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Ángela, Javier, María, Susana y Jorge: voces en un Día del Trabajo marcado por el “miedo” a la COVID-19

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Francisca Bravo Miranda

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Castilla-La Mancha presencia este 1 de mayo un Día del Trabajador insólito: el confinamiento, si bien ya preparándose para la desescalada, ha hecho imposibles las manifestaciones callejeras reivindicativas para esta efeméride. Sin embargo, los trabajadores siguen ahí, al igual que todos los problema denunciados por los sindicatos alrededor del mercado laboral. Y ahora, con una situación añadida: la pandemia del coronavirus.

Trabajadores y trabajadoras de distintos sectores han compartido con eldiario.es/clm su experiencia en estos últimos meses, que ayudan a construir un retrato complejo. El denominador común: el miedo. Por el contagio, pero también por sus condiciones laborales y por el futuro de sus sectores.

“Era todo un caos”

Susana, nombre ficticio, trabaja en la residencia de mayores Núñez de Balboa, una de las primeras en ser medicalizadas de la región y en la que las trabajadoras denunciaron las muertes de sus residentes antes de comenzar el conteo oficial. “Me contagié al inicio de la crisis”, explica desde su habitación, en la que está aislada desde que le hicieron la prueba y dio positivo, tras presentar los síntomas comunes de la enfermedad. Sólo sale para el baño. “Tengo claro que nos contagiamos cuando empezó todo esto a primeros de marzo. Había muchos residentes que tenían fiebre, pero pensamos que podía ser gripe”, recuerda. Prácticamente la mitad de sus compañeros y compañeras de la contrata para la que trabaja ha tenido que coger la baja por el virus.

No sabían cuáles erean los síntomas, pero cuando comenzó el confinamiento, ya había muchos residentes ingresados y así comenzaron los primeros positivos. “Entonces teníamos sólo guantes, los EPI llegaron más adelante. La información escaseaba, teníamos miedo. Preguntábamos por los casos y se nos decía que no había”, declara. “Era todo un caos, no sabíamos por donde tirar, había que aislar a los residentes y fue un desastre”. Sin embargo, recuerda también las donaciones que recibieron, mientras utilizaban bolsas de basura para batas o alargaban la vida del material desechable.

Ahora, está a la espera de la evolución de la enfermedad, pero teme que le den el alta sin saber si todavía es contagiosa. “Me pueden dar el alta sin hacerme la prueba PCR y me voy a ir a trabajar a una residencia donde han fallecido muchísimos abuelos. Pero es Sanidad la que tiene que hacer las pruebas a la gente que está de baja. Me da miedo que me den el alta. Sólo buscamos PCR para ir a trabajar tranquilos”.

“Teníamos miedo de ir a trabajar”

Javier es trabajador del sector de la fabricación de puertas en Ocaña y ha sido sometido a un ERTE. “Fue lo primero que nos afectó, el ERTE por fuerza mayor, el 1 de abril”. Recuerda que sólo hubo “personas muy concretas” las que no se vieron afectadas por el ERTE, como es el caso de los encargados de Recursos Hmanos o de administración.  El 85% de la producción de su empresa llega a una tienda en un centro comercial, y al cerrar los centros comerciales, “pues ya no hay trabajo”. Al ser un ERTE por fuerza mayor, no hizo falta negociar.  “Simplemente nos lo comunicaron, nos mandaron a nuestra casa”.

Sin embargo, estuvo trabajando dos semanas durante el estado de alarma. “Era raro, nosotros solicitamos el ERTE desde el primer momento, y dijimos que teníamos miedo, mucho miedo y que lo solicitaran cuanto antes. Pero tuvimos que terminar pedidos y facturar lo que hacía falta”. Había casos de positivos en la plantilla. “Teníamos miedo de ir a trabajar con personas de otros pueblos, no sabíamos si podíamos contagiar a nuestras familias”, recuerda. En cuanto a la protección que recibieron fue “fifty, fifty”: “No teníamos gel para las manos, se hizo un pedido de gel pero lo cogieron para sanitarios, porque les hacía más falta. Las mascarillas se acabaron rápido”.

Tampoco sabe cuándo se va a acabar el ERTE. “Nos han dicho que durará lo que dure el confinamiento, pero lo van a aplicar todo el tiempo que se pueda”, asegura.

“Se tomaron medidas, pero no rápidamente”

Jorge, nombre ficticio, trabaja en la provincia de Toledo en una empresa del sector del transporte de viajero y es una de los pocos trabajadores que siguen en su puesto, debido a la caída de viajeros. Los viajes ahora, asegura, ya se llenan, tras abrirse la posibilidad de que acudiesen a trabajar los empleados considerados como 'no esenciales'. “Sabíamos que iba a pasar, porque es en los autobuses donde se junta más gente”, recalca. No sólo dependen del turismo, sino también de colegios, institutos y universidades. El ERTE fue para el 80% de la plantilla.

“Se tomaron medidas de protección, pero no rápidamente. La empresa tardó en reaccionar y en traer mascarillas y gel. Tuvimos que luchar para que lo trajeran. Y vimos que entre la gente, la reacción también fue tardía”. En líneas generales, explica, los pasajeros suelen seguir las instrucciones y no han recibido quejas ni reclamaciones por la reducción del servicio. “Dependemos del confinamiento y esperamos que todos los que estén metidos en el ERTE vuelvan. Tenemos esperanza”, concluye.

“Caótico”

María es técnico en emergencias sanitarias y también se ha contagiado de la COVID-19, aunque sus síntomas empezaron hace relativamente poco. Se dio cuenta por un trombo en el pie y luego comenzó con los síntomas más comunes: fiebre, tos y dolores“. Coincide en que al principio todo fue ”muy caótico“, ya que se cambiaban los protocolos según se iba desarrollando la situación. ”Si nos faltaban mascarillas, pues reutilizábamos. Las batas las limpiábamos con ozono hasta que encontramos la mejor forma de trabajar“.

Recuerda su primer aviso de un paciente con la COVID-19. “Recuerdo el miedo con el que íbamos la enfermera y yo, viendo el vídeo para saber cómo vestirnos y desvestirnos para no contagiar a nadie”, señala. Y es que “nadie nos explicó, nos mandaron un vídeo y todo de golpe, no estábamos preparados”. Luego comenzaron a ir a residencias de ancianos a hacer “triaje de guerra”. “Ahí te das el golpe con la realidad. Vas con la UVI móvil a ver a los anciandos y decidir quién estaba enfermo para aislarlo o para que se muriera”. 

“En el pico más alto ha sido muy duro. Yo nunca había llorado en veinte años de trabajo y estábamos mi compañero y yo llorando sentados en la acera”. Todo les resultaba “muy frío”, explica. Desde el Servicio regional de Salud llegaban “cajas de protección”, para ellos de “muy buena calidad”, pero para otros compañeros era material con la que se la “jugaban día a día”. “Eso da mucha rabia”. En cuanto a la enfermedad, está tranquila, pero también ha visto cómo sufría su familia: “Es muy duro, porque los hijos sufren”.

“No sabíamos el alcance”

Ángela también es técnico de emergencias sanitarias. “Teníamos mucho miedo porque no sabíamos el alcance de la enfermedad. Conocíamos las cifras, pero no como iba a evolucionar”, recalca. Y también recuerda que no sabían si los equipos que tuvieron al principio fueron los “más adecuados”, porque tenían “mascarillas, guantes y poco más”. “Como no había test, no sabías si los pacientes estaban o no infectados y hacíamos los traslados como podíamos”, señala.

Ella se contagió a finales de marzo, “cuando el material todavía no había llegado, teníamos el material sobrante del ébola, ese tipo de material”. “No deja de haber miedo en el trabajo, porque la balanza se inclina a que pueda seguir teniendo coronavirus”, concluye.

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