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Opinión - El problema de los tres gorros. Por Elisa Beni
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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

El mejor abrazo es respetar su libertad

Centro de Rescate Inti Wara Yassi

Marlenne García Muñoz

Si ves vídeos de animales salvajes capturados en jaulas, y piensas que la cosa no va contigo; si lees una noticia, otra más, en la que explican que miles de especies están en proceso de extinción, y sigues pensando que el problema no va contigo, te invito a leer el informe realizado por WWF, El negocio de la extinción en España. Este estudio nos sitúa como punto clave para luchar contra el tráfico ilegal de especies protegidas que amenaza la biodiversidad del planeta. Sin duda, somos la puerta de entrada para que los vestigios de aquellos que alguna vez fueron animales salvajes entren a Europa y sus restos se banalicen en el mercado negro.

Después de las drogas y las armas, el tráfico de especies protegidas es el negocio ilícito que más dinero da en todo el mundo. Las consecuencias de esto nos atañen a todos, pero es obvio que continentes como Sudamérica notan más de cerca el desequilibro que produce la caza. Aunque todavía sean muchos los cazadores que justifican su afición a matar como una tradición “natural”, ya es hora de admitir que en la actualidad no hay nada de natural en destrozar la naturaleza.

Las investigaciones de Mauricio Herrera y Oswaldo Maillard, biólogos y miembros de la Asociación Civil Armonía, en Bolivia, afirman que la captura es considerada entre la segunda y la tercera causa principal de amenaza para la supervivencia de muchas especies, después de la destrucción de sus hábitats a causa de la deforestación. Más del 30% de la superficie de la tierra se destina a la ganadería industrial y, en particular en Sudamérica, el 71% de la deforestación se debe a la demanda de los productos derivados de estas explotaciones. Los pocos animales que todavía sobreviven en libertad, y cuyos hogares no han sido sustituidos por hileras infinitas de cereales para dar de comer a los pobres cerdos, están acorralados por una civilización que crece de forma desmesurada obviando sus atroces consecuencias. Y cuando la deforestación no llega, los cazadores entran al ruedo a rematar la faena.

Cada vez son más los países que reconocen institucionalmente los estragos medioambientales y el impacto negativo que causa la caza en la extinción de especies silvestres. Por ello, el pasado mes de enero fue Colombia la que se sumó a la prohibición de esta actividad para mantener a salvo a los habitantes de sus selvas y restaurar el equilibrio de sus ecosistemas, perturbados durante siglos por el hombre. Tal es la hipocresía de la caza que cuando un hombre termina con la vida del jaguar lo denomina deporte o negocio, pero si el jaguar consigue defenderse, lo llama desgracia. Pero ambas situaciones son absolutas desgracias, totalmente evitables, que no tendrían lugar si el cazador en cuestión se dedicase a otra actividad menos perversa.

La vigencia de la mentalidad especista sigue respaldando la destrucción de la naturaleza en favor de los intereses económicos de algunas pocas personas. ¿Acaso el dinero da oxígeno? Qué perturbador que el sistema siga anclado en esta creencia. Tan alarmante como la declaración del último informe Living Planet Report 2018 de la organización WWF: “Centro y Sudamérica han sufrido una dramática disminución del 89% en sus poblaciones de especies desde los años 70”. Los daños son irreversibles, aunque todavía estamos a tiempo de salvar millones de vidas.

Pepa es una de las monas capuchinas que lograron mantenerse con vida para contarlo. A través de sus ojos podemos hacernos una ligera idea del calvario que pasan estos pequeños hasta llegar al refugio Inti Wara Yassi, en la selva boliviana. Allí acogen a todos los animales que sobrevivieron cuando a punta de pistola los sacaron de sus casas.

De los animales que no matan en el acto para ser capturados y vendidos, se estima que vive 1 de cada 10. Es decir, que para llegar al número de 500 animales vivos que acogemos en este centro de Machía, han muerto aproximadamente unos 5.000“. Nena Baltazar es la directora y cofundadora del santuario Inti Wara Yassi, una organización que sostiene tres centros de rescate. Machía fue el primero en abrir, en el año 1992; desde entonces, Nena pelea a diario con las consecuencias de la caza y la pérdida de hábitat en la selva boliviana. ”Para sacar a ese animal y venderlo, primero matan a toda su familia. La gente no sabe que comprando animales fomenta tanto dolor… Aparte del sufrimiento irreparable y del trauma que les causamos, también es importante saber del peligro que para las personas supone tener un animal silvestre en casa, además del daño que esto genera en nuestro ecosistema“. Inti Wara Yassi abrió sus puertas con el rescate de dos monos araña, un capuchino y un mono ardilla. Actualmente este centro cuida de más de 500 animales de diferentes especies y procedencias.

“Cada animal tiene una función dentro de la cadena biológica, y muchas de estas especies (monos, aves, parabas) son diseminadoras de semillas. Cuando sacamos un animal de la selva estamos ocasionando un desequilibrio desmedido, y a quienes afecta directamente es a nosotros”. Como Nena explica, los animales deben estar en su hábitat porque allí cumplen un rol fundamental en el equilibrio ecológico, sin olvidar que también es importante reconocer su derecho de estar allí como seres sintientes que merecen vivir.

A Balú le arrebataron ese derecho. Después de ser testigo del asesinato de su familia, este oso de anteojos iba destinado a actuar en un circo, pero afortunadamente consiguieron incautarlo antes y enviarlo a Machía. La exhibición de animales en espectáculos o en publicidad son dos de las causas por las que animales en peligro de extinción como Balú son sacados de la selva. Ahora su destino es estar cautivo de por vida. “Es una lástima que estando en la selva no puedan ser libres. Una vez sacas al animal de su hábitat, en el 90% de los casos es imposible que puedan ser liberados. Primero, porque han perdido todas sus habilidades de animales silvestres necesarias para su supervivencia, como buscar comida o relacionarse con un grupo. Además llegan al centro con problemas irreversibles, tanto físicos como psíquicos. Es triste ver como muchos de estos animales han vivido como mascotas y están más acostumbrados a los humanos que a sus propios compañeros de especie”.

Una acción tan absurda y cruel como recurrente es precisamente comprar a estos animales como mascotas. Los monos o los coatíes son vendidos cuando son bebés y, más tarde, cuando crecen con el trauma psicológico y las deficiencias que les crea no estar en su hábitat, por instinto se vuelven agresivos y son abandonados. Igual que Marley, un puma hembra vendida en el mercado negro como mascota cuando tan solo era una cachorra. Inti Wara Yassi consiguió rescatarla de la casa donde estaba encerrada en condiciones de salud lamentables. Al no haber tenido acceso a la leche materna en su etapa de crecimiento, Marley estuvo a punto de morir por las graves carencias con las que llegó al centro.

Cada una de las historias es más triste que la anterior, pero sin duda una de las más desagradables es la de Bibi, una mona araña con miedo a los hombres. Tras masacrar a su familia para capturarla y venderla como mascota, fue a parar a la casa de un hombre que abusaba sexualmente de ella. Otro de los destinos de estos animales es ser un reclamo para las fotografías de los turistas irresponsables que visitan estos lugares. “Una de las últimas historias es la de dos parabas que han sido decomisadas de un hotel y que llegaron como si hubieran salido de un basurero. Llegaron tan mal que una murió a los 20 minutos de llegar. La otra todavía sigue en la clínica bajo el cuidado de los veterinarios”.

Dos parabas a las que, como a tantas otras, le cortaron las alas metafórica y literalmente. Una práctica común en la caza de aves exóticas es romperles los huesos de las alas o mutilarlas para que no puedan escapar. Desde Machía intentan darles la mejor vida posible. Con una alimentación óptima, cuidados y medicinas intentan que esta paraba recién llegada recupere su salud. Lo que nunca recuperará será su libertad.  

El hombre ha hecho de la tierra un infierno para los animales, nadie se salva, ni siquiera los pequeños insectos. Estos casos no son tan sonados como los de los grandes mamíferos pero el daño es igual de importante. Según los decomisos efectuados por la Dirección General de Biodiversidad y Áreas Protegidas (DGBAP), en Bolivia al menos 120 especies son blanco del tráfico ilegal. Mariposas, escarabajos y otras especies cruciales para la polinización y fecundación de los cultivos, mueren a millones para llenar las estanterías de los coleccionistas de Europa, Asia y Estados Unidos.

A este gran drama es de crucial importancia sumar el impacto de la comercialización indiscriminada de colmillos de jaguar que existe en Bolivia. Después de asesinar a los jaguares, sus colmillos son vendidos en el mercado chino, debido a la absurda creencia de que tienen propiedades afrodisiacas o como simples amuletos. En 2014 se detectaron los primeros casos a través de la empresa de correos boliviana Ecobol. Hasta ahora las autoridades han incautado alrededor de 300 colmillos, lo que supone más de 75 jaguares muertos.

“Esta época es tiempo de crías en la selva, y ahora es cuando la gente empieza a cazar animales. Solo en esta semana nos han llegado 6. Si aquí han llegado tantos, imagínense la de animales que están sacando a la venta en las ciudades”. El problema no cesa y cada vez más estos centros de recepción y rehabilitación de fauna silvestre están más desbordados.

“Nuestra organización no recibe apoyo del gobierno, de ninguna fundación, la mayoría de nuestros ingresos depende de las aportaciones de los voluntarios, las donaciones y las ventas de artículos que confeccionamos aquí. Y los gastos son extremadamente elevados”.  No solo hay que tener en cuenta las elevadas cantidades que necesitan estos animales para alimentarse, sino también para las operaciones quirúrgicas, las medicinas y sus nuevas jaulas. Porque es necesario remarcar que la tortura para ellos no termina cuando llegan a los centros de rescate, aquí siguen estando en cautividad. La mayoría de las veces estos centros no cuentan con el espacio ni con los medios económicos para poder dotarles de unas instalaciones óptimas. “Hacer este trabajo no es fácil, es incomprendido y no hay apoyo por parte de las autoridades. A veces es difícil seguir, es frustrante y los cambios son pequeños pero aquí estamos, seguimos luchando y trabajando día a día”.

Una lucha que no sería posible sin el trabajo de los voluntarios que vienen desde todas partes del mundo a poner su granito de arena. Desde Ibiza y Santander llegan Jara y Cecilia, veterinaria y primatóloga respectivamente, dos mujeres cruciales para el desarrollo óptimo de Machía. “Conlleva mucho trabajo y esfuerzo mantener a todos estos animales y siempre necesitamos ayuda, todas las personas que quieran venir a ayudarnos son bienvenidas”. Personas como Cecilia que está dedicando todos sus esfuerzos, experiencia y formación en primatología para conseguir que los capuchinos más agresivos y traumatizados consigan socializar y crear grupos entre ellos, algo que según su experiencia es vital para atenuar su calvario.

Sin duda, uno de los mayores logros conseguidos en este centro está a una hora de caminata atravesando la selva. Llenarme de fango bajo una tormenta amazónica fue más que recompensado cuando llegué hasta el grupo de monos araña que ha conseguido ser reinsertado en la selva y vivir en libertad. Una de las mejores experiencias que he vivido nunca. Día tras día, voluntarios de Machía hacen este arduo recorrido para asegurar su protección.

Al mismo tiempo que disfruto recordando ese momento mágico, los demás animales (lagartijas, iguanas, tortugas, caimanes, armadillos, perezosos, aves, felinos, monos…) son perseguidos sin descanso. Ninguno se libra de ser víctima de lo que el hombre llama “progreso”. Para los pocos que sobreviven después de las traumáticas condiciones de aislamiento, cautiverio, transporte y maltrato, su destino es ser vendidos como el abrigo de alguna frívola marca de ropa, para experimentación biomédica o para ser exhibido en cualquier espectáculo o zoo, si no acaban como animal de compañía. Y en el más positivo de los casos terminan en centros de rescate. ¿Quién necesita un meteorito teniendo algo más infalible y efectivo como el ser humano?

El futuro ya está aquí y todos los malos augurios se están cumpliendo con creces. Se cuentan por millones los animales que necesitan un abrazo de arrepentimiento y perdón en nombre de la humanidad, como el de Nietzsche al caballo de Turín. Pero estos animales silvestres no necesitan abrazos, la mayor prueba de amor es respetar su libertad.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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