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No en nuestro nombre

Joan Giner

Joan Giner, diputado de Podem, y Laia Facet, miembros de Revolta Global – Esquerra Anticapitalista —

El martes nos levantábamos con la desastrosa noticia de un atentado en el aeropuerto de Bruselas, seguido de explosiones en una estación de metro cercana a las instituciones europeas y, como en noviembre pasado, el conjunto de la población nos vimos golpeadas por esta noticia. En las primeras declaraciones de los medios se leía: “se han escuchado gritos en árabe” y muchos nos inquietábamos: comienza la caza de brujas. Es innegable el carácter reaccionario del Daesh y se debe condenar sin reservas la barbarie que está suponiendo, tal y como hizo el mes de noviembre el presidente de la Unión de Comunidades Islámicas de Catalunya, Mohamed El Ghaidouni. La barbarie que ha supuesto para Bruselas, pero también para París hace pocos meses y sobre todo para los propios pueblos de Oriente Próximo que día a día deben combatir esta realidad. Todo ello debería hacernos reaccionar.

Desde la aparición del Daesh, debido a la descomposición de las sociedades de Irak y Siria por la guerra, la preocupación por su crecimiento empieza a ser cada día más generalizada, ocupando tertulias, artículos o programas televisivos. Buena parte de los estudios señalan a personas nacidas en Europa como los actores de los atentados, así como las que se unen a la yihad y en este punto no podemos mirar hacia otro lado. Lo cierto es que los y las expertas no acaban de ponerse de acuerdo. Hay quienes señalan la exclusión de los migrantes en barrios periféricos empobrecidos como fermento de esta proliferación, pero no explica que jóvenes de clases medias–altas también acaben participando y que puede llevar, como de hecho ha ocurrido, a una mayor estigmatización de estos barrios. También se ha aducido una radicalidad por la falta de expectativas de futuro que tenemos hoy en día las jóvenes abrazando el fundamentalismo, pero tampoco parece convencer. Además, les sirve tendenciosamente para disuadir de cualquier tipo de demandas radicales por parte de las jóvenes que pedimos un trabajo y una vida digna.

A pesar de no ponerse de acuerdo, una cosa es clara, la islamofobia parece la peor de las soluciones para combatir el Estado Islámico. Y levantarse con un: “se han escuchado gritos en árabe” da un mensaje claro sobre todo ello. Toda persona árabe (eliminando la compleja diversidad que se engloba bajo esta palabra) es sospechosa, una amenaza, haciendo crecer la desconfianza entre las menos, entre las que más tenemos que perder en sus guerras. Los estados europeos han alimentado sistemáticamente la exclusión de las migrantes en nuestro país. Han hecho que nos miramos con recelo entre nosotros, que desconfiamos y no construimos lazos solidarios y comunitarios en nuestros barrios, centros de estudio o laborales. Pero, no nos podemos permitir hacer el juego a las organizaciones terroristas por medio de la cultura del terror y la exclusión.

Tras los atentados en París la comunidad islámica expresó su repulsa con una campaña clara: no en nuestro nombre. Miércoles un niño refugiado en Idomeni enseñaba un cartel que decía “Sorry for Brussels”, expresando la solidaridad de las refugiadas hacia las víctimas de Bruselas. ¿Y nosotros? Nosotros, que somos miembros de uno de los estados centrales en la Unión Europea, ¿qué tenemos que decir? También deberíamos decir bien claro: no en nuestro nombre a sus guerras.

No en nuestro nombre al negocio armamentístico que lleva a cabo opacamente España. Según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz el Estado está en la sexta posición en el ranking mundial de exportación de armas, multiplicando desde 2004 en más del 1000% sus exportaciones. De éstas, el 16% en las exportaciones directas se dan en el oriente medio, concentrado en el Golfo Pérsico. Si el gobierno español realmente se conduele de las víctimas de Bruselas, que comience cerrando el grifo al negocio que tiene entre manos, rompa con las políticas exteriores iniciadas con Irak, deje de financiar conflictos que atentan contra los derechos humanos.

Pero, sobre todo no en nuestro nombre en la Europa fortaleza. Más de 6,5 millones de personas son desplazadas internas y se cuentan cerca de 5 millones de personas refugiadas, según Acnur. Precisamente esta semana Acnur ha decidido desmarcarse de la expulsión de refugiados que lleva implícito el tratado entre la Unión Europea y Turquía. Los partidos del régimen se conduelen públicamente por unos, pero aprueban dejar a los demás detrás de una reja, no puede haber víctimas de primera y de segunda. Las bombas de ayer, son las de hoy en Siria de las que huyen los refugiados que son tratados de traidores por el Estado Islámico y reciben la expulsión y la xenofobia de la Unión Europea.

Es por ello que hace más falta que nunca una Europa en nuestro nombre. Una Europa que denuncie cualquier infracción de los derechos humanos, por supuesto, que no se enriquezca de la barbarie, que apoye los pueblos y las fuerzas democráticas de Oriente Próximo, que no sustituya a los derechos fundamentales por el miedo y la xenofobia generalizada, que derribe los muros tanto del tratado de la UE, como los muros que levanta entre nosotros con su islamofobia en cada barrio y cada pueblo. Contra la Europa de las élites que avivan el miedo y el odio, la Europa de la gente que construye lazos de solidaridad y comunidad en base a la riqueza popular.

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