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Latas de anchoas en conserva: empleo precario, feminizado y discriminatorio

Un grupo de mujeres trabajando en una conservera.

Rubén Alonso

Si hablamos de precariedad, de desigualdad y de empleo feminizado hay un sector que lleva desde su orígenes encarnando estas características con pocos visos de progreso. Se trata de las conserveras, trabajadoras de las fábricas de anchoas encargadas, principalmente, de empacar el pescado. Contratos temporales, que no facilitan la conciliación y con remuneraciones inferiores para ellas respecto a ellos por una misma tarea son la seña de identidad de esta profesión.

“Vamos a peor, sigue habiendo discriminación entre hombres y mujeres, y seguimos perdiendo derechos”, asegura una empleada con 28 años de experiencia en una conocida fábrica cántabra. En su caso, cuenta en conversación con eldiario.es, estuvo la mayor parte de ese tiempo como “fija-discontinua”, un tipo de contrato que en este sector se utiliza mucho y con el que “te pueden mandar al paro cuando quieran”, tal y como la propia trabajadora lo describe. 

Aunque recalca positivamente que por fin le hayan hecho “fija-indefinida” este año, lamenta que en el último convenio les hayan suprimido la antigüedad y les hayan exigido mayor flexibilidad, algo que choca con la necesidad de conciliar vida laboral y familiar. Explica también que cada vez hay menos trabajo aquí porque existe una tendencia a llevarlo a países con mano de obra más barata, como Perú o Marruecos.

Mónica Rodríguez es miembro de la Ejecutiva de Industria de CCOO de Cantabria y trabajó 10 años atrás como conservera. Cuenta a este medio que desde entonces “las cosas no han cambiado demasiado”, pero sí pone en valor algunos pasos que se han dado que han repercutido de manera positiva en los derechos de las mujeres que se dedican a esta profesión.  

Relata que entonces el sector estaba muy desregulado ya que las empresas no respetaban el convenio y las trabajadoras “no encontraban la fuerza suficiente” para imponer que se hiciera. “Éramos mujeres que salimos a los 15 años de estudiar para meternos en una fábrica y no sabíamos mucho de derechos laborales; jugaban con esa ignorancia”, detalla esta exempleada, añadiendo que los deberes los conocían de sobra porque era lo primero que aprendían. Ahora, “gracias al trabajo de los delegados sindicales se ha conseguido cambiar ese chip”, celebra.

No obstante, aún queda mucho camino por recorrer. El contrato 'fijo discontinuo de duración incierta' citado anteriormente es una de las principales losas para las mujeres de este sector. Predomina hasta tal punto que se aplica a más del 90% de las conserveras y “produce efectos perversos”, tal y como subraya Rodríguez. Y es que permite a la empresa mandar al paro a la trabajadora sin extinguir la relación laboral, quedando suspendida hasta que vuelva a haber suficiente trabajo como para que pueda reincorporarse a su puesto. 

Durante ese tiempo, cobra prestación por desempleo, pero lo habitual es que se le agote. “Si en un año natural, la empresa solo te necesita 11, 30 o 75 días, por ejemplo, la agotas, no cotizas y no puedes irte de la fábrica”, expone la representante sindical. “Estás sujeta a que la empresa te llame cuando quiera y si tienes una actividad de por medio, la tienes que dejar”, señala, con la consecuente “incertidumbre” que genera en la empleada, puesto que puede darse el caso de que solo la llamen para tres días.

Además, el hecho de que no puedan extinguir la relación laboral de forma voluntaria supone un escollo importante para ellas, puesto que si lo hacen pierden los derechos adquiridos por antigüedad. “La tiene que extinguir un juez”, asegura Rodríguez, e incluso hay casos en los que trabajadoras lo han pedido en un juzgado “y se lo han denegado”, apunta Rodríguez.  

Por otro lado, la exigencia de mayor flexibilidad horaria en el último convenio firmado de 2016 a 2020 supone un problema para conciliar vida familiar y laboral. Antes de la reforma laboral de 2012, se imponía un 10% sobre la jornada, en computo anual, de disposición para el empresario, para asuntos organizativos o de producción, pero, según detalla la integrante de CCOO, “tenía que ser negociado y acordado con la representación legal de los trabajadores”.

Sin embargo, la reforma laboral “se lo cargó y permitió que las empresas pudieran imponer el 10% de flexibilidad aunque no hubiese acuerdo”. Esto acarrea, por ejemplo, que haya empleadas que tengan que ir a la fábrica un sábado cuando normalmente no les corresponde. Y a pesar de que la empresa está obligada a avisar con cinco días de antelación, “en varios casos no se hace”, es decir, “se actúa de forma arbitraria”, lamenta la representante sindical. 

“Te llamo hoy y baja mañana, y no te puedes negar a una orden”, señala sobre la forma de actuar de algunas empresas, contra la que si la trabajadora interpone una demanda, para cuando salga la resolución ya ha tenido que acudir a su puesto. 

Discriminación de género

En un sector predominantemente copado por mujeres -un 95%-, los pocos hombres que ejercen en él cuentan con algunos privilegios respecto a ellas. Tradicionalmente se ha incluido a las mujeres en el conocido como grupo profesional 'cinco' y a los hombres en el 'seis'. El primero de ellos está catalogado como de 'producción' y el segundo como de 'oficios varios', que generalmente se llevan a cabo en el almacén.

Según la experiencia de la trabajadora que ha preferido mantenerse en el anonimato, en su empresa hay mujeres que llevan a cabo labores de almacén y que por formar parte del grupo 'cinco' su salario es inferior al de los hombres. Rodríguez explica que todas son tareas productivas y que tienen las mismas categorías y que, sin embargo, el grupo que se aplica a las mujeres es “mucho más bajo” que el que se aplica a los hombres. 

“Desde el sindicato lo conocemos, pero hay que poder demostrarlo”, algo para lo que, según afirma, están trabajando. Además, resalta que la discriminación no es “solamente salarial, sino también contractual”, ya que ellos son fijos, trabajan todo el año, no por jornadas como lo hacen ellas, por lo que “la estabilidad es mucho mayor”, tal y como subraya la integrante de CCOO. 

Y a todo ello hay que sumar los problemas de salud que padecen las trabajadoras a consecuencia de las características de las labores que desempeñan. Son frecuentes los trastornos musculo esqueléticos derivados de realizar la misma práctica una y otra vez, en la misma posición, durante mucho tiempo. Se trata de lesiones en codos, muñecas, manos, cuello, espalda... que “no están contempladas en el cuadro de enfermedades profesionales”.

“Esto genera muchos problemas a la trabajadora para pedir una baja médica, ya que la mutua no se quiere hacer cargo”, denuncia Rodríguez, lamentando que sea la propia afectada la que se tiene que movilizar para conseguir demostrar que lo suyo es una enfermedad profesional y no una común. 

Así todo y como conclusión, esta integrante de CCOO que está en contacto con las trabajadoras asegura que ahora “estamos mejor” haciendo una comparativa con el periodo crítico del sector, cuando se cerró el caladero en 2006. No obstante, reconoce que hace 20 años la situación era más próspera. “Había fábricas con plantillas enormes y ahora son pequeñas, como si fuesen obradores”, concluye. 

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