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Las noches de Paca la Tomate, San Pollardino y otras locas memorias de la Barcelona 'underground' de Nazario

Nazario, Pepe Márquez y Alejandro, durante uno de sus paseos 'ocañescos' por la Rambla en los 80

Pau Rodríguez

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La historia oficial de las ciudades acontece en sus parlamentos, en sus plazas mayores, puertos y murallas, pero luego están los relatos alternativos, los que discurren entre las pequeñas callejuelas que atraviesan las grandes avenidas y en sus pequeños y oscuros locales. Pocos como el bar Kike, en la calle En Rauric, en el barrio Gótico, para comprender un pasaje fundamental de la Barcelona –nocturna, jaranera y contracultural– de los 80: la que juntaba a homosexuales de pueblo con ansias de libertad con las prostitutas y sus chulos; la que atraía por igual a glamurosos artistas y a vendedores de hachís. También, poco a poco, la que intuía que todo aquello estaba a punto de quedar enterrado debajo de la nueva ciudad olímpica, primero, y de la turística, después.

El bar Kike y la calle En Rauric se convirtieron durante los años 80 en el cuartel general de Nazario Luque y los suyos, que lo convirtieron en el epicentro del mariconeo –según su propia terminología– en la ciudad. Fiestas, travestismo, decorados hilarantes, alcohol, improbables redadas policiales y, de vez en cuando, alguna que otra exposición. “Era como el bar de la Ópera, en la Rambla, pero mucho más canalla”, lo describe hoy Nazario.

A sus 77 años, esta figura central del cómic español ha vuelto a rebuscar en sus archivos y ha sacado suficiente material como para publicar El bar Kike y Paca la Tomate, editado por el Ayuntamiento de Barcelona dentro de la serie Biblioteca Secreta. Coleccionista como pocos, Nazario, el padre de Anarcoma, siempre tiene algún rincón de la memoria en el que escarbar. Cajas de fotografías que rescatar. Lo sabe el editor Jorge Herralde, a quien le hizo llegar a principios de siglo una autobiografía de más de 3.000 páginas, que se acabó publicando por volúmenes, el más conocido La vida cotidiana del dibujante underground.

Pero la Barcelona que retrata en esta ocasión no es la de la transición. No es la que le vio llegar a principios de los 70 desde Andalucía para vivir del cómic, la que le vio juntarse con dibujantes como Javier Mariscal o Pepichek mucho antes de que se fundara El Víbora. Tampoco es la Barcelona que compartió a finales de esa década con los inclasificables performers José Pérez Ocaña y Camilo, sino más bien la posterior a la muerte en 1983 del primero. 

Por encima de todos los protagonistas del libro sobresale Paca la Tomate, de nombre Paco Ocaña, un personaje que nunca atrajo los focos porque no tenía aspiraciones artísticas como la mayoría, pero que fue, igual que el bar Kike, el nexo de unión entre muchos amigos y aventuras. Nacido en Bujalance, emigró a Barcelona con 22 años y, tras pasar por varios puestos en la hostelería, acabó como empleado de la limpieza en ese pequeño bar del Gótico. Animado por el ambiente desinhibido del local, y con la necesaria ayuda del alcohol para vencer la timidez –como hacía Nazario, según dice él mismo–, se acabó convirtiendo en la artista travesti Paca la Tomate. 

Sin pluma pero con imaginación

“Todos teníamos claro que la Paca, que no tenía ni voz ni oído; que no sabía bailar ni tocar las castañuelas; que carecía del menor sentido del ritmo y que, para colmo de las carencias, ni siquiera tenía pluma, tuvo que echar mano de sus dos grandes cualidades: la imaginación y la tozudez”, relata Nazario. Sus actuaciones en el Kike, pero también en otros locales como el Dickens, se convirtieron en parodias estrafalarias de las cantantes travestis más conocidas. En algunas de sus performances más aplaudidas subía al escenario con el cubo y la fregona.

Paca la Tomate aparece en muchos de los episodios que refiere Nazario en su libro. Fue la protagonista del cartel de Para mayo nos quitamos el sayo, un evento en el bar Kike en el que todos sus amigos artistas aportaron una obra para el decorado y que acabó siendo recordada por el enorme pene de papel maché que fabricó Alejandro –la pareja de Nazario– para colgar del techo. También estaba en la falsa boda que alguien se inventó con la única excusa de enfundarse en elegantes vestidos de mujer y pasearse por la ciudad para escándalo –cada vez menos– de sus vecinos. “En aquella época no existía ni siquiera el registro de parejas de hecho, con lo que los matrimonios gay eran algo con lo que nadie soñaba. Nuestra boda sería un divertimento”, recuerda Nazario.

El desfile de San Pollardino contra el Papa

De vez en cuando sus peripecias llegaban hasta la prensa. Fue el caso de la manifestación en 1986 contra el el Papa Wojtyla por unas declaraciones homófobas. Aunque nunca fueron ellos activistas dentro del Front d’Alliberament Gai de Catalunya (FAGC), se sumaban a sus protestas. “Estábamos siempre en primera línea, pero sin carné”, resume Nazrio. En esa ocasión, participaron en la concentración en la Catedral y para pasmo de todo el mundo llegaron en comitiva con vestidos negros, mantillas y velos y con escapularios dedicados al santo San Pollardino. 

“San Pollardino de la Gloriosa Metida, líbranos a todos de la sífilis y el sida”, rezaba el lema de sus cartulinas y pancartas, que se mezclaban con el eslogan oficial: “¡Wojtyla, calla! Nos amamos como queremos”. “Un fotógrafo desconocido, al que inútilmente he tratado de contactar, publicó en la revista Vivir en Barcelona un par de fotos de Alejandro y Fernanda mostrando sus estilizadas piernas dentro de la puerta de la catedral”, explica Nazario, pero no conserva otras instantáneas porque las que hizo un amigo suyo salieron mal.

Por el Kike pasaban regularmente artistas locales de todo tipo, desde los habituales viñetistas de El Víbora a la fotógrafa Maria Espeus o el diseñador Peret, pero también recalaron en el pequeño y oscuro local figuras como el cantante Marc Almond o el artista Keith Haring, cuando estuvo realizando una intervención en el barrio del Raval en 1989. En el caso de este último, adquirió tintes de leyenda por los grafitis que realizó en el baño y en la barra. “Cuando Carlos –el dueño– cerró el Kike, se llevó la cisterna y un trozo de la barra que había recortado guardándoselas en un altillo, pero no volvió a acordarse de ellos”, rememora Nazario.

Las anécdotas de este prolífico dibujante se suceden a cada cuál más increíble, como la vez en que una redada de la Guardia Urbana acabó con un agente exigiéndoles una felación en el baño a los parroquianos –excepto a Nazario, que era conocido–, pero todo tiene un final, también las fiestas que parece que nunca vayan a acabar, y el Kike cerró a finales de esa década, La Paca se quedó sin empleo y el grupo de habituales se fue desperdigando. “Los amigos de los bares lo somos antes del bar que de los amigos”, reconoce Nazario, consciente de la crueldad de la afirmación. Él era alcohólico. “Cuando dejé de beber, los bares me dejaron de interesar”, añade. Paco Ocaña, Paca La Tomate, regresó a antiguos trabajos, pero también padecía problemas con la bebida. Pasó un tiempo en casa de la Fernanda, vecina del mismo bloque en el que sigue viviendo hoy Nazario, en la Plaza Real. Al cabo de un tiempo se enteraron de su fallecimiento. 

Estos días de verano, Nazario explica que está trabajando en un recopilatorio de fotografías que ha hecho durante décadas desde su ventana, que permanece siempre abierta y enfocada a la plaza. Una plaza en la que ya no hay ni putas ni limpiadores de zapatos, de la que se fue Ocaña hace más de 30 años –ahora su apellido da nombre a un bar de turistas–, pero en la que él permanece fiel. 

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