Aurelia Bonet: los 98 años de la primera doctora en Física en España: “El magisterio ha sido mi gran pasión”
Cerca de seis décadas antes de que la ministra de Defensa, Carme Chacón, pasase revista a las tropas a punto de dar a luz, Aurelia Bonet (Valencia, 1927) leyó su tesis en Física nuclear visiblemente embarazada de su segunda hija ante un tribunal de severos catedráticos en 1958. Pero entonces no hubo fotografías y nadie se enteró del desafío que supuso. Un paso de gigante para las mujeres de su época.
Casi un siglo de vida da una perspectiva intensa de cómo ha cambiado el mundo. Aurelia Bonet ha visto levantar y tirar el Muro de Berlín, ha pasado una guerra, ha conocido a seis Papas y ha sobrevivido a una revolución tecnológica sin precedentes, aunque ella se considera “una profesora de pizarra y tiza”, explica con jovialidad en su casa de Santander.
La primera doctora en Física de la Universidad Politécnica de Valencia fue, sin ser consciente de ello, una mujer pionera que se atrevió a trabajar de casada, cuando no estaba bien visto en la dictadura, y que –en los años 60 y 70– compaginó sin baja de maternidad ni conciliación la crianza de cuatro hijos con la enseñanza y la investigación en la Universidad. Aunque los primeros años se cogió una excedencia para dedicarse a su familia, continuó siempre dando clases en casa.
Bonet fue la mujer que realizó los primeros estudios sobre el estado de las Cuevas de Altamira, en Santillana del Mar, que llevaron a restringir las visitas, y analizó las vacas para ver si después del accidente nuclear de Chernóbil les había llegado rastros de radioactividad. Ha publicado trabajos de investigación en las áreas de Física Nuclear, Radioactividad y Medio Ambiente. También formó parte del grupo investigador pionero en España en física nuclear. “Pasé horas y horas dentro de las Cuevas de Altamira”, rememora. “¿Qué era aquello de entrar todo el que quisiese, ¡entraban los colegios a manadas!”.
Ha sobrevivido a una revolución tecnológica sin precedentes, aunque ella se considera “una profesora de pizarra y tiza"
Ella cuenta, como si fuese lo más normal del mundo, que a la niña Aurelín, hija única de un matrimonio de clase media, sus padres le dejasen matricularse en la carrera de Químicas. “Tuve la suerte de que durante la guerra una joven nos dio clase en su casa a tres niñas que entonces teníamos nueve años”, recuerda. Después, ya en el colegio, fue una alumna ejemplar. En una caja aún guarda todas las bandas de los premios que recibía cada curso. El único suspenso en toda su vida fue el del examen del carné de conducir.
Su padre, topógrafo del Estado, “estaba un poco enfadado porque él quería que yo fuese chico, e ingeniero”, explica Aurelia en conversación con elDiario.es. Así que cuando vio que su hija era una estudiante brillante no dudó en apoyarla contra el dictado de aquellos tiempos y a pesar de que su propia esposa, maestra de profesión, “no ejerció, porque si lo hacía, parecía que su marido no la podía mantener”, apunta Bonet.
“Las amigas de mi madre decían: 'Aurelín saca buenas notas, pero eso es el colegio, ya veremos que pasa cuando vaya a la Universidad'”, bromea. Primero tuvo que superar el entonces denominado 'examen de estado' ante un tribunal de cinco profesores, todos hombres, en una mesa larga. “Estaba aterrada”, recuerda. Uno de ellos, el catedrático de Física Joaquín Catalá, le puso un problema. Aurelia tomó el lápiz y empezó a hacer cálculos. “¡Hombre, ya era hora de que alguien lo resolviese!”, expresó triunfante el catedrático cuando acabó. Aurelia fue la primera mujer que obtuvo un premio extraordinario en el examen de estado: “Todavía tengo por aquí las papeletas que nos daban”, dice orgullosa.
El magisterio, su gran pasión
Aquel catedrático tuteló su carrera universitaria en Ciencias Químicas, que era la única carrera que había entonces en Valencia. Después, con poco más de 20 años el grupo de químicos discípulos de Catalá estuvieron viajando a Madrid durante dos años a preparar los estudios de Física. Entre aquellos compañeros estaba Eugenio Villar, con quien se casó en 1954.
Aurelia ha disfrutado mucho enseñando. Ella y su marido eran grandes defensores de la educación. Hasta el punto de que pasando unos días de descanso en una aldea cercana a Requena –“fuimos en autobús porque era cuando aún no teníamos ni coche”, evoca– conocieron a un niño de 9 años que les llamó la atención. “Nos pareció muy inteligente y estaba el pobre trabajando en los viñedos”, explica. “Con esta manía que teníamos de enseñar, hablamos con el maestro, con el párroco y con los padres para convencerles de que tenía que estudiar”, añade.
Poco después supieron que su familia se había buscado una portería en Valencia para que el niño estudiase. Inmediatamente Aurelia les buscó y comenzó a darle clases particulares para ayudarle a aprobar el examen de reválida. “El magisterio ha sido mi gran pasión y mi modo de vida”, concluye.
Profesora en la Universidad de Cantabria
Bonet se incorporó como profesora –también fue la primera mujer– a la Universidad Politécnica de Valencia, pero la carrera profesional de Eugenio, que alcanzó una cátedra primero en Santiago de Compostela y después en Santander, la trajo con su familia hasta la Universidad de Cantabria, donde su marido fue decano de la Facultad de Ciencias y ella ejerció como profesora hasta su jubilación. “He sido feliz dando clases, porque lo que tú haces y lo que tienes en la cabeza no te lo puede quitar nadie”, suspira.
Ahora, con 98 años y una memoria y una vitalidad privilegiadas, disfruta con la música. Casi a diario toca el antiguo piano de pared con candelabros de bronce que hay en el salón de su casa, junto a un enorme ventanal que mira al Cantábrico. La casa que habitó con Eugenio Villar está llena de fotografías y recuerdos.
Hace unos meses un señor llamó al teléfono de una de las hijas de Aurelia. Insistió en que era un viejo conocido y pidió permiso para visitarla. Al abrir la puerta, Aurelia reconoció en ese hombre al niño de la aldea de Requena a quien había dado clase durante sus vacaciones. Llevaba mucho tiempo buscándola. Emocionado, le contó que había hecho carrera como ingeniero de Caminos y que ahora, ya jubilado, se dedicaba a la viticultura en las tierras que le dejaron sus padres. Abrió una bolsa y sacó una botella de su cosecha. La etiqueta que lo bautiza no puede expresar más con menos palabras. El vino se llama Aurelia.
0