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Una familia de acogida en Zaragoza: “No puedes cambiar su pasado, pero estás ahí para hacer que su futuro sea mejor”

Beatriz Pitarch y Raúl Zeta son familia de acogida

Naiare Rodríguez Pérez

22 de octubre de 2025 23:13 h

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A Beatriz Pitarch y Raúl Zeta les cambió la vida el día que decidieron abrir su casa a una niña que no era suya, pero sí lo sería en todo lo importante. “Cuando acoges, te das cuenta de que no solo ayudas a un menor, ya que te cambia a ti también”, cuenta Beatriz, con la serenidad de quien ha comprendido que acoger no es solo un acto de generosidad, sino también de transformación. 

Ambos, que forman parte del programa de acogimiento familiar del Gobierno de Aragón, decidieron dar el paso porque, tal y como señala Raúl, “sentíamos que podíamos ofrecer algo más que un espacio físico y queríamos darle a alguien la oportunidad de crecer con calma, con cariño, con rutinas”.

Y así lo hicieron, con una habitación siempre lista “por si hiciera falta”, donde ya han dormido diez menores en diferentes momentos, cada uno con su historia, su mochila emocional y su necesidad de calma y protección.

El miedo a no saber hacerlo bien o la incertidumbre ante lo desconocido estuvieron presentes desde el primer momento, pero también lo estuvo la entrega infinita y la convicción de que lo importante no es cuánto dura el acogimiento sino lo que se construye en ese tiempo.

El tiempo incierto de tres, seis, nueve o veinte meses puede dar cierto vértigo, pero también permite observar con emoción los cambios que se producen en los menores, que reciben “meses de seguridad, cariño, escucha y de decirles te queremos como eres”. 

“Recuerdo una niña que se dibujó a sí misma, en los primeros días con nosotros, llena de rayas rojas por la ira contenida. Poco a poco se fue dulcificando y el último dibujó que me hizo era de nosotras dos, debajo de un arcoíris y con corazones y besos alrededor. Fue muy bonito ver lo conseguido y que me compartiera que ahora ella se sentía así, protegida”, detalla ella.

Un hogar mientras llega la calma

En Aragón hay actualmente alrededor de 35 menores viviendo con familias de acogida y 83 familias dispuestas a abrir las puertas de su casa. Sin embargo, detrás de cada número hay una historia que se sostiene gracias a la solidaridad y la empatía de entidades como la Asociación de Familias de Acogida de Aragón (ADAFA). En este caso, y en colaboración con el Ejecutivo autonómico, trabajan para visibilizar la figura del acogimiento y acompañar a quienes deciden dar este paso.

“El acogimiento no es adopción. No se trata de sustituir a una familia, sino de ofrecer un entorno seguro y estable mientras la familia biológica puede volver a asumir los cuidados”, explica Jaime Martínez, presidente de ADAFA.

Muchos de estos niños han pasado por situaciones complicadas, como desprotección, abandono, maltrato o entornos inseguros. Por ello, necesitan un lugar donde reconstruir su confianza, volver a tener rutinas, vivir con estabilidad y sentir que viven la edad que tienen sin juicio.

Mientras la DGA realiza un análisis diagnóstico de la situación que hay en sus hogares de origen, las familias de acogida se convierten en un punto de apoyo emocional, educativo y vital para todos esos niños que “te enseñan a mirar con otros ojos y a entender que hay heridas que no se ven”, sostiene Beatriz.

Tal y como explican, tanto de ADAFA como desde esta familia de acogida, existen diferentes modalidades. Por un lado, está la de urgencia, en la que pueden llamarte en cualquier momento; la temporal, con acogimientos más largos y aviso previo de varios días, y la permanente, en la que se cuida al menor hasta que cumple los 18 años y se mantiene el vínculo con la familia de origen y con visitas.

Acompañamiento para las familias

“No solo queremos que se tenga a un menor en casa y se le alimente, sino que pretendemos que tenga unos vínculos afectivos sólidos. Hay que fomentar el apego, que participe en la vida de la comunidad y que el menor se sienta plenamente integrado en nuestra vida durante el tiempo que está con nosotros”, explica Martínez.

Para que esto se consiga con garantías y el menor pueda sobrellevar el “mazazo que puede suponer estar con personas extrañas y salir de su entorno”, desde ADAFA acompañan a las familias de acogida durante todo el proceso y se les ofrece asesoramiento psicológico para saber qué hacer y cómo actuar en cada una de las situaciones y necesidades de cada menor.

El proceso de acogimiento, de hecho, comienza con una valoración previa para asegurar que las familias pueden ofrecer un entorno estable. Después, llegan las sesiones formativas, las entrevistas y la asignación del menor.

“Es un camino que requiere compromiso, pero también humanidad”, explica Martínez, quien remarca que la idea es que el menor encuentre un espacio donde sentirse protegido y querido, incluso si su estancia es temporal.

No obstante, el presidente de ADAFA asevera que no siempre, después de realizar un diagnóstico del hogar de origen, el menor puede volver allí y, a veces, después del acogimiento, se opta por sumarlos al sistema de adopción para que puedan ir a su hogar definitivo. “La prioridad del sistema es que vuelvan con su familia biológica, ya sea con sus padres o con familiares cercanos. Pero, cuando fallan esas dos primeras opciones, se plantea la adopción. 

Lo que sí tiene claro Beatriz es que no hay que convertirse en familia de acogida “para ser padres”, ya que este proceso se debe iniciar con “el deseo de ayudar a los peques que están pasando por una situación vulnerable”. 

“Al final, en un centro de acogida no les falta un beso de buenas noches, ni comida ni techo, pero sí les falta esa sensación de hogar, de estar en un entorno con una dinámica familiar, con tonterías compartidas y con una sensación de pertenencia que en una casa sí se puede dar”, asegura.

Pensar en ellos y no en nosotros

Del mismo modo, Beatriz subraya que no hay que ser familia de acogida para que los niños “se acuerden de nosotros”, sino porque “tienes tiempo, amor, paciencia, una habitación libre y ganas de implicarte”.

“Cada niño es diferente y lo que te vale para uno, no te vale igual para otro. Eso hay que tenerlo en cuenta. Después, cada familia puede acotar y acoger a niños, por ejemplo, que tengan la edad similar a la de sus hijos para que jueguen juntos. Depende de cada uno”, destaca Raúl, quien reconoce que ellos empezaron con niños de cero a tres años y ahora tienen previsto acoger a niños de hasta doce años.

Por su parte, Beatriz explica la evolución como “una mariposa que ves saliendo del capullo para desplegar sus alas”: “Veo la evolución de los niños fascinada. Me parece maravilloso ver su capacidad de adaptación y que, incluso niños que no habían ido nunca al colegio o a un cumpleaños, disfruten sintiéndose parte de algo e iguales a los demás”, cuenta.

Además, según recomiendan, si vas a ser familia de acogida es importante que “en el momento en el que el menor o los menores, en el caso de ser hermanos, entran en tu casa, se sientan parte de tu familia independientemente del tiempo que vayan a estar en ella”. 

En el caso de ellos, nadie les preguntó sobre lo que hacían o les acusaron de “estar locos”. “Al contrario, les encanta verlos y también sufren la despedida. A veces prefieren ni enterarse porque se coge mucho cariño”, dice Beatriz.

Al mismo tiempo, comparte que uno de los mayores aprendizajes ha sido no juzgar porque, de hecho, “los niños que hemos cuidado han nacido aquí, en el hospital donde nació tu familiar, y sus padres se vieron en una situación indeseada por una enfermedad, una negligencia o una crisis temporal”.

Observar la capacidad de adaptación y resiliencia de los niños ha sido otro de los puntos de inflexión del acogimiento. Tal y como narra Beatriz, “había un niño con una autoestima muy bajita y que decía que era tonto que, cuando aprendió a sumar por primera vez, su felicidad fue inmensa y ya se vio capaz de hacer todo y más”.

Construir el vínculo respetando sus tiempos

No siempre es fácil conseguir que se sientan como en casa, pero trabajar para construir el vínculo y ver cómo se van abriendo es una de las “cosas más bonitas” para Beatriz y Raúl, quien remarcan que “si das amor, comida y cuidados enseguida empiezan a confiar en ti”.

“En el curso de formación ya te preparan para eso. Te dicen que es normal que un niño no cuente nada durante días y, de repente, mientras cenáis o paseáis, te hable de lo que pudo hacer su padre. Y ya no paran. Es muy bonito y revelador, aunque también duro porque a veces cuentan cosas difíciles de escuchar”, resume Raúl.

A lo que Beatriz añade: “Y no puedes juzgar ni decir nada contra sus padres, por muy duro que sea lo que te dicen. Solo puedes ofrecerles cariño, comprensión y compañía. Y decirles que, aunque no puedes cambiar su pasado, sí estás ahí para hacer que su futuro sea mejor”.

A su vez, ella comparte el recuerdo de una niña que se protegía detrás de su pelo y que no dejaba que la peinara, “hasta que poco a poco fue cogiendo confianza y un día me pidió que le hiciera una trenza”. “El cambio es posible, pero hay que tener paciencia para que sean ellos los que decidan la velocidad de ese cambio”, apunta.

Lo más doloroso: las despedidas

Aunque reconocen que hay procesos que podrían resolverse “mucho más rápido” que en estos momentos por “trabas burocráticas”, reconocen que uno de los momentos más duros del acogimiento son las despedidas.

“Es lo más triste, pero también sabes que va a estar bien. A veces, por la burocracia, se dificulta mucho el hecho de que se tenga que ir y el periodo de adaptación a su hogar de origen o a su nuevo hogar”, considera Raúl.

No obstante, Beatriz señala que “las despedidas también hacen que todo valga la pena” porque “ves el aprendizaje increíble de muchos de ellos”, pero también “de nosotros”. 

En cuanto a mantener la relación con los menores, ambos subrayan que es posible pero depende de cada caso porque “no es lo mismo un niño que vuelve con su familia biológica que uno que va en adopción”.

Pese a que en Zaragoza no se promueve este contacto, ellos sí lo han mantenido con algunos de ellos y “es precioso” porque “nos ven como unos tíos o como unos amigos de los papás”.

Al final, bajo el juicio de Beatriz, “a veces es mejor mantener un pequeño contacto porque un niño de cinco años que ha estado contigo un tiempo y deja de verte puede sentirse raro y pensar que si lo querían porque desaparecemos ahora”.

“Con muchos mantenemos el contacto fluido y nos vemos en cumpleaños o en verano. Con otros, tenemos noticias por felicitaciones o mensajes. Y, con otros, contacto cero”, detalla.

Pese a la dificultad, merece la pena

A pesar de que este proceso pueda parecer dificultoso y de que “no podemos de vender historias idílicas”, sobre todo al principio, tanto Jaime Martínez como esta familia de acogida indica que “merece la pena” y “es lo mejor que vas a poder hacer en toda tu vida”.

“Yo siempre digo que de las cosas que hago, seguramente la más importante sea el acogimiento. Han pasado muchos niños por mi casa. Deseamos que tengan una oportunidad de estudiar, de realizarse, de poder tener una familia estructurada y de una vida estable. Es algo costoso, pero si tienes vocación por ayudar me parece la forma perfecta para hacerlo”, resume el presidente de ADAFA.

Asimismo, advierte que “el menor no debe sentir que para tener una vida estable tiene que renunciar a su familia porque eso les provoca mucho daño”, por lo que “si es posible, incluso es bueno conocer a sus padres para que vean que no somos su competencia, sino que solo les vamos a ayudar”.

Por parte de ADAFA, reclaman un tratamiento terapéutico para los menores integral, evitar “un segundo abandono” cuando cumplen los 18 años y un plan de intervención “claro” en el que “todo el mundo sepa en qué momento estamos y hacia dónde vamos” porque “muchas veces son procesos muy inciertos y para tener una estabilidad emocional se debe tener certezas o previsiones”.

Aun con todo, para Beatriz y Raúl este proceso es “tan enriquecedor como para que las despedidas, que son tan duras, queden eclipsadas por la belleza de todo lo demás”.

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