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Vestigios fotográficos de lo que se llevó el gran incendio de Santander en 1941: La Ribera en los archivos de la Biblioteca Nacional

"Fiesta de la Jura de Alféreces en Santander". Octubre de 1937. La imagen corresponde con lo que hoy es Calvo Sotelo.

Javier Fernández Rubio

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Al incendio de Santander de febrero de 1941 se le conoció popularmente como 'el andaluz' porque empezó en la calle Cádiz y murió en la calle Sevilla. El Santander histórico y popular que ocupaba el centro de la ciudad, en el entorno de Plaza Vieja y la Catedral, así como el 90 por ciento del comercio local alojado en las también desaparecidas calle La Blanca y San Francisco, quedó calcinado.

Los vestigios fotográficos del viejo Santander son piezas codiciadas por los amantes de lo antiguo, que poco tiene que ver con el surgido de la reconstrucción, sobre todo por las dos trincheras abiertas a la bahía (calles Lealtad e Isabel II), que rompieron la continuidad de la calle Alta hasta la Catedral y el túnel del Pasaje de Peña.

De la abigarrada mescolanza de viviendas que ocupaba la superficie de lo que fue el Santander medieval solo se salvaron las calles Arrabal y Del Medio. El resto del casco viejo desapareció, lo que hace de Santander un caso singular entre las ciudades españolas, cuyos vestigios más antiguos se reducen a la Catedral e inmuebles de la calle Alta.

Los archivos de la Guerra Civil que ha digitalizado la Biblioteca Nacional, a través de su servicio Biblioteca Digital Hispánica, permiten desbrozar de los acontecimientos del momento el escenario en que se produjeron y arrojan imágenes poco usuales del Santander que se quemó.

Este es el caso de la ceremonia de la Jura de Bandera por los alféreces provisionales, que tuvo lugar en la Plaza de Alfonso XIII en octubre de 1937, apenas dos meses después de la entrada de las tropas franquistas en la capital de Cantabria y en plena Guerra Civil aún.

En las imágenes es apreciable a la perfección la balconada y los locales comerciales y hosteleros de La Ribera, lo que ahora es Calvo Sotelo, sin solución de continuidad con el Paseo de Pereda, no como ahora, que queda interrumpida la línea de fachada por la Plaza Porticada.

Es en la segunda línea, sin embargo, donde la reconstrucción de la ciudad acabó con la trama viaria antigua. Salvo la calle San Francisco, apenas hay vestigios de Atarazanas, El Puente (que conectaba la iglesia de San Francisco con la Catedral), La Blanca y la propia Plaza Vieja, sede del histórico Ayuntamiento.

La devastación en la zona fue total, a excepción hecha de la iglesia de San Francisco y Correos. El centro histórico, desde la Atalaya hasta Calderón de la Barca y desde la Plaza del Príncipe hasta el Ayuntamiento actual, quedó reducido a escombros en un período de tiempo en donde la ciudad sufría las penalidades de la posguerra y en donde los siniestros proliferaban en un país inmerso en un aislamiento exterior que limitaba los recursos, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.

Tres años antes del incendio proliferaban en la ciudad las características galerías de madera y también balconadas de hierro forjado y cristalería emplomada.

El incendio de Santander destruyó 37 calles, 440 edificios y 2.000 viviendas, aproximadamente. Solo hubo que lamentar la pérdida de una vida humana, pero miles de personas perdieron sus hogares en pleno invierno y el comercio tuvo que ser realojado durante años en los Jardines de Pereda.

Pero la principal consecuencia del nuevo mapa de la ciudad fue doble: un movimiento especulativo sobre los solares que habían quedado despejados y el desplazamiento de la capa de población humilde a la periferia. Grandes fortunas actuales proceden de aquel entonces, del mismo modo que los pescadores fueron desplazados al nuevo Barrio Pesquero desde Puertochico, que no fue afectado por el incendio.

Se construyeron poblados de asentamiento, que ahora son característicos, uno de ellos fue el de las 'casucas' de La Albericia, en donde los moradores encontraron nada más entrar en sus viviendas la mesa puesta con los cubiertos dispuestos.

Santander fue reconstruido con materiales de pobre calidad y hoy día todavía depara buenos sustos a los que viven en él, lo que lleva a profundizar en las inspecciones, básicamente visuales ahora, para monitorizar el estado real de la estructura de los edificios.

La singularidad de la reconstrucción de Santander fue que supuso una ocasión perdida para haber puesto los cimientos de una ciudad moderna. Al maximizar la ocupación de los nuevos edificios, y así rentabilizar más su venta, la trama viaria fue pobre, propia del siglo XIX, con calles estrechas que a día de hoy siguen estrangulando el tráfico en una ciudad de carácter lineal y que conforma un fondo de saco en la península en que se enclava mirando al sur.

Los 115.421 metros cuadrados de suelo urbano privilegiado siniestrados fueron aprovechados por la burguesía de la ciudad para obtener plusvalías. Más allá de la propaganda del régimen con la reconstrucción, el centro experimentó una segregación socioeconómica que expulsó a 10.000 afectados por el incendio y generó un conjunto de operaciones urbanísticas en donde se fusionaron solares para obtener mayor rentabilidad.

La actividad constructiva fue superior a las necesidades y las autoridades franquistas dejaron en manos de la 'iniciativa privada' el diseño del nuevo Santander. El interés público quedó arrinconado y las consecuencias se pagan todavía hoy.

Para el año 1954 estaba prácticamente finalizada la reconstrucción de Santander, con un resultado de cinco nuevos edificios públicos y 170 privados. Ha cambiado la configuración del centro mismo, lo que se ha ido acentuando con el correr de los años, en donde este punto neurálgico de la ciudad está quedando despoblado para ir siendo ocupado por oficinas y franquicias. Pero los viejos toldos de los comercios al sur, los cafés en entreplanta, los colmados y tantas otras cosas características del Santander antiguo hace tiempo que ya son historia.

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