¿A partir de la muerte de Florenci Pujol, el 30 de septiembre de 1980, cuando su hijo Jordi, elegido presidente de la Generalitat cinco meses antes, decide no regularizar el dinero que recibe en herencia en una cuenta bancaria suiza? ¿Hay que remontarse antes porque Pujol llegó a la presidencia gracias al apoyo de una Banca Catalana que le permitió un poder económico del que no disponían sus adversarios políticos? ¿O avanzar hasta el 21 de noviembre de 1986, cuando la Audiencia Territorial de Barcelona decidió no procesar a Pujol por los delitos de “apropiación indebida, falsedad documental y maquinación para alterar el precio de las cosas” que le imputaban -a él ya 16 consejeros de Banca Catalana- los fiscales José María Mena y Carlos Jiménez Villarejo?
Se sitúe donde se quiera el inicio de este proceso, está extendida la convicción de que nos acaban de cambiar nuestra historia personal.
A lo largo de ese tiempo, los catalanes han votado a favor o en contra del partido que lideraba Jordi Pujol. Han contribuido o no a su acceso y continuidad como presidente de Cataluña durante 23 años. Se han creído o no sus llamadas a la honestidad y al trabajo bien hecho y han dado por buenas o no las acusaciones de corrupción que lo acompañaron durante su mandato político. Algunos se burlaban y otros lo consideraban un héroe.
Estuvieran a un lado o al otro de la trinchera, unos y otros han envejecido. Desde 1980 hasta hoy han pasado 34 años. Muchas generaciones han vivido bajo el “pujolismo”.
Muchos episodios vividos estos años se ven de forma diferente a la luz de la confesión de Jordi Pujol del pasado 25 de julio. Al mirar atrás algunos, pocos, aseguran que “¡Ya os lo decía yo!”, pero la mayoría se llevan las manos a la cabeza y exclaman: “¡Nunca lo habría dicho!”.
Una recomendación: Mirar atrás sin ira. El daño ya está hecho y la venganza no es buena consejera. Tampoco hay que poner la otra mejilla, claro.
Y una duda: Si en un santiamén nos han cambiado la historia reciente de Cataluña, en la que ha transcurrido desde 1714 hasta hoy, a saber cuántas trampas y engaños nos han colado.
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