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Ada Colau: los siete retos de una nueva época

Colau anuncia que el exconcejal del PSC Jordi Martí será el gerente municipal

Josep Carles Rius

El tiempo situará la elección de Ada Colau como alcaldesa de Barcelona en su justa perspectiva histórica. Que una mujer con su biografía sea alcaldesa de Barcelona tiene un gran significado político y social. Que en apenas un año, la líder del movimiento contra los desahucios gobierne Barcelona, el principal motor económico de Catalunya, una de las ciudades de referencia en Europa y en el mundo, tiene una extraordinaria trascendencia. Barcelona recupera su tradición de ciudad transformadora y vuelve a figurar en el mapa como un inmenso laboratorio social. Barcelona genera grandes expectativas y, precisamente, el principal reto de Ada Colau es el de no defraudarlas. Es cumplir las esperanzas de sus electores y, a la vez, gobernar en bien de la mayoría. Estos son siete retos de la época que empieza en Barcelona.

Cambio real de poder. Por primera vez una candidatura formada por personas procedentes del activismo social accede al gobierno de una institución de la relevancia del Ayuntamiento de Barcelona. Ada Colau se enfrentó al sistema económico que condenaba al desahucio a miles de familias y ahora deberá transformar en decisiones políticas las reivindicaciones que defendió en la calle. Y además en un escenario, Barcelona, con proyección internacional, donde cada una de sus medidas tendrá el potente valor simbólico. El establishment, la estructura de poder tradicional de Barcelona, no va a poner fácil la labor de Ada Colau al frente del Ayuntamiento. No habrá tregua. Porque lo que estará en juego en Barcelona es un nuevo reparto del poder, en beneficio de aquellos que nunca lo tuvieron. Y eso, a ojos de quienes lo han detentado siempre, resulta revolucionario.  

La gestión del pasado. Desde el primer momento de la candidatura, los promotores de Guanyem Barcelona (después, Barcelona en Comú) mantienen una relación complicada con el pasado de la ciudad. Partían de una crítica global al llamado ‘modelo Barcelona’, resultado de treinta años de gobiernos de izquierdas (PSC-ICV). Esta actitud les llevó a sacrificar a Ricard Gomà, ex portavoz de ICV, que goza del reconocimiento entre los movimientos sociales. De forma gradual, fueron modelando el mensaje hasta reivindicar el legado de Pasqual Maragall e, incluso, incorporar a ex cargos socialistas, como Jordi Martí. Ada Colau deberá encontrar el equilibrio entre la creación de un nuevo modelo de ciudad y el reconocimiento de las experiencias positivas. Aquí deberá hilar fino para no cometer errores.

Un nuevo modelo de ciudad. Barcelona construyó un modelo de ciudad de éxito, en el sentido más amplio de la palabra. Un modelo que permitió a Barcelona ser una potencia económica y, a la vez, una ciudad cohesionada, sin guetos. Gracias a la fuerza del movimiento vecinal, ya incluso antes de la elección de los ayuntamientos democráticos, Barcelona tomó decisiones que permitirían después realizar un ‘urbanismo social’. Sin las reservas de suelo público del alcalde Josep Maria Socias no se explicaría la Barcelona de la Transición. Los primeros gobiernos democráticos hicieron del urbanismo un instrumento de transformación social y encontraron en los Juegos Olímpicos la forma de modernizar la ciudad: mejorar las infraestructuras, abrir la ciudad al mar y solucionar los déficits históricos de los barrios más humildes, de Ciutat Vella a Nou Barris. Después, la lenta decadencia. Ahora Barcelona necesita un nuevo modelo global. Y debe ser liderado por el gobierno municipal, pero con la mayor implicación posible, política y social. El modelo, posiblemente, debe centrarse ahora en la política de vivienda pública, en la mejora de los barrios, en la reordenación del turismo, en una oferta cultural más abierta… Y, por encima de todo, en lograr una ciudad más cohesionada, más justa y solidaria.

Participación ciudadana. Ada Colau y su equipo deben encontrar las fórmulas de participación adecuadas para canalizar las extraordinarias energías que ha generado entre la ciudanía. El éxito de Barcelona en Comú ha consistido en aglutinar todos los movimientos que hervían en la ciudad en los últimos años. Ahora les ha dado una dimensión política, hasta el punto de lograr los votos suficientes para ganar las elecciones. Colau ha personificado las ansias de un cambio colectivo, en contraposición a la actitud histórica del Ayuntamiento de actuar bajo la premisa de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. El reto es gobernar, tomar decisiones, y que estas sean compartidas por una mayoría social.

Un examen para la confluencia. Barcelona en Comú es el resultado de la voluntad de proyectos políticos y sociales diferentes, con dos puntos de encuentro: la figura de Ada Colau y la coincidencia en la necesidad de regeneración democrática y reconstrucción de la sociedad devastada por la crisis. Es también la suma de partidos convencionales (ICV, EUiA…), formaciones políticas emergentes (Podemos…) y movimientos cívicos (Procés Constituent…). La gestión del gobierno municipal pondrá a prueba la sintonía entre todas las partes y, también, la posibilidad de hacer compatibles la pluralidad ante la agenda nacional (derecho a decidir) con una mayor coincidencia en el proyecto social. Y este proceso tiene dos etapas. Antes del 27-S, Barcelona será el espejo donde se mirará una posible Catalunya en Comú. Y después, Barcelona en Comú puede liderar un gobierno municipal con el PSC y ERC, a modo de nueva versión del viejo Tripartit.

Una tercera vía real. El hecho que un mismo proyecto político acoja a independentistas y federalistas, proyectos netamente catalanes y otros con vinculaciones en el resto del Estado, rompe los esquemas que han dominado la política catalana en los últimos años. Abre la posibilidad a una nueva tercera vía que restablezca los puentes derribados en los últimos años. Puentes entre la propia sociedad catalana. Y puentes entre Catalunya y España. Una alcaldesa en Barcelona como Ada Colau y una en Madrid como Manuela Carmena, por ejemplo, rompen el maniqueísmo alimentado desde la intolerancia de unos y otros. El nuevo mapa político dibujado el 24-M y el que se vislumbra para después de las elecciones generales abrirá posibilidades de entendimiento que hasta hace muy poco parecían una utopía. Y Barcelona puede jugar un papel clave en este nuevo escenario.

Símbolo de regeneración. La biografía de la nueva alcaldesa ya es de por si un símbolo de regeneración democrática. Ada Colau aporta a la política institucional la autoridad moral ganada mediante su compromiso social con los sectores más frágiles de la sociedad. En un momento de grave crisis de la política profesional, que un personaje con esta trayectoria sea elegida alcaldesa, sitúa a Barcelona en la vanguardia de la nueva política. Y obliga a Barcelona en Comú a cumplir las máximas cotas de exigencia ética. Cada decisión del nuevo gobierno municipal será sometida a un estricto examen público y cualquier fallo en este campo afectaría directamente a la línea de flotación del proyecto político.

Son en definitiva siete retos que marcarán la nueva etapa que se abre en Barcelona con la elección de Ada Colau como alcaldesa. Si logra cumplirlos, sus efectos irán mucho más allá de la ciudad y pueden contribuir a cambiar la política catalana. E, incluso, a crear una nueva conciencia a la hora de afrontar la crisis en Europa. Barcelona vuelve a ser un inmenso laboratorio social y político. Como tantas veces ha sido a lo largo de su historia.

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