Las elecciones parlamentarias del 25-N se perfilan ya de modo irreversible como unos comicios de carácter plebiscitario sobre el futuro de Catalunya con respecto a España y la eventual apertura de un proceso de autodeterminación. Tras el órdago de Artur Mas al anunciar la fulminante disolución del Parlament y la convocatoria a las urnas, la Cámara se convirtió ayer en un insólito foro electoral de todas las fuerzas políticas. Lo impensable hace solo semanas es ya un hecho con todas las consecuencias, mientras el país entra en un difuso paréntesis de tres meses.
En consonancia con la velocidad de vértigo de los acontecimientos, el Parlament alumbró nítidamente en la jornada de ayer las tres opciones que se someten al electorado dos años después del aparatoso retorno de los nacionalistas al poder: secesión, federación o unión. CiU abandera ahora la segregación, los socialistas catalanes apuestan por un “nuevo federalismo” y el PP se aferra al statu quo del estado autonómico.
En suma, se trata de un ensayo en toda regla del referéndum o consulta popular que Artur Mas se propone lanzar en la próxima legislatura con o sin permiso del Gobierno central, según anunció sin pestañear desde la tribuna de oradores.
El President, que ya ejerce sin rodeos como candidato en liza, esta vez con la aspiración confesa de acaudillar la gran marcha hacia la independencia, perseveró ayer en demostrar que va muy en serio. Pese a las habituales apostillas y matizaciones de Duran i Lleida, Mas ha afirmado por activa y por pasiva que se acabó la política de ambigüedad calculada y de “hacer la puta y la ramoneta”, según la conocida expresión popular.
Resultados no tan previsibles
Planteada en estos términos, la inesperada llamada a las urnas ofrece todas las incógnitas de un hecho sin precedentes que puede dar lugar a resultados no tan previsibles. Obviamente CiU está en condiciones de monopolizar a placer el voto soberanista, que se extiende desde las bases de la propia federación nacionalista (1,2 millones de votos en 2010) hasta los votantes de Esquerra Republicana (219.173) y Solidaritat (102.921). Incluso puede hacerse con un buen botín de votos en los sectores catalanistas del PSC (575.233) más alejados de la actual dirección del partido capitaneado por Pere Navarro.
Sin embargo, la más que presumible movilización del electorado absentista –¡2,1 millones de votos en las últimas autonómicas!-- puede dar mucho de sí a medida que arrecie el carácter plebiscitario de la contienda y la naturaleza del voto en disputa. La tradicional inhibición de un sector de la ciudadanía de Catalunya ante los comicios autonómicos, que en 2010 rebasó incluso el 41% del censo, puede dar paso a una implicación masiva de un segmento de la población ausente hasta ahora de la política catalana.
Esta circunstancia planeó ayer implícitamente sobre el hemiciclo del Parlament. En su rifirrafe con la dirigente popular Alicia Sánchez-Camacho –su socio preferente durante la legislatura--, Artur Mas previno en tono grave ante lo que llamó el “discurso del miedo” o la discordia identitaria que puede abrirse paso en la contienda electoral.
El riesgo de una gran movilización en estos términos explica, sin duda, el énfasis de templanza y “educación” de Artur Mas al anunciar sus planes para consumar la “transición nacional” de Catalunya y convertirla en un nuevo estado soberano de forma democrática, pacífica y hasta amistosa. Tal es el espíritu de la gran empresa.
En una declaración muy sintomática e inédita, destinada a serenar --¿desmovilizar?-- a los sectores más distantes del catalanismo político y tranquilizar a sus electores más moderados, el president afirmó desde la tribuna que “el castellano también es patrimonio de Catalunya, del mismo modo –añadió con la misma razón- que el catalán debería serlo de España”. Un año antes, sin embargo, el president rehusó utilizar el castellano en público alegando la singularidad de la Diada Nacional. “Permítame que en un día como hoy no conteste en castellano”, declaró ante la demanda de una cadena de televisión.
El PSC lanza la “tercera vía”
El PSC intenta deshacerse del papel de víctima que parece destinarle el choque de trenes entre el CiU y el PP, las dos grandes fuerzas gobernantes enfrentadas en la insólita bipolarización de la política catalana entre secesionistas y unionistas. Petrificado en la tribuna de invitados del Parlament, el dirigente socialista Pere Navarro asistió ayer como testigo mudo al lanzamiento de la propuesta de un “nuevo federalismo”.
Sin embargo, hoy por hoy se desconoce en laspropias filas del PSC quién y cómo la va a defender y liderar en el combate telúrico de las próximas semanas, en el que Artur Mas comparece sin más rivales de peso a la vista que la osadía y magnitud de su propuesta.