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Los cazadores, en el punto de mira tras abatir a dos osas pardas

La osa Sarousse captada por las cámaras de fototrampeo del Gobierno de Aragón.

Miguel Barluenga

7 de diciembre de 2020 15:50 h

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Fue un domingo negro para el oso pardo. El pasado 29 de noviembre, dos ejemplares cayeron abatidos por disparos de cazadores en las montañas de Huesca y Palencia, a más de 500 kilómetros de distancia. Más allá de los aspectos en común y diferencias de dos muertes que se siguen investigando, lo ocurrido pone en el ojo del huracán la compatibilidad entre el ejercicio de la caza y la supervivencia en España de esta especie protegida. A ambos casos se une el de Cachou, presuntamente envenenado el pasado mes de abril en el Valle de Arán (Catalunya) por un funcionario de Medio Ambiente del Consejo General de Arán, ahora en libertad con cargos.

En Fuente Carrionas (Palencia), el presunto autor del disparo que acabó con la vida del ejemplar de osa declaró que lo había confundido con un jabalí. A la espera de que se abran diligencias judiciales, la Fundación Oso Pardo critica que la montería se organizase a sabiendas de la presencia de este ejemplar y de, al menos, una cría que no se habrían detectado en la zona, sin embargo, en los días previos. Se trataba de una de las doce osas reproductoras de la parte oriental de la cordillera Cantábrica, un área en la que habitan unos 50 de los 380 plantígrados de toda España.

En Valle de Bardají (Ribagorza), el cazador realizó tres disparos sobre Sarousse, de frente y a corta distancia. Alegó defensa propia, según indica el Gobierno de Aragón. La causa real de la muerte se trata de esclarecer con las más avanzadas técnicas. El alcalde de Valle de Bardají y presidente del coto de caza donde se produjeron los hechos, José María Raso, insiste en la tesis de la defensa propia: “Se ha demostrado que los tres tiros se han disparado de frente y a corta distancia, desde muy cerca, y que fue una acción en defensa propia”. Asimismo, Raso señala que el animal no se encontraba en el entorno donde habitualmente se la podía localizar, “por lo que nadie se esperaba que pudiera aparecer por donde estaba discurriendo la batida y ha pillado a todo el mundo por sorpresa”.

La caza en Aragón adolece desde hace varios años, según la Fundación para la Conservación del Quebrantahuesos (FCQ), Fondo Natural, Ecologistas en Acción, ANSAR, SEO/BirdLife, Amigos de la Tierra y WWF-España, de una “falta de control y vigilancia manifiesta que desemboca en hechos tan desafortunados como la muerte de Sarousse”. Estos grupos han firmado un manifiesto con el que reclaman al Ejecutivo aragonés “la suspensión cautelar de todas las cacerías de jabalí en zonas con presencia de oso por ser las que mayor número de accidentes con osos generan y ser, por tanto, incompatibles con su conservación”.

Además, para el resto de prácticas cinegéticas en zonas oseras exigen “una revisión y endurecimiento de los protocolos y requisitos, para que no se produzcan situaciones que pongan en riesgo la conservación de esta y otras especies”. Desde los grupos ecologistas esperan los avances en la investigación judicial, “reservándonos el derecho si es preciso de presentarnos como acusación particular. También queremos puntualizar sobre los antecedentes y circunstancias en que se han producido, con la más que discutida autorización de la caza como actividad esencial durante el confinamiento del resto de la sociedad durante la emergencia sanitaria por la covid-19”.

“Cientos de cazadores con sus armas recorren cada fin de semana los montes de la región sabedores de que la administración carece de medios y personal suficientes para vigilar el cumplimiento de la normativa en cada territorio, inclusive en los espacios naturales protegidos”, añaden. La práctica cinegética se sigue autorizando y justificando, “sin ninguna base científica, como actividad esencial para el control de plagas de herbívoros en todo el país”. Y contribuye, según los ecologistas, a “echar por tierra varias décadas de intenso trabajo y fondos nacionales y europeos invertidos en el mejor conocimiento de su biología, el seguimiento de sus desplazamientos, la eficacia de las medidas más adecuadas para el manejo del ganado y la ordenación de los recursos de su hábitat”.

Sobre la muerte del oso Cachou el pasado 9 de abril rige el secreto de sumario, y es el séptimo que lo hace por causas no naturales en los Pirineo, según la Institució de Ponent per la Conservació i l’Estudi de l’Entorn Natural (Ipcena). Siete meses después de los hechos se detuvo a una persona presuntamente implicada en el envenenamiento. En junio de este año se encontró el cadáver de un ejemplar de oso pardo en Ariège, en la región francesa de Occitania. Presentaba varios impactos de arma de fuego.

Este tipo de hechos suelen presentar más sombras que certezas. El número de ejemplares en el Pirineo sería en este momento de en torno a 50. En 1980 se consideraba que sólo quedaba media docena de osos en los Pirineos centrales. El proceso de recuperación se puso en marcha con la liberación de ejemplares procedentes de Eslovenia. Entre 1996 y 1997 Francia soltó en Melles (Alto Garona) tres osos -las hembras Ziva y Mellba y el macho Pyros-, a muy pocos kilómetros de la frontera con el Valle de Arán.

En 2006, ante la baja natural del macho Papillón y la muerte por disparos de Cannelle, la última hembra autóctona de los Pirineos, se liberaron otros cinco animales de procedencia eslovena en el sector central de los Pirineos: cuatro hembras (Sarousse, Hvala, Palouma y Francka) y un macho, Balou, encontrado muerto en 2014 y al parecer tras una caída.

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