Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Italia ya ha probado todo
Acabo de volver de la feria de Bolonia, donde entre otras muchas tuve una conversación con dos agentes literarias italianas con las que llevo tiempo trabajando. Al acabar una de ellas me dice que España e Italia son dos países que se parecen mucho. ¿En qué?, la pregunto, por ver a dónde nos lleva la cosa. Contesta que, bueno, los dos sufrimos la misma banda de ladrones y el problema adicional de que cuando tratamos con colegas anglosajones dan por supuesto que nosotros somos ladrones también. Estoy de acuerdo, claro; en realidad ya había contado algo parecido en “La marca España”, en este mismo diario.
Pero los puntos de contacto entre ambos países van más allá. Dejemos discretamente al margen las relaciones con la Iglesia. Debemos a los italianos, por ejemplo, las anchoas de Santoña, la palabra “porcelana” y la experiencia más cercana con gobiernos de dos, tres o más partidos políticos.
Un pueblo capaz de inventar las anchoas de Santoña merece un respeto de partida. Más, si para hacerlo tuvo que venir hasta Santoña, un viaje un poco a contramano, porque los italianos son más conocidos por viajar en sentido contrario, hacia Oriente, a donde llevaron la única religión verdadera, la misma que los españoles exportamos en dirección contraria, hacia América. A cambio de esa riqueza inmensa, que garantiza una vida eterna fabulosa, los aborígenes nos dieron oro y plata, bienes terrenales, es decir, efímeros, y por tanto mucho menos valiosos. Bienes que nosotros traspasamos rápidamente a la Europa del norte, por otra parte, en santa demostración de nuestro despego por los bienes terrenales e inaugurando una tradición que pervive con buena salud.
Los italianos a su vez trajeron a su país, y se quedaron con ellos, los tallarines y la porcelana. Palabra esta última que significa exactamente “chocho de chona”, y designa lo que los ingleses llaman “china”, es decir, un tipo de loza. Un tipo de loza de superficie especialmente pulida que a los italianos les recuerda esa parte de la cerda y a los ingleses… nada.
Pero si en los últimos meses aparecen en la prensa española menciones a Italia, casi siempre se refieren a lo frecuentes que son en ese país los gobiernos de componenda entre varios partidos que concurrieron a las urnas como competidores. Son gobiernos que tienden a no durar demasiado, pero no estorban la vida cotidiana más que los gobiernos monocolores. Si aquí intentan presentarnos esos gobiernos compuestos como una amenaza, Italia aparece como un buen ejemplo para estar tranquilos: el país funciona.
Funciona como el nuestro, según cómo te pille. Mi visita del año pasado a Bolonia fue bastante desastrosa porque caí en un establecimiento incómodo y mal cuidado; la de este año ha sido magnífica porque estuve en un sitio impecable. He cerrado acuerdos con gente que respeta su palabra hasta donde haga falta y he visto trileros dentro de la feria (en sentido literal, y para entrar han tenido que falsificar alguna acreditación profesional). Más o menos como aquí cuando nos gobiernan unos, cuando nos gobernaban otros y cuando nos gobiernen esa mezcla de unos, otros y los de más allá que se nos viene encima, haya nuevas elecciones o no.
Italia es, como el nuestro, un país hecho de retales. Donde las tensiones, inevitables en todas partes, siempre amenazan con hacer saltar las costuras. Por eso el Parlamento italiano es el único, que yo sepa, donde se trata el tema catalán casi como propio [Liga Norte luce estelada en el parlamento italiano].
Y esta posibilidad de que las tensiones se resuelvan haciendo saltar las costuras ayuda probablemente a no buscar suavizar las cosas de otro modo, limando esquinas para buscar el encaje, como no les queda más remedio que hacer a los países mejor cohesionados. Así italianos y españoles hacemos política echando órdagos todo el tiempo, órdagos que enseguida hay que olvidar tras ver los del contrario y cambiarlos por otros, que a su vez se cambiarán dentro de nada: véase el juego de hemeroteca de las semanas que llevamos de campaña electoral y negociaciones posteriores. Mientras en esos otros sitios donde no hay costuras que puedan saltar aguantan un envite el tiempo que haga falta, canjeándolo, si resulta provechoso, por otro del contrario en el momento oportuno. Lugares, como Gran Bretaña, donde en consecuencia la palabra de los líderes es más fiable; las pérdidas en batallas, menores; y los gobiernos acostumbran ser monocolores.
Lo que no quiere decir que Gran Bretaña sea un país mejor que el nuestro o Italia. Solo que los británicos economizan más e inventan el ferrocarril. En cambio por aquí tenemos anchoas y la palabra “porcelana”, en lugar de esa sosez de “china” (por no hablar del kidney pie). Me pregunto qué merecerá más la pena.
En cambio, el tema de los gobiernos monocolores o arco iris no me preocupa lo más mínimo. Este país está hecho de retales, y su paisanaje es mil leches con toda claridad. ¿Por qué íbamos a querer tener un gobierno que no lo fuera?
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