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Carta con respuesta es un blog del escritor Rafael Reig. Dejad vuestros comentarios en este blog sobre vuestras preocupaciones políticas, sociales, económicas, teológicas o de cualquier índole, y él os responderá cada martes.

Si tuviera buen señor

Rafael Reig

¿Cómo es posible que un ministro de Justicia reciba a un grupo de ciudadanos que le pide una barbaridad tan grande como que incumpla la ley? ¿Cómo puede el ministro asegurarles que “Hoy más que nunca tenemos que decirles que el Gobierno ha estado, está y estará a su lado”? Un ministro de Justicia ¿no debería estar más bien del lado de la ley? ¿Y no trabaja para todos los españoles, incluidos los asesinos españoles? Con desparpajo, sin ponerse colorado, el ministro Gallardón “ha explicado a la AVT que la sentencia es de obligado cumplimiento”: ¡Barástolis! ¿Es que hace falta todo un ministro para intentar hacerles comprender lo evidente? ¿No se les había ocurrido nunca a estos tipos que las leyes deben ser cumplidas? ¿Tan ignorantes son o es tan incandescente su furia vengativa que les ciega los ojos?

Ya sé que hablamos de asesinos sin entrañas y sin alma, que no merecen vivir, etc. Pues precisamente por eso. Las víctimas no suelen entender que la ley no les reviente la cabeza de inmediato a los asesinos. Esto es, desde el punto de vista humano, muy comprensible, pero inaceptable desde cualquier otro punto de vista. Por eso mismo lo que no se comprende bien es que les hagan tanto caso a las víctimas. Hasta en las películas del Oeste se ve al sheriff protegiendo al asesino de las víctimas sedientas de sangre. Cuando llegan a la prisión las víctimas reclamando “su” justicia, el sheriff no las recibe con amabilidad, como Gallardón, sino empuñando el rifle, para que no haya dudas de que el asesino será juzgado conforme a la ley, no de acuerdo con los deseos de las víctimas, pues no faltaba más. Y el sheriff, hasta el más borrico sheriff del Lejano Oeste, sabe para qué lleva la estrella en el chaleco: su deber es proteger al asesino de sus víctimas para que reciba un juicio justo, incluso poniendo en peligro su propia vida, porque las enardecidas víctimas están dispuestas a prender fuego a la prisión. ¿Es que esta gente no ha visto ni siquiera una sola película?

Que las víctimas sean partidarias de la venganza y del encarnizamiento contra los asesinos es lo que cabe esperar. Alejamiento de presos, aplicación retroactiva de leyes, trabajos forzados, palinodia pública, uniformes de rayas… si yo fuera víctima, sin duda pediría lo mismo o directamente la horca, por qué no, pero confío en que el ministro de Justicia no me haría ni caso o, como mucho, me daría una palmadita en la espalda y me mandaría a casa diciendo: “dura lex sed lex”.

Aquí no. Aquí al parecer quienes más tienen que decir sobre política penitenciaria, legislación penal y derechos fundamentales son precisamente las víctimas. ¡Qué sabrán de leyes esos botarates de Estrasburgo!

El profesor Colin Smith solía comparar el Poema de Mío Cid con un western, sin duda para que los lectores contemporáneos entendieran mejor la lección. El buen Cid, el guerrero invencible, acaba convertido en víctima, cuando los infantes de Carrión escarnecen a sus dos hijas en la llamada afrenta de Corpes, una digamos violación punitiva en un ameno robledal. ¿Qué hace entonces este hombre de armas, el gran batallador que dispone de un ejército propio? ¿Desenvaina su Tizona para espachurrar a mandobles a los criminales? ¿Los persigue a uña de caballo para darles su merecido? ¿Les corta las cabezas y las pone de adorno en un repostero colgadas de sus intestinos?

Pues no: el buen Cid pone el caso en manos de la justicia, y así se titula a menudo la tercera parte del cantar: “El juicio”. Con todas las garantías legales (de la época) para los acusados. Se somete de buen grado a las leyes. ¿Por qué? Pues, entre otros motivos, porque sabe que es la única manera de poner fin a la violencia. Sólo la justicia objetiva, por encima de la venganza o justicia subjetiva, restaura el orden.

Esta lección, que la justicia es superior a la venganza y que la víctima no debe decidir el castigo, era sin duda necesaria en la Castilla medieval.

Lo triste y sorprendente es que siga siendo igual de necesaria en plena Marca España.

Claro que, por otro lado, vivimos en un país donde se indulta a los delincuentes si son lo bastante ricos, así que ¿qué cabía esperar? También aquí el buen Cid habría menester de buen señor.

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