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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Muertes “lentas y angustiosas” en honor a la virgen del Rocío

Una calle de El Rocío durante la romería del pasado fin de semana

Concha López

Cada año varios caballos dejan su vida en El Rocío, y no por devoción, sino por explotación. Hace pocos días, una vez finalizada la romería, PACMA sacó a la luz 'la cara oculta de El Rocío', una serie de imágenes grabadas durante el fin de semana de peregrinación, entre los días 22 y 24 de este mes, que constatan el maltrato a los animales. Son sobre todo caballos, pero también burros y bueyes.

Lo más habitual son heridas y llagas provocadas por rozaduras que no curan porque el roce es constante. Pero hieren más las miradas de agotamiento, de extenuación; la resignación de animales que siguen tirando de carretas cuando casi no pueden sostener su propio cuerpo.

Los datos de este año aún son provisionales, la Junta de Andalucía no ha facilitado el número oficial de animales fallecidos, pero las organizaciones animalistas de la zona creen que son al menos trece y podrían superar los veinte. No sabemos si entre ellos está contabilizado el que murió antes de comenzar la romería, al salir de la hermandad de Huelva. Trece pueden parecer pocos comparados con los miles de animales forzados a peregrinar en El Rocío. Pero para nosotros trece son muchos. Son demasiados. Y son solo los casos extremos. No hay cifras de los que quedan moribundos, ni de los que no podrán curar nunca sus heridas, ni de los que viven esa travesía como una caída a los infiernos que contrasta con la supuesta alegría que viven los peregrinos.

A tenor de lo que dicen quienes se interesan por el estado de esos animales y por su salud, podemos dar por hecho que ese calvario es generalizado. Porque los caballos pueden parecer muy robustos, pero son animales delicados. El sobreesfuerzo, la falta de agua y comida, las altas temperaturas, el peso continuado de los peregrinos o de las carretas, el roce constante de las sillas y de las riendas, tiene un efecto que se aprecia en su cuerpo y en su mirada.

Nos tranquilizaría pensar que la mayoría de los peregrinos se preocupa por la salud de los animales que les acompañan, pero la realidad indica que la sensibilidad es una excepción en la romería. La atención veterinaria o la disponibilidad de agua no es la que requieren tantos animales. Los periodos de descanso no suelen corresponderse con las necesidades de los animales sino con otras prioridades, y la sombra en el camino es demasiado codiciada como para dejársela a ellos.

UN PROCESO “ALTAMENTE DOLOROSO”

Marta Gallego Torres, veterinaria especialista en clínica equina, hizo en representación de AVATMA (Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia y del Maltrato Animal) un exhaustivo informe que da soporte científico a lo que con simple empatía se puede ver en los ojos de esos caballos, burros y bueyes. Remitiéndose a lo que dicen los propios veterinarios que están en la romería y con las limitaciones derivadas de no haber podido hacer necropsias, aprecia “indicios de que la etiología sea en todos o por lo menos la mayoría de los casos la privación de agua y el agotamiento por sobreesfuerzo”.

La muerte de esos caballos se suele resolver sobre el terreno achacándola a cólicos digestivos. Pero Marta Gallego apunta que, en ausencia de otras causas, la mayoría de los cólicos en caballos se resuelven con facilidad, y menos del 10% de los casos de cólico son lo suficientemente graves como para causar la muerte. “Ello da base a la hipótesis que indica que la causa primaria de la muerte no ha sido cólico digestivo sino ejercicio desmesurado y privación de agua”. Además, en contra de la tesis extendida entre los peregrinos, que prefieren pensar y decir que esas muertes son repentinas y sin sufrimiento, ese informe explica que ese proceso suele ser “altamente doloroso” y puede alargarse incluso hasta siete días, mientras se desencadenan una serie de fallos en el organismo “que poco a poco derivan en la muerte lenta y agónica del animal”.

El informe detalla esos procesos para que no haya lugar a dudas. Cuando va faltando el agua, explica, “se presentan diferentes manifestaciones, todas ellas angustiosas y desencadenantes de dolor”, entre las que destaca: disminución del rendimiento físico (fatiga, cansancio y angustia); sequedad de piel y mucosas; calambres y hormigueos en la musculatura; aumento de la frecuencia cardíaca y temperatura corporal; dolor de cabeza y malestar general; dificultad respiratoria e intolerancia al ejercicio (imposibilidad de moverse y mantener el tono muscular); incapacidad para orinar y eliminar sustancias tóxicas del organismo (con consecuencias igualmente dolorosas); estado de coma, pérdida de conocimiento que en casos graves y extremos de deshidratación conducen a la muerte.

Cuando el estado de shock comienza, existe una alta probabilidad de recuperar al animal y evitarle la muerte por deshidratación. “Si se actúa enérgicamente contra la causa, el pronóstico es siempre muy bueno”, pero para ello la persona encargada de ese animal tiene que haber apreciado su estado y tener margen para reaccionar, es decir, permitirle descansar y proporcionarle agua y sombra. Si no se corrige esa causa, en las siguientes 5 o 6 horas puede sobrevenir la muerte, pero no inmediatamente tras el inicio del proceso. “En el momento en que entra el animal en fase irreversible, tras la ansiedad inicial y la confusión que provoca todo el proceso, se induce un estado de letargo que antecede a la muerte fulminante, pudiéndose confundir ese estado de sopor con una ausencia de dolor, algo nunca justificado desde el punto de vista fisiopatológico”.

“Con todo esto podemos concluir que en ningún caso puede afirmarse que un animal víctima de este proceso haya sufrido una muerte fulminante y rápida”, dice el informe. “Más bien podemos hablar de una muerte angustiosa y lenta, resultado de la privación del elemento más imprescindible de la casi totalidad de todo organismo vivo, el agua”.

A la vista de todo ello, AVATMA pedía a la Junta de Andalucía una mayor presencia de equipos veterinarios y la permanente vigilancia de los animales durante el recorrido, que sugería hacer mediante la colocación de puestos de control en el camino, de forma que los animales que presenten cualquier síntoma de afectación tengan que ser atendidos de forma inmediata y retirados.

Ese informe se hizo en 2013, pero esas medidas no se han tomado y la romería ha seguido dejando su reguero de sangre. Muchos animales ni siquiera están identificados en el recorrido. Son vendidos, alquilados, prestados sin que sus necesidades más básicas sean apreciadas por muchos de quienes cada año peregrinan por las marismas para llegar a esa pequeña aldea de Almonte que pasa de poco más de mil habitantes a un millón de visitantes cada fin de semana pegado al lunes de Pentecostés.

A partir de los casos “extremos” que acaban en la muerte del animal, podemos preguntarnos cuántos más animales que no están entre los fallecidos viven El Rocío como un horrible episodio de dolor y sufrimiento sin que su mirada sea siquiera apreciada, sentida, correspondida por quienes derraman sus lágrimas ante una imagen. Podemos preguntarnos cómo es posible que tanta sensibilidad religiosa no se corresponda con la más básica empatía. Podemos preguntarnos, simplemente, cómo es posible provocar tanto sufrimiento para honrar una virgen.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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