une medio ambiente y arte. Durante un año el artista ha hecho el seguimiento de un antiguo terreno de cultivo de cereal que pertenece a su familia, entre Azanuy y Alins, para ver y analizar cómo las especies y la propia naturaleza transforman este espacio.
La palabra ruderal proviene del latín rudus, ruderis, y con ella se designa a las “malas hierbas” que en la instalación de la muestra se transforman en unas cortinas hipnóticas, dentro de una estructura de aluminio donde se almacenan los servidores de ordenador. En la obra también entran en juego la tecnología, una ceramista y la memoria familiar, representada a través del recuerdo del padre del artista haciendo la prueba de perito agrónomo.
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