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‘Lo que hacemos en las sombras’: no es fácil ser vampiro
Si eres vampiro no puedes entrar en una discoteca a no ser que te inviten explícitamente a entrar. Si eres vampiro no puedes ver cómo luces ante el espejo y necesitas que alguien te haga un esbozo rudimentario de tu apariencia. Si eres vampiro necesitas alimentarte de sangre humana, y es una lata encariñarte con un humano ingeniero de software que te enseña amaneceres por internet o dar con la arteria equivocada en el cuello de una víctima y manchar todo el mobiliario de salpicones de sangre. Y mil inconvenientes más que sufren los protagonistas de 'Lo que hacemos en las sombras', la comedia de culto neozelandesa que se ha convertido en un fenómeno del humor negro y el rudimentarismo cinematográfico, frente a la visión gótica y romántica de los no muertos.
Viago, Deacon, Vladislav y Peter son los cuatro vampiros protagonistas de este falso documental rodado al recurrente estilo de la serie 'The Office', cámara al hombro y con entrevistas personalizadas. Algo así como 'El Proyecto de la Bruja de Blair' pero de cachondeo. Es un elogio a la tosca y complicada existencia de los chupasangre, y a la variedad de sus patéticas existencias y un ejercicio de cutrerío amable que alcanza para muchas risas gracias a una serie de gags inteligentes y hasta conmovedores. El cuarteto protagonista comparte ataúdes y decadencia bajo una convivencia pacífica pero con algunas tensiones que saben solventar porque básicamente se quieren y se respetan con sus manías, sus pasados y sus perversiones.
Es la llegada de Nick, un nuevo vampiro y de su amigo humano Stu lo que desencadena el giro dramático, por llamarlo de alguna manera. Al tiempo que descubren horizontes desconocidos por explorar deben lidiar con las consecuencias del extraño comportamiento del nuevo huésped. A partir de ese momento no sabemos si es el vampirismo o la misma idiotez lo que les lleva a protagonizar determinadas situaciones. Y lo más curioso es su realismo, con algunos efectos especiales rústicos pero eficaces, y la contemporaneidad que se da a conflictos seculares de los hijos de Drácula con los hombres-lobo. Todo muy macarra.
Lo que hacemos en la sombras es la anti-mitomanía del vampiro. El dandismo, la elegancia, los traumas y hasta la inmortalidad se convierten en elementos secundarios porque todo da risa. Y aunque muchas situaciones no están explotadas al máximo y da la sensación de que todo es un ensayo de algo mucho más grande, el trabajo de sus directores ofrece un producto enormemente entretenido y sorprendente. Los neozelandeses Taika Cohen (AKA Taika Waititi ) y Jemaine Clement (este último miembro del dúo musical 'Flight of the Conchords', con serie televisiva propia), dirigen, escriben y protagonizan esta disparatada comedia, una suerte de continuación del experimento friqui 'Eagle vs Shark', pero con algo más de calidad.
No sabemos si el cultismo es o no parte de su etiqueta. De hecho, se agradecen comedias tan difíciles de catalogar como esta. Es simplemente rara y delirante, y sobre todo sincera porque se nota que los que mejor se lo han pasado son sus autores, que hasta se inventan que la cinta está producida por la Junta Documental de Nueva Zelanda (no hay rastro real suyo en ninguna parte). Aunque el final no sea el que parece prometer en cada fotograma, lo que estos vampiros hacen en las sombras viene a ser lo mismo que hacemos los mortales tras nuestras paredes: deshacernos del aburrimiento y sobrevivir como buenamente nos dejen.