Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
No es la vivienda, es el sistema
La vivienda es tan importante que ha logrado eclipsar al sistema. Es cierto, la vivienda (de calidad) representa el espacio seguro, la tranquilidad, la posibilidad de una vida en la que planificar o anhelar no sean verbos conjugados en finés. Pero el debate sobre la (casi) imposibilidad de acceder a una vivienda digna y que podamos pagar logra que el sistema (ese engranaje en que nada está aislado del todo) pase agachado en el debate.
Las leyes que regulan el uso del suelo, los pírricos planes políticos de vivienda pública o las propuestas de limitar el enjambre mortal de pisos turísticos no pueden hacer nada contra una realidad más compleja.
Eurostat confirma que la evolución de los salarios en España entre 1995 y 2023 sólo rasca un +3% en el total de personas empleadas (un +6% en los contratos a jornada completa). Nuestra realidad solo es comparable en Europa a la de Italia. Mientras, en Francia los salarios medios han acumulado un crecimiento del 27%, en Alemania del 12% o en Irlanda del 64%. Mientras, en ese mismo periodo, el precio del metro cuadrado de la vivienda nueva en España ha subido un 127%. No hay que ser matemático para medir la brutal brecha existente entre salarios y precio de la vivienda.
La baja calidad de nuestros salarios tiene que ver con la dependencia de nuestra economía de unos sectores hostelero y de servicios —la base de la maldita turismo subordinación— en los que la cualificación no es un mérito, se paga mal e informalmente en muchos casos. La economía del chiringuito sirve buenas cañas pero aleja la posibilidad de la autonomía económica para el grueso de la población. Todo es precario y nos hemos acostumbrado a ser camareros temporales en nuestras propias vidas. También podemos relacionar esos absurdos salarios con la forma en la que, tradicionalmente, los empresarios han mejorado sus beneficios, que no es mejorando el producto o dotándolo de valor añadido, sino exprimiendo la mano de obra al límite.
Otro elemento a tener en cuenta también es heredado de los tiempos oscuros del siglo XX. La obsesión española por la vivienda en propiedad y la entrega sin condiciones del mercado del ladrillo a la iniciativa privada provocaron el tsunami perfecto que ha hecho imposible contar con un parque de vivienda pública potente, como lo tiene Países Bajos (30%), Austria (24%) o el Reino Unido (17,6%). Nosotros raspamos un 2,5% que nos aleja casi 7 puntos de la media europea. Las mafias de la construcción no dejan de saltar en las noticias relacionadas con la corrupción y sus empresas contratan mano de obra precaria sin fin pero seguimos poniendo el foco en los corrompidos y no en quiénes pagan las mordidas, fuerzas recalificaciones de terrenos o ganan contratos públicos con bajas temerarias. Este modelo de pelotazos inmobiliarios ha calado en la llamada clase media española que siempre ha apostado al ladrillo como refugio para sus pocos excedentes. La mitad de los caseros que alquilan pisos son pequeños propietarios que tienen una o dos viviendas en propiedad. Nos explotamos a nosotras mismas.
Si nos preguntamos cómo hemos aguantado hasta hoy podríamos pensar que la herencia de la casa familiar ha salvado a mucha gente de la intemperie, pero resulta que ahora madres y padres viven muchos más años que en 1995. De hecho, la esperanza de vida ha pasado en estas dos décadas de los 78 años a los 84 (si seguimos con los porcentajes un +7,69%, más del doble que los salarios), así que lo de la herencia mejor lo apuntamos para la jubilación en el mejor de los casos.
También hemos aguantado porque habíamos heredado del franquismo la agotadora cultura del pluriempleo, pero eso murió con una generación y ahora dejamos que nos explote un solo empleador.
Y, fundamentalmente, hemos aguantado porque la narrativa que nos llega a través de los medios de comunicación siempre nos ofrece un enemigo pequeño que invisibilice al sistema perverso en el que nos enredamos cuando queremos dar pasos hacia nuestro provenir. A veces son los bancos, en otras ocasiones son los fondos de inversión, ahora son los pisos turísticos… todo menos el sistema. La buena noticia es que, aunque desmontar el sistema perverso parezca imposible, las políticas públicas pueden minimizar sus daños. Proyectos de construcción masiva de vivienda pública, planes de fomento de un tejido económico de valor añadido, modelos de cooperación que permitan buscar soluciones no individuales, apuesta por una vivienda rural sostenible y comprable, desincentivación de la segunda vivienda, impuestos a la vivienda desocupada o a la acumulación de propiedades… Las recetas son más o menos conocidas pero deben actuar sobre varios de los factores que pervierten la vida, no sobre el que esté de moda en el discurso público.
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