Pedro Santamaría, escritor: “Me indigna más el presente y me maravilla más el pasado”
Pedro Santamaría (Santander, 1975) tiene unos contertulios peculiares. Últimamente ha mantenido coloquios con Alarico, rey godo que fue enterrado bajo el cauce del río Busento; Estilicón, un vándalo al servicio del imperio romano al que no le daba el día para apagar fuegos; y Gala Placidia, hija de emperadores romanos que fue secuestrada por el primero y tutelada por el segundo. Vamos, que no se aburre. El resultado de estas visitas y de su imaginación ha hecho que Santamaría escribiera 'El saqueo de Roma' (Pàmies, 2020), título que contiene un 'spoiler', aunque da igual porque Santamaría, con siete novelas a sus espaldas, es un consumado cicerón del pasado y uno de los más destacados novelistas del género histórico.
Licenciado en derecho por la Universidad de Canterbury, Inglaterra, país donde ha vivido, estudiado y trabajado desde los catorce años, ha vivido en Taiwan, donde fue profesor de inglés y castellano, antes de retornar a su tierra natal para establecerse definitivamente, o eso pensó él, ya que su curiosidad innata le lleva a muchos otros lugares donde documentarse y dar rienda suelta a su imaginación.
¿Qué hace un licenciado en Derecho metido a escritor de novela histórica? ¿Tan mal anda el ejercicio de la abogacía?
El ejercicio de la abogacía goza de una salud de hierro. Así como la burocracia se expande continuamente para satisfacer las necesidades de una burocracia en continua expansión, la maraña legal actual y la inseguridad jurídica que genera hace cada vez más necesaria la profesión.
La historia y la abogacía tienen más en común de lo que pudiera parecer a primera vista. Tanto el historiador como el abogado disponen de una serie de pruebas/fuentes finitas con las que probar una tesis. Por poner un par de ejemplos, puede defenderse con igual solvencia tanto que Napoleón fue un megalómano como que sus guerras tuvieron un carácter defensivo. Del mismo modo, y con las mismas fuentes, puede defenderse tanto que el Imperio Romano cayó carcomido por dentro después de siglos de decadencia, como que gozaba de buena salud y cayó derribado por una tormenta perfecta. Hay argumentos válidos y muy sesudos en ambos sentidos.
Acaba de publicar con Pàmies 'El Saqueo de Roma', cuya historia se sitúa en el marco del saco de Roma por los godos de Alarico en torno al 400 d.c. ¿Por qué esta época en concreto? ¿Qué le atrae de la caída de un imperio?
Tantas cosas… Personajes como Estilicón, el vándalo que intentó mantener unidas las costuras del imperio, Alarico, el caudillo que lideraba a los godos, ese pueblo errante que, cuarenta años antes del saqueo de Roma habían llegado a la frontera del Danubio como refugiados pidiendo asilo al imperio; mujeres de una personalidad desbordante como Serena, Gala Placidia o Eudoxia… El nacimiento del Cristianismo como religión de estado, el asombroso viaje de los godos hasta establecerse en España como reino, la fusión de la tradición judeo-cristiana con la greco-romana que ha dado lugar al modo occidental de comprender el mundo; las incógnitas… ¿Por qué cayó Occidente y no Oriente? ¿Fueron los bárbaros destructores o sucesores del Imperio? ¿Fue el Cristianismo un cáncer para la cultura clásica o el medio que sirvió para preservarla? ¿Qué peso relativo tuvieron la crisis económica, las guerras civiles, la inmigración incontrolada y las maquinaciones políticas? ¿Podría haberse evitado? ¿Qué es más asombroso, que cayera el imperio o que durara tanto?
La caída del Imperio Romano nos recuerda que ninguna civilización es eterna y que el colapso está siempre a la vuelta de la esquina. Que el mismo día que una civilización alcanza su cénit comienza su decadencia.
Más allá de los acontecimientos históricos, ¿qué ha pretendido al escribir 'el Saqueo de Roma'?
Creo que lo voy a definir con una cita de Winston Churchill:
«Una de las indicaciones de la grandeza de una sociedad es la diligencia con la que transmite su cultura de una generación a otra. Cuando una generación ya no aprecia su propio legado y fracasa a la hora de entregar la antorcha a sus hijos, lo que está diciendo, en esencia, es que los mismos principios fundamentales y experiencias que hacen de esa sociedad lo que es, ya no son válidos».
Una de las indicaciones de la grandeza de una sociedad es la diligencia con la que transmite su cultura de una generación a otra
¿Cómo sabemos realmente lo que ocurrió? ¿No es toda recreación una creación 'ex novo'?
La Historia Antigua es como un puzle de 10.000 piezas al que le faltan 8.000. Se puede adivinar la imagen, pero no está del todo clara. La labor del novelista histórico consiste en intentar rellenar esos huecos haciendo malabares con lo probado, lo probable y lo posible.
Al igual que en los cuadernos de dibujo de los niños, la Historia te da unos parámetros en blanco y negro, una silueta de la que no te debes salir. A partir de ahí el color es cosa del novelista.
¿Por qué la novela histórica? ¿Es un gusto personal, una apuesta comercial...?
Siempre me apasionó la historia, desde niño. Cuando leía acerca de una batalla mi imaginación vagaba, intentaba imaginar cómo sería estar ahí, en el fango, cómo sería blandir una espada, matar o morir, cómo se sentía un valiente, cómo se sentía un cobarde, cómo lo veía el general, cómo se había llegado a ello. Me fascinaban los diagramas de batallas. Tenía miles de soldaditos de plástico y me montaba mis propias batallas, generalmente históricas.
Cómo será la cosa que, con catorce años, cuando llegué a Inglaterra, lo primero que hice fue dibujar un diagrama de la batalla de Gaugamela: los persas eran las asignaturas del trimestre y los macedonios el tiempo que tenía para dedicarle a cada asignatura. Supongo que es lo que tienen las pasiones.
¿Cuál es el trabajo preparatorio a la hora de acometer uno de sus libros?
Principalmente dos. En primer lugar leer todo lo que caiga en tus manos sobre el período y los personajes del período, la forma de vida, los textos. En segundo lugar, perfilar esos personajes y trazar una trama.
¿Por qué cree que el pasado atrae tanto a los contemporáneos?
El pasado siempre ha atraído. En toda familia se cuentan historias y anécdotas sobre abuelos y bisabuelos, sobre lo que hicieron o dejaron de hacer, sobre su capacidad de sufrimiento, sobre el modo en que superaron tal o cual obstáculo. Toda ciudad, todo país, tiene relatos fundacionales que sirven para dotar a la sociedad de una identidad común y propia.
El ser humano necesita saber de dónde viene, dónde están sus raíces, cómo se enfrentaron otros a los retos de la vida, al amor, a la guerra, al hambre y al éxito, necesita saber cómo ha llegado hasta aquí. Por eso consumimos historias, por eso existen la novela, el teatro, la televisión y el cine, por eso existe la poesía. El pasado nos dice quiénes somos y quiénes queremos ser. Nos ofrece héroes a los que parecernos y villanos a los que no.
Por más que se cuente la historia, parece que estemos condenados a repetirla. ¿Lo cree así?
Creo que aunque conozcas tu historia estás condenado a repetirla. Al fin y al cabo lo que empuja al ser humano siempre es lo mismo: el poder, el amor, la avaricia, la amistad…
Hábleme de su faceta como traductor. ¿Cómo encara meterse en la mente de otro autor siendo autor usted mismo?
Pues, sinceramente, es fascinante. Es como otra forma de leer, más pausada, más intensa y profunda. Lo cierto es que aprendo mucho de mis traducciones.
¿Cómo es la aventura de domesticar el lenguaje? Como autor y como traductor, ¿hasta qué punto el lenguaje puede reflejar el pensamiento o el sentimiento?
No sabría decir si un escritor domestica el lenguaje o si es el leguaje el que lo domestica a él.
Como todas las herramientas, y por rico que sea, el lenguaje siempre es deficiente a la hora de transmitir ideas y, sobre todo, sentimientos. Suelo poner el ejemplo de un arquitecto. El edificio que un arquitecto tiene en mente es perfecto. Cuando ese edificio queda plasmado en el plano pierde parte de su “perfección”. La maqueta que resulta del plano es aún más imperfecta. Y el edificio final, una vez levantado, no se corresponde del todo con la idea inicial y etérea de su creador. Lo mismo ocurre con las novelas.
¿Qué le indigna más, el pasado o el presente? ¿Y qué le maravilla más?
Supongo que me indigna más el presente y me maravilla más el pasado. Pero ya se sabe: “cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Griegos, romanos, godos... ¿Qué página histórica viene ahora como marco de su próxima historia?
Pues tengo varias en mente, la mayoría sobre griegos, romanos y godos, aunque también empieza a seducirme la idea de cambiar de época a otra que siempre me ha fascinado: La revolución francesa y las guerras napoleónicas.
0