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Antón de Goa, el toledano que participó en la travesía Magallanes-Elcano convirtiendo al mundo en global

Réplica de la nao Victoria

Carmen Bachiller

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Acaban de cumplirse 500 años de la primera vuelta al mundo en barco que completó Juan Sebastián Elcano. Un 8 de septiembre de 1522 la nao Victoria llegaba a Sevilla con 18 hombres, más de tres años después de una aventura en la que demostraron que la tierra es redonda.

Con los 'deberes' hechos volvió uno solo de los cinco barcos que partieron de Sanlúcar de Barrameda en una expedición que también capitaneaba Fernando de Magallanes. El portugués no regresó. Como otros muchos que se embarcaron. Iba a ser una misión marítima de las tantas en las que España y Portugal trataban de ‘repartirse’ el nuevo mundo, tras firmar el Tratado de Tordesillas en 1494. La rivalidad ocasionaría no pocos conflictos entre españoles y portugueses a lo largo de la travesía. Y se convirtió en un hecho histórico.

Entre los tripulantes había un toledano de 17 años llamado Antón de Goa que se enroló como grumete y al que todos los marineros conocían como ‘El Loro’. Los escritores Fernando Lallana (Madrid, 1969) y Carlos Rodrigo (Segovia, 1973) han contado la historia de este joven tras descubrir su nombre en el diario de a bordo del italiano Antonio Pigaffeta, cronista de la expedición. “Hizo una relación de los tripulantes, su cargo y tres o cuatro líneas biográficas”, explica Rodrigo. 

‘Antón de Goa. El toledano que emprendió la vuelta al mundo de Magallanes-Elcano' (Celya, 2022) es una novela histórica corta, narrada en primera persona por el propio Antonio (Antón) de Goa. Acaban de presentar el libro en Madrid. “No es un pícaro al uso, ni una persona que trate de sobrevivir de cualquier manera. Simplemente se buscaba la vida”.

En realidad, poco se sabe del grumete sobre el que hay constancia que fue bautizado en la toledana iglesia de Santa Leocadia. “Hemos mezclado datos reales con ficción. No queríamos contar más de lo mismo. Hay mucha bibliografía ya sobre el viaje”, apunta Fernando Lallana.

La novela juega constantemente con el flashback. Los saltos temporales entre presente y pasado sirven para narrar la peripecia, pero también para recordar los orígenes del protagonista. Está narrada en primera persona, así que Antón de Goa “nos cuenta muchas cosas del Toledo de la época”.

En pleno siglo XVI, con una Castilla revuelta y con la Guerra de las Comunidades en ciernes por el malestar con el rey Carlos I, Antonio de Goa se encontraba al servicio de la marquesa de Montemayor. “Posiblemente casi todos los nobles de la época estaban en contra del emperador Carlos. Había un ambiente muy enrarecido, en particular en Toledo”.

Los autores creen que eso pudo empujar al joven a cambiar de aires. “Les dio tiempo a dar la vuelta al mundo y el emperador todavía no había venido a Toledo desde Flandes”, ironiza Carlos Rodrigo. En la ficción, “su madre había muerto y su mejor amigo, Román, mucho mayor que él tiene ya la vida resuelta”, ya que había encontrado acomodo “viviendo de la beneficencia, haciéndose el loco” en el conocido como el ‘Hospital del Nuncio’ para enfermos mentales creado en el siglo XV por Francisco Ortiz, canónigo de Toledo, primer bibliotecario de la Catedral y Nuncio Apostólico del Papa Sixto IV.

Algunos de los tripulantes estuvieron en la conquista de Granada, viajaron con Colón y después dieron la vuelta al mundo. Les tocó vivir una época histórica de la que seguramente no fueran conscientes

Carlos Rodrigo, coautor de la novela

“Entre en Sevilla un tórrido agosto de 1519, después de cuatro semanas caminando bajo un sol de justicia”. Así comienza la aventura de Antón Goa en el libro poco antes de embarcarse.

El grumete se relaciona en la ficción con el talaverano Antonio de Escobar, otro de los castellanomanchegos que hicieron la travesía. “Se sabe que entre la tripulación también había gente de Guadalajara, de Albacete y de Ciudad Real. Era una aventura multinacional dirigida por una gran potencia en aquel momento, como era España. Así que había personas de diversas partes del mundo”, explica Carlos Rodrigo.

Lanzarse a cruzar el Pacífico fue tremendo teniendo en cuenta, por ejemplo, la creencia de entonces de la existencia de monstruos marinos. Y luego se pensaba que las distancias eran menores. Fue comparable al hecho de pisar la Luna

Fernando Lallana, coautor de la novela

Paradójicamente, apunta Lallana, en esta travesía participaron muchos menos españoles que en viajes anteriores. “Hubo que recurrir a gente de fuera. Era un viaje arriesgado. Tanto en España como en Portugal ya había mucha oferta para los marineros. El mercado de trabajo era abundante, había viajes más cercanos y con menos peligro así que tenían dónde elegir”. Por esa razón, a la tripulación más experimentada -algunos habían viajado ya en varias ocasiones con Cristóbal Colón- no solo se sumaron aventureros extranjeros, sino españoles ‘de secano’ y sin experiencia en el mar.

“Algunos de los veteranos habían estado en la conquista de Granada, luego viajaron con Colón y después dieron la vuelta al mundo. Les tocó vivir una época histórica de la que seguramente no fueran conscientes”, sostiene Carlos Rodrigo. Salieron más de 200 y solo volvieron 17 con Elcano, al margen de algunos desertores. “Los monarcas lo tenían muy calculado. Por aquel entonces se decía que un hombre valía menos que un saco de pimienta”. El comercio de especias era muy valorado y se buscaban las mejores rutas. “A la Corona no le importaba ese coste por el gran beneficio que obtenía”.

“Fue una hazaña brutal. La ruta hasta América ya había sido trazada de forma previa, pero no se tenía ni idea de lo que hoy llamamos el Estrecho de Magallanes. Lanzarse a cruzar el Pacífico fue tremendo teniendo en cuenta, por ejemplo, la creencia entonces de la existencia de monstruos marinos. Y luego se pensaba que las distancias eran menores. Fue comparable al hecho de pisar la Luna”, asegura Lallana.

“No tuvo que ser nada fácil coordinar y gestionar cinco barcos con gente de tantas nacionalidades. Hay que valorarlo, sobre todo al llegar al estuario del mar de La Plata intentando encontrar un paso entre el Atlántico y el Pacífico”, añade Lallana. 

Antón de Goa “se embarcó por necesidad. Ganarse la vida fue el objetivo común de quienes se embarcaron, aunque en algunos casos buscaban fama y prosperar económica y socialmente”. Los grumetes recibían 800 maravedís mensuales. “Eso no estaba nada mal para la época”. Serían unos 80 euros de hoy, al margen de tener asegurada la comida.

Recordar la circunnavegación en su quinto centenario es “de justicia”, dicen los autores pero, curiosamente, el origen del libro está en un guion para un corto o una película de animación que no llegó a fraguar hace unos años.

Ahora la novela se convertirá en obra de teatro gracias a una adaptación de la compañía Recua que desde hace una década dirige el Festival Celestina en La Puebla de Montalbán. El texto también llegará a los colegios. “El concejal de Cultura de Toledo, Teo García, nos ha comentado que será recomendado en los colegios como lectura”.

El libro podría tener continuidad. Sus autores no lo descartan. El misterio sobre la vida de Antón de Goa abre diversos caminos literarios. “Varios estudiantes nos han pedido que 'busquemos' a su padre. Veremos”.

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