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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Incómoda provisionalidad

Plácido Diez

En el principal Ayuntamiento de la comunidad autónoma, Zaragoza en Común, que no fue la candidatura más votada, está gobernando con 9 de los 31 concejales con mucha convicción y osadía pero también con algunas puestas en escena que parecen de mayoría absoluta y, sobre todo, de insensibilidad y de poco rigor con una acción de gobierno de los denominados partidos históricos de la izquierda que se prolongó durante doce años y que tiene antecedentes muy positivos para la calidad de vida de los zaragozanos, desde las primeras Corporaciones democráticas que encabezó Ramón Sáinz de Varanda.

Hay que matizar que alguno de esos partidos o coaliciones históricas, como es el caso de Izquierda Unida, forma parte de los nuevos y, para lo bueno y para lo malo, es corresponsable de la gestión anterior y si no, por poner dos ejemplos, que se lo pregunten al hasta ahora “sumergido” consejero de Urbanismo, Pablo Muñoz, o a una de las colaboradoras más directas del  consejero de Economía y Hacienda, Ana Sanromán, que fue coordinadora de uno de los proyectos estrella de la anterior Corporación, el Plan Integral del Casco Histórico (PICH).

Por muy buen comunicador que sea un alcalde o sus portavoces, por muy buen libro de estilo que manejen, impulsados por el aire fresco, por la indignación de los que quieren incomodar a los responsables de la desigualdad y la frustración de los jóvenes, como se ha vuelto a demostrar en la elección del nuevo líder del laborismo, Jeremy Corbyn, impulsados también por el legado regeneracionista y de transparencia de las movilizaciones del 15-M, deberían ser más cuidadosos con las sobreactuaciones que ni facilitan ponerse en el lugar del otro, ni siquiera del más próximo, ni ayudan a medir bien el contexto porque, sin ir más lejos, el anterior equipo de gobierno con el apoyo de los partidos de la izquierda, y sin estigmatizar la deuda, estaba cumpliendo los objetivos de estabilidad presupuestaria impuestos por Hacienda aumentando el gasto social. Tampoco ayudan a medir bien la fuerza que te han dado los electores, y, de rebote, esas hipérboles gestuales pueden estar avalando el discurso tremendista del principal partido de la oposición, del Partido Popular.

Y, además, salvando las distancias, como se ha demostrado con el ex ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, en situaciones extremas las sobreactuaciones te pueden conducir a un callejón sin salida, a un recorrido político tan solipsista como efímero.

No olvidemos que los hechos confirman que Zaragoza en Común, que está en su derecho de defender con atrevimiento su programa, fue la candidatura más votada de la izquierda pero, para conseguir la Alcaldía, tuvo que sumar a los votantes del PSOE y de Cha.

El presidente Lambán está interpretando mejor, con más tacto, la atmósfera de provisionalidad hasta que salga la foto fija de las elecciones generales.

Desde el primer minuto, ha querido transmitir velocidad y energía en la toma de decisiones como por ejemplo en el apoyo a la escuela pública o en el enorme avance que representa la tramitación de la ley de renta básica, aún a riesgo de precipitarse en algunas afirmaciones categóricas, de fallar en las formas, -en un conflicto social, aunque discrepes radicalmente de la legalidad y limpieza de determinadas actuaciones, se debe escuchar a todas las partes, sobre todo cuando hay escolares, familias y profesores que ya son víctimas-, y de quedarle pendiente pasar la prueba de la heterodoxia gabilondiana que avala Pedro Sánchez en los puestos de confianza y en las próximas listas para las elecciones generales.

En todo caso, desde fuera uno cree percibir que Lambán se está repitiendo una y otra vez a sí mismo aquello que a los victoriosos generales romanos les decían al oído sus asistentes, “recuerda que eres humano”.

Como se percibe que, sobre todo, está teniendo en cuenta que en las elecciones autonómicas del pasado mayo el PSOE superó a Podemos en menos de un punto en el porcentaje de votos en la comunidad autónoma, menos de seis mil votos de diferencia que se tradujeron en cuatro escaños más, siendo sobrepasado en la provincia de Zaragoza y, significativamente, en la capital de Aragón donde el partido de los Pablos, Iglesias y Echenique, le sacó casi siete puntos y casi 24.000 votos.

Lambán, que tiene un fino olfato político y habilidad para adivinar el medio plazo, sabe que su mejor aliado puede ser el transcurso de los días confiando en que la fotografía de las elecciones generales difumine a los podemitas, la elección de Corbyn vuelve a agitar el estanque de la socialdemocracia centrada y acomodada, y refuerce a los socialistas.

Además de los votos de los 14 diputados de Podemos, el presidente Lambán, “recuerda que eres humano”, recibió en su investidura el respaldo de los dos diputados de Cha y de la diputada de IU, que sumaron 35 votos, uno por encima de la mayoría absoluta.

Imaginemos por un momento que en torno al cercano 20 de diciembre, fechas de pagas extras y buenismo, el PP gana las elecciones generales pero no puede formar Gobierno y, sin embargo, la suma de escaños del PSOE y de Podemos, esa alianza que Rajoy ve como la alianza de la inestabilidad y de la huida de grandes inversores internacionales, sí les da una mayoría suficiente.

Sin poder evaluar aún la sacudida anímica en los electores de lo que suceda en las próximas elecciones generales de Grecia y autonómicas/plebiscitarias de Cataluña, donde los independentistas con la colaboración del PP están llevando la pelota a su terreno, al terreno del victimismo y de las emociones, y con el precedente de la amplia mayoría conservadora de Cameron que no detectaron las encuestas en el Reino Unido, es una hipótesis arriesgada pero es una hipótesis válida sin infravalorar a Ciudadanos.

¿Cuál sería la onda política expansiva de ese supuesto acuerdo estatal en comunidades autónomas y ayuntamientos? ¿No podrían verse responsablemente obligados, desde el punto de vista del interés general, a gobernar juntos históricos y nuevos partidos de la izquierda como ya sucediera en 1979 cuando los ciudadanos teníamos una abrumadora confianza en las instituciones democráticas?

Evidentemente, si, como pretende el equipo del nuevo alquimista del PP, Jorge Moragas, los electores decidieran sorprendentemente que Rajoy es Cameron, los pactos de la izquierda en ayuntamientos y comunidades autónomas aún resultarían más ineludibles.

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