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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Lo que llamamos progreso

Ángela Labordeta

Andaba por el Pirineo, más concretamente en la esquina norte de la Estación de Canfranc, cuando supe que Pablo Casado había ganado las primarías del Partido Popular y pensé que lo que había ganado era una parte de esas primarias hechas a dos tiempos. El tiempo de la democracia lo ganó otra candidata, Soraya; Casado ganó el tiempo en el que los que nunca consentirán perder construyen una sinfonía de poder, que chirría con lo que la democracia de las bases había decidido semanas antes. “Esto es la política”, dicen los ganadores, porque son ellos los que suelen escribir la historia de sus victorias y habría que aclararles que eso no es la política, sino las normas que en su forma de entender la política se han brindado algunos para imponer sus dogmas y su actitud visionaria sobre una España que no es su España, una España que ha luchado y llorado para llegar a ser más adulta, más libre y solidaria.

Los geólogos hablan de enigmáticas señales que anuncian los temblores de tierra y las erupciones volcánicas, e indican que algunas especies acusan esas señales de forma inmediata y casi intuitiva, mucho antes de que el efecto sísmico se produzca. Las señales que Casado nos envía en forma de enunciados verbales, evidencian que batallas superadas van a volver a ocupar espacio en su agenda política. Porque Casado es un tipo reaccionario ideológica y vitalmente hablando y eso en sí no es ni bueno ni malo, siempre que se quede en el ámbito de lo privado; al trasladarse al ámbito de lo público corremos el riesgo de que Casado no entienda ni escuche a millones de ciudadanos españoles que simplemente no piensan ni sienten como él. Ejemplos no faltan en la reciente historia de España y Aznar protagonizó una de las sorderas políticas más aberrantes, cuando no quiso escuchar aquel estruendo que brotaba desde todos los rincones: “No a la guerra”.

Escuchando a Pablo Casado una tiene la impresión de que en su particular dadaísmo, acabará por revelarnos cómo la bestialidad y la falta de humanidad de la política se ríen bestialmente de las más frágiles victorias que nos han construido como sociedad, cada día más alejada de estereotipos, que sobre todo a las mujeres las han mantenido encadenadas a postulados primarios, obscenos y falsos. Querer volver a la ley del aborto del año 85 es un claro síntoma, como lo es confundir balcones con ideología o permanecer en el no eterno hacia una muerte digna, sin entender que la vida es más vida cuanto más digna es su muerte.

Lo que llamamos progreso lo es porque es científico, intelectual, artístico, humano, político y social. Hay muchas velas de barcos en el horizonte, muchas cimas por coronar, muchas luchas por conquistar y un sendero para avanzar: el que se surca sabiendo que somos huéspedes en un mundo que debiéramos tener que mejorar y esa es la cortesía y la valentía con la que tendríamos que enfrentarnos a nuestro día a día.

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