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Barbijaputa es el seudónimo de la articulista que encontrarás bajo estas líneas. Si decides seguir leyendo darás con artículos y podcasts sobre el único feminismo sensato que existe: el radical.

“¿Cuántas veces es lo normal acostarte con tu novio?”

Barbijaputa

Hay tantas chicas que me preguntan “¿cuántas veces es lo normal acostarte con tu novio?” que me dije que algo así tenía que quedar registrado en Google. Y efectivamente, a poco que pongas algo tan amplio como “¿cuántas veces es lo normal...?”, varias de las sugerencias que te dan ya están relacionadas con el sexo, por ejemplo “Cuántas veces es lo normal hacer el amor” o “cuántas veces es lo normal tener relaciones sexuales”.

Muchas de ellas buscan tests para saber si son frígidas ya que, o bien sus parejas se lo han sugerido por no querer hacerlo tantas veces como ellos piden, o bien lo han oído como posible causa de la diferencia de deseo entre ellas y sus parejas. 

La presión a la que se somete a las mujeres dentro del hogar para mantener relaciones se materializa en chistes populares sobre nuestros dolores de cabeza como excusas para no querer hacer el amor, o por ejemplo también en los mensajes que recibimos del patriarcado, ya sea en boca de nuestras propias parejas o escritos en revistas para adolescentes (en una de ésas leí por primera vez la palabra “frígida”).

Hay muchas, muchas chicas que no saben cuántas veces “tienen que” mantener relaciones para ser “normales”. Yo misma me hice esa pregunta la primera vez que un novio me presionó para follar. ¿Cuántas veces tengo que hacerlo a la semana para que esté tranquilo? Según me decía él, su ex lo hacía siempre que se lo pedía, porque “le encantaba”. Yo entraba en cortocircuito... ¿si yo no quiero siempre significa que a mí no me gusta? ¿O que no me gusta tanto? ¿Era lícito nombrarme a una ex en la cama? ¿Esas ganas de estamparlo contra una pared al oírlo eran sólo celos? Algo me decía que no, algo me decía que sentía la necesidad de devolver una agresión. Una agresión que no fue cosa de un día.

Muchas de las chicas y mujeres que siguen enredadas en ese no saber o no entender, que piensan que tienen un problema con el sexo (no así sus parejas, claro), que creen que pueden ser frígidas por la presión a la que son sometidas, sólo tiene un problema: su pareja. 

Muchos hombres, en especial estos que presionan y hacen sentir mal a sus compañeras por no decir sí cada vez que ellos quieren, entienden el sexo como un método de control y una forma también de reafirmar su masculinidad. Da igual que en una semana no hayan sentido deseo, en sus cabezas suena la alarma de “Eh, ha pasado una semana y yo no he follado”. Alerta: masculinidad en peligro e interés de sus parejas en ellos en declive... y aquí viene la presión.

Caras largas ante un no, resoplidos, silencios incómodos en el “mejor” de los casos. Cargar con culpas a la mujer, conversaciones tensas donde se pone el foco del “problema” en ella, que es la que no quiere, violencia psicológica o física en el peor de los casos. Porque muchos hombres “solucionan” este conflicto presionando hasta que consiguen lo que quieren, es decir, muchos acaban violando a sus parejas. 

Jana Leo, en su libro 'Violación Nueva York', teoriza lo siguiente: “Mi concepto de domestofobia se basa en dos ideas: una, el concepto de hogar, que es un mito, porque en la práctica el hogar es más bien una cárcel: dos, la casa es, literalmente, un lugar donde se comete violencia contra las mujeres”. Y no puedo estar más de acuerdo, por supuesto. 

El hombre no tiene más necesidad que la mujer de mantener relaciones sexuales por ser hombre. Ni la mujer tiene más posibilidades de ser frígida que ellos por ser mujer. Esto es una construcción en torno a la masculinidad, como tantas otras, y como siempre, el objeto de esa violencia que se genera somos las mujeres: se nos presiona a nosotras, las dudas y preocupaciones sobre qué nos puede estar pasando las cargamos nosotras, y las violaciones las sufrimos nosotras. 

En la complicidad de una pareja, en el buen entendimiento, tanto unos como otras sabemos cuándo la otra persona está receptiva, cuándo se enciende (o no) con caricias o besos. Entender el lenguaje corporal es algo que todo el mundo puede hacer, pero insistir e insistir hasta el punto de crear una situación tensa es violento, y se hace adrede.

Rechazar mantener relaciones una o veinte veces jamás debe convertir ese momento en un conflicto en la pareja. Y si lo crea, si un hombre se pone tenso, o siente su ego machito dañado, el problema lo tiene él, no ella. Que el sexo sea la vara de medir de muchos hombres para valorar sus relaciones sentimentales es no saber mantener relaciones sanas e igualitarias.

Es vital que todas abracemos el feminismo para dejar de ponernos a nosotras mismas como foco del conflicto, y empecemos a problematizar las conductas de los hombres que entienden el sexo como controles rutinarios de su poder y de su masculinidad. Hombres que ignoran o señalan como trastorno lo que desean, sienten o quieren las mujeres cuando no se adaptan a sus “necesidades”.

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