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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La manzana flamenca

Jesús Ortiz

—Quítate la ropa, monina, coge una pieza del frutero y ponte junto a la ventana, donde hay más luz.

La muchacha mira al frutero mientras se desnuda y desecha mentalmente la sandía: tendría que sostenerla en la mano varias horas. También rechaza el racimo de uvas: va a posar para Adán y Eva, de Lucas Cranach el viejo, no para Los borrachos de Velázquez. Y lo que queda es una manzana colorada. La toma y se acerca a la ventana, donde obedece más instrucciones hasta acabar con la pose deseada por el maestro, y se pone a pensar en sus cosas, lo más quietecita posible.

Y de esta manera tan sencilla el Génesis se ha reescrito en la mente de todos. Haga usted la prueba, pregunte a su alrededor con qué tentó la serpiente a Eva en el Paraíso y prácticamente todo el mundo dirá que con una manzana. Sin embargo en la Biblia no aparece la dichosa manzana: Dios prohíbe comer el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, simplemente.

El escritor bíblico se molesta en explicar que después Adán y Eva se cubrieron con hojas de higuera, y que son expulsados del paraíso para que no puedan comer del segundo árbol, el de la vida, pero tampoco el fruto de este árbol es identificado de otro modo. Más brevemente: no hay ninguna manzana en todo el Génesis.

Imaginemos ahora una escena completamente diferente:

—Quítate la ropa, monina, coge una pieza del frutero y ponte junto a la ventana, donde hay más luz.

La muchacha mira al frutero mientras se desnuda y elige mentalmente una manzana colorada. La toma y se acerca a la ventana, donde obedece más instrucciones hasta acabar con la pose deseada por el maestro, y se pone a pensar en sus cosas, lo más quietecita posible.

Ah, ¿que no me ha salido completamente diferente? Es que en esta hay un personaje más: el padre de la muchacha. En realidad no está presente, pero tiene un papel fundamental: es profesor de pintura, y la chica está familiarizada con bocetos de toda suerte de temas clásicos, y de las historias que hay tras ellos, que su padre le ha contado durante años. Así que sabe muy bien que la fruta relacionada con la tentación y las mujeres es la manzana, la que debe entregar Paris a la diosa que le ofrezca el regalo más tentador. Afrodita, más lista que Hera y que Atenea, acierta de pleno: a cambio de la manzana de oro promete darle la mujer más hermosa del mundo, Helena de Troya.

Como se ve, es fácil convencer a mayorías inmensas de que algo está en un sitio donde nunca se lo vio. Fueron los pintores flamencos los que metieron a la manzana en el Génesis de matute. Lo lograron por el mismo procedimiento por el que Gregory Peck consiguió que todos creyéramos que Atticus Finch tenía su cara: ofreciendo una concreción visual donde previamente había un texto nada más, ninguna imagen que recordar. Después de ver la película, o los cuadros de los flamencos, todos quedamos convencidos de que hemos leído el rostro de Peck en Matar a un ruiseñor y, con mucha más convicción, la manzana en el Paraíso terrenal.

Pero los pintores metieron la manzana ¿porque era la única fruta aceptable disponible? ¿Por presiones de un hipotético lobby asturiano que querría promocionar sus pomaradas, como hacen hoy los bodegueros que pagan fortunas para que sus botellas aparezcan en las películas? ¿O porque la eligieron deliberadamente por seguir con la tradición clásica?

Los historiadores apuestan decididamente por la tercera posibilidad: el número de motivos y de relatos originales de que dispone la humanidad es relativamente pequeño. Cada periodo, cada nueva tendencia dominante, los retoma, disfraza y reorganiza a su conveniencia. Así la manzana de Paris no es el único elemento de la religión griega que se cuela en la Biblia; también Zeus, su gran dios. Zeus se transforma en cisne para poseer a Leda y engendra en ella dos hijos (Pólux y Helena —sí, la de Troya—); pero además el inmediato ayuntamiento de Leda con su legítimo marido, mortal, da origen a otros dos hijos (Cástor y Clitemnestra —sí, la mujer de Agamenón, el que sitia Troya—), ¡eso sí que es capacidad de generar!

La historia de Leda y el cisne, también un motivo pictórico clásico, resulta un antecedente claro de la paloma que anuncia a una señora de Israel el nacimiento de un hijo. Con rebajas en todo: de cisne a paloma, de posesión a anuncio, de cuatro hijos a uno solo… de más a menos, por el camino del ahorro judío.

Parece mentira que el mundo que conocemos, que tanto énfasis pone en el crecimiento desde la Biblia (creced y multiplicaos), cuyos próceres se llenan la boca día sí, día también, con lo de «crear empleo», haya elegido una religión obviamente de rebajas a partir de sus precedentes. La griega, una religión llena de dioses e historias, no ha podido sobrevivir. Llena de dioses e historias simpáticas, además. Empezando por el dios supremo, Zeus, que se pasa la vida (eterna, oiga) matando el rato con jovencitas y escondiéndose de su mujer.

Pero los simpáticos no conquistan el mundo: la Historia parece enseñar que el mundo se conquista matando a los simpáticos. Y así una religión como la griega debe desaparecer a manos de tres variantes que solo tienen un dios ceñudo. Y que no quiere competencia: «Y dijo Yahveh Dios: “¡He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre”» (Gen. 3, 22).

De muchos dioses a uno solo, de muchos textos que se sobreponen a un libro único y ordenado, de multitud de escarceos divertidos al trabajo y el culto nada más. De la imaginación desbordante al discurso de carril. De la abundancia y la pluralidad, a la escasez y la imposibilidad de elegir.

Pero quizás la escasez y la imposibilidad de elegir estuvieran ya en el principio de nuestra historia. Quizás cuando la muchacha se desnudaba para Cranach en el frutero había una única y roja manzana. Horas más tarde, ida la luz, acabada la sesión de pintura, la mujer de Lucas vuelve a casa.

—Maruja, ¿no te había dicho que me trajeras naranjas del mercado?

—¡Naranjas! Con lo que te pagan por los cuadros no se puede comprar naranjas. De Valencia, vienen las naranjas. Y ¿tú sabes a qué precio está todo en Valencia…?

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