Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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Con un cuchillo de plástico
Con un cuchillo de plástico de esos
que dan en los aviones y ahora también
en los campos de detención de refugiados
que los llaman así por no llamarlos
campos de concentración o cárcel
con ese cuchillo de plástico
poco más grande que su mano de 6 años
Zahra intenta cortar la valla metálica
que la retiene como a un pájaro
enrejado. Zahra es siria, es una niña
aunque parece un jilguero en una jaula
de hierro y en su mano tan pequeña
como ese agujero de alambre de la cerca
al que se agarra con su manita de pájaro
como si tocase la libertad al otro lado
el cuchillito de plástico
recuerda a la cubertería de una casa de
muñecas o de una de esas cestas campestres
con la que mis sobrinas juegan a irse de
merienda a un campo imaginario algunas veces
sólo que este campo es real aunque no tiene
más flores que las que chillan de hambre
en brazos de sus madres porque les falta
la leche y las muñecas juegan
a cortar vallas metálicas
con diminutos cuchillos de plástico
bajo enjambres de púas que les cortan
el paso y le hacen heridas al aire.
Con un cuchillo de plástico
con un cuchillo de plástico solamente
tan romo como el futuro por delante
quiere Zahra defender a sus padres
de la guerra por detrás y liberarles de
las rejas de enfrente y desafiar a los
tanques y obligar a las bombas a
retroceder también a la sangre
que brotaba del brazo de aquel hombre
y amputar cárceles de alambre duras
como la piel de los presidentes y desarmar
a los vigilantes de esa prisión de animales
en un duelo de espadachines y cazar
leones con su sable para dar de comer
a su gente y atravesar las paredes
como hacían los fantasmas
en el cuento que le leía su padre
al acostarse y luchar contra molinos y
gigantes con su espada de juguete
y abordar como un pirata a los traficantes
que hicieron llorar a su madre y a ella
le dieron un susto de muerte cuando
la metieron a empujones en aquella
cáscara de cacahuete en la que no cabían
más miedo ni más tripulantes
ninguno dijo nada en todo el viaje
sólo se oía el llanto de algunos niños
puede que también el de algunos mayores
pero se confundía con el rumor de las olas
que les balanceaban
como si fueran montados en un elefante
o como se movía su abuelo Abdullah
que siempre le contaba que en esa barriga
tan grande escondía el tesoro
más fabuloso que uno podía imaginar
pero luego se murió y lo enterraron con él
aunque ella se lo dijo a todos pero nadie
la quiso escuchar si Zahra hubiera tenido
un cuchillo de plástico como el que ahora tiene
se lo hubiera podido sacar y quizá hubieran
podido coger un barco un crucero por el
Mediterráneo incluso dormir en un hotel.
Sólo con un cuchillo de plástico
quiere abrirle un boquete a esa
tela de araña con patas de metal
que los ha atrapado en sus redes
de estaño como insectos de muestrario
a los que se comerá para la cena si antes ella
no logra salvarlos. Sólo con un cuchillo de plástico
no tienen más que un cuchillo de plástico
Zahra, Aylan, Leila, Jadiga, Abdel, Hassan
para defenderse de los perros y los golpes y
los gases para enfrentarse a primeros ministros sin
órganos vitales para combatir el frío y la
intemperie para cortar las alambradas y comerse
su hambre para remar contra la muerte y levantarse en
armas frente a la Europa que les combate
como si tuvieran la peste o para
cavarse una tumba en el barro de los campos
de Quíos, Idomeni, Moria o Kara Tepe.
Con un cuchillo de plástico
con un cuchillo de usar y tirar
con un cuchillo de pobres
Zahra quiere aserrar sus barrotes
como un preso que quisiera
hacer un túnel
con una cucharilla de postre.
Inspirado por la foto del activista Benjamin Julian tomada en el campo de Quíos y cedida a eldiario.es. Aparecerá en el libro que publicaré próximamente “El grito en el cielo”.
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