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De todos es sabido que el reparto tradicional de roles en función del sexo-género ha ubicado a las mujeres en el área doméstica. En este sentido, el cuidado a personas enfermas y dependientes ha sido, y es, terreno femenino. Los datos lo afirman con claridad: según el IMSERSO casi el 70% de las personas que se benefician de la maltrecha ley de Dependencia son mujeres, llegando el porcentaje al 84% si tomamos en consideración la totalidad del universo del cuidado. Y eso sin contar su intervención en los procesos agudos de enfermedad que, por rol y diferencias en longevidad, les hace tener estadísticamente más probabilidad de cuidar a los varones que viceversa.
Estos hechos, junto con el sistema productivo, socio-cultural, y económico imperante, y la mayor esperanza de vida, conlleva a una realidad estructural que se denomina “feminización de la pobreza”.
El cuidado de personas dependientes y enfermas conlleva una gran carga para las cuidadoras. Por ello, el síndrome de desgaste del cuidador acecha a estas figuras desde el inicio de la aceptación de dicho rol. Y uno de los momentos más estresantes para estas personas es cuando se tienen que postular como representantes del enfermo a su cuidado y tomar decisiones críticas cuando éste es incapaz de comunicar sus deseos. Esta situación propicia en los cuidadores una mayor conciencia de lo que es vivir la vida y la muerte con dignidad, y de la relevancia que tienen los valores y deseos manifiestos del afectado en situaciones críticas en las que la vida pende de un hilo y hay que tomar una decisión (mantener la vida con medios artificiales, dejar que la muerte suceda según su curso, o ayudar a que ésta sea lo menos angustiosa posible).
El caso es que, según datos del Registro Nacional de Instrucciones Previas, registro informatizado de los Testamentos Vitales de todo el Estado Español, casi el 60% de los documentos registrados (tanto en Castilla-La Mancha como en el resto de autonomías) pertenecen a mujeres. Cifra que se mantiene contínuamente “feminizada” en 8 años de bagaje de este registro.
Quizás sea cuestión de azar, de demografía, de vivencias personales, o de relevancia en cuanto a lo que en la práctica la palabra dignidad significa y lo que cada uno busca de ella en los procesos de la vida (en los que la muerte forma parte indisoluble). O, seguramente, todo a la vez.
Pero la realidad es que las mujeres aventajan a los hombres castellano-manchegos en el ejercicio del derecho de que sus valores y deseos sean tenidos en cuenta y con ello disponer libremente de su propio cuerpo y vida.