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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Apátridas

Pedro Sánchez durante una intervención pública.

Javier Fernández Rubio

José Antonio Pérez Tapias, otrora candidato a la Secretaría General del PSOE y una de las voces más templadas e inteligentes que le quedan a este partido, daba hace unos días con la piedra clave de la recientísima historia política de España: la defenestración de Pedro Sánchez desde la cúspide del PSOE como una 'cuestión de Estado'

En la entrevista de Manu Garrido, Pérez Tapias interpreta lo ocurrido como un 'sacrificio' aceptado por los socialistas, en una 'operación de Estado' orquestada para que nada cambie, ni siquiera la apariencia gatopardiana. No es nada nuevo, ni nada que sorprenda, pero es de agradecer que alguien de ese partido lo ponga en palabras.

Bloquear la posibilidad de una alternativa de Gobierno a Mariano Rajoy fue, por lo tanto, una cuestión de Estado, como si los partidos de oposición (obviamente con la exclusión del PSOE, cuyo sentido de Estado se le supone, como el valor en la mili) no fueran parte del Estado, como si, quien osara disputar la inveterada alternacia decimonónica PSOE-PP en el Gobierno de España, no fuera de este país, sino de otro, o de ninguno.

Dos fueron las causas de que el 'chico bueno' cayera en desgracia, a las puertas de un pacto con Podemos y sus confuencias: la cuestión catalana y la ruptura del modelo económico. Lo de la cuestión catalana es lo que enciende los ánimos del nacionalismo español; pero meter mano en el cajón del dinero de las multinacionales enciende las alarmas de los poderes fácticos y sus representantes en la Tierra, es decir, el Parlamento.

Es este cuestionamiento último el verdaderamente significativo, dado que el cisma catalán se apaciguaría, si hubiera voluntad, con inversiones (la red de cercanías ferroviarias, por ejemplo, en el entorno de Barcelona es tercermundista) y un nuevo modelo de financiación y/o de Estado, es decir, con dinero. Pero al poder económico no se le compra con dinero, porque el dinero ya es suyo; se le contenta sin más, asegurando las bases de su crecimiento futuro, que para eso manda.

Pedro Sánchez es como la criada respondona que le suelta cuatro frescas al señorito una vez se ve con las maletas en el felpudo. Todavía no está cerrada la cuestión y, ante la falta de un Bruto y un Casio en condiciones, el PSOE está lejos de haber remansado las aguas (como en toda estructura jerárquica, la dirección zanja las crisis por decreto, pero las crisis no se zanjan por decreto, sino cuando se cierran).

Así que tenemos a millones de ciudadanos que son españoles fiscalmente, pero que políticamente son una amenaza para el Estado. ¿Qué son entonces?

Ha terminado recientemente una de esas series televisivas edulcoradas en donde los carniceros se visten con ropajes de galán. Serrano Suñer, cuñadísimo y ministro de Exteriores de su Excelentísima Bajura, más nazi que los nazis, que ya es decir, desfilaba por las pantallas de los hogares españoles como si el franquismo no hubiera sido una dictadura ni él el más fiero apolegeta de Dachau y Mauthausen, sino un decorado viril de la raza, un destilado elixir que troca un país convulso en un régimen de opereta, en donde lo más urgente es tener controlada bragueta (disculpen por la paronomasia), propia y ajena, para que la dinastía no se tambalee.

En la serie, el ministro, transido de deseo, atribulado por la encorsetada alta sociedad del régimen (!), nos regala, desde sus dos metros de estatura (!!), todo un recetario gestual de sentimientos, hondos pesares y hamletianos dilemas (!!!), debidamente contextualizado ello, en sus comentarios a la serie, por los exégetas del revisionismo cuché: expertos en condesas y señoritos calaveras con ínfulas de historiadores y para los cuales las víctimas son como esos extras que salen en las películas de Cecil B. DeMille: mueren, pero de mentira.

Fue Serrano Suñer quien contestó a la Alemania nazi, cuando esta, tan ordenancista ella y tan preocupada por los detalles, preguntó a España qué hacía con los republicanos españoles que habían caído en su poder con la toma de Francia. Jurídicamente, el tema no era baladí. Eran españoles y aquellos eran alemanes. Pero la respuesta zanjó la cuestión de una manera sencilla: Franco y Suñer los declararon apátridas, es decir, mandaron un mensaje jurídicamente claro y políticamente contudente: 'Haced lo que queráis con ellos'. Todos acabaron en campos de concentración y exterminio.

¿A quién pertenecen los que son apátridas? Se pertenecen a sí mismos, pero ¿dónde quedan los derechos que tenían como ciudadanos de un país? ¿Cómo se pueden recuperar y ejercer? ¿Es suficiente con acudir a las urnas?

Montar una 'operación de Estado' para que millones de votos salidos de las urnas no cristalicen en un Gobierno es segregar del país, como decía al principio, a una parte muy significativa de su población, a la que se ve como una amenaza. Convirtió, de golpe y plumazo, a millones de españoles en apátridas sin Estado.

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