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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal
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Los políticos ciegos

Jordi Corominas i Julián

Puede que de tanta política al final nos cansemos, pero nadie puede poner en duda que estos meses son apasionantes e indican, entre muchas otras cosas, como la clase política española actúa bajo unas coordenadas superadas que plantean muchos interrogantes sobre la condición europea de los que nos representan.

El primer punto del vodevil llegó con el acuerdo de Pedro Sánchez con Albert Rivera. En las redes sociales muchos se escandalizaron por el acuerdo, como si el PSOE aún fuera de izquierdas y Ciudadanos una especie de monstruo innombrable. El acuerdo entre ambas fuerzas, que como todo el mundo sabe es insuficiente para aupar al candidato socialista a la presidencia, aspira a posicionarse en el centro del tablero desde el recuerdo a la Transición y su cultura del pacto, indispensable en la nueva situación surgida tras las elecciones del 20D.

Pero ojo, Albert Rivera juega con fuego y con un doble rasero muy peligroso. Sus constantes alusiones al período posterior a la muerte de Franco han generado en el seno de su formación, y por ende en la de su máximo aliado por el momento, el concepto que podríamos denominar superioridad moral de la Transición, consistente en alabar el período constituyente mientras se pretende un gatopardismo que asegure el statu quo con el añadido de la naranja mecánica.

Eso sí, de Podemos ni hablar. Resulta curioso observar cómo la formación morada es el blanco de críticas de todo tipo. Un día hasta se meterán con ellos por cómo compran el pan, pero esto no es lo importante. Al igual que su oponente en la nueva política Pablo Iglesias se cerró en banda y no quería siquiera hablar de una hipotética negociación multilateral con fuerzas ajenas a la izquierda.

De este modo cometía un error imperdonable que lo asimilaba a Rivera casi sin querer: ambos mencionan a su manera reformas constitucionales de gran calado; ambos descartaban a su oponente en una exclusión aberrante del matiz. Hasta el pasado miércoles. De la superioridad moral de la Transición volvíamos al tópico, que siempre tiene algo de cierto, de la superioridad moral de la izquierda, que a Pedro Sánchez le importa bien poco, quizá porque ya no vira hacia ese lado del ring, quizá porque quiere auparse al puesto de Presidente para salvar su silla de Secretario General contra viento y marea.

No es un buen político y tampoco creo que esté a la altura que requiere la situación, si bien la misma, en caso del por ahora improbable convenio, puede darle un papel muy relevante en la Historia, que no suele equivocarse con nombres y hombres, lo que no deja de ser un aviso par navegantes más bien inquietante.

En tiempos decisivos sin extremismos los acuerdos entre fuerzas de distinto color deberían ser lógica elemental. Sin embargo en España jugamos al diálogo de sordos, como en Catalunya, pero de otro modo. El PSOE y el PP, siempre con más cara de turnismo agonizante, se agarran a los principios que consideran básicos para sus electores, quienes quizá empiezan a cansarse de tanto inmovilismo y el paro que este implica a la hora de formar gobierno. Este dúo, al que se añade Ciudadanos, apuesta por una política de frentes que más bien recuerda a los años treinta del siglo pasado que también sigue Podemos. La división puede eternizarse, lo que no anuncia precisamente ningún tipo de esperanza futura, más bien un panorama desolador.

Pase lo que pase la legislatura será corta. Puede que vayamos a votar el 26J. Esta asoma como la opción más probable, aunque también podría darse que se llegara a un consenso que permitiera una legislatura corta y casi constituyente. Eso sería lo normal, término inexistente en estos momentos, y para muestra el botón de los nacionalistas catalanes, acostumbrados a ser la matemática necesaria del equilibrio aritmético de Las Cortes.

En realidad podrían seguir siéndolo y algunos, léase Quico Homs, lo saben a la perfección y sin embargo se ven arrastrados por el contexto que ellos mismos han creado, factor más visible si cabe en discursos como los de Gabriel Rufián, que tras ejercer de supuesto gancho en la campaña electoral ahora lucha desde la tribuna contra inexistentes molinos de viento sin ser él Don Quijote ni nada de eso, sólo un cabeza de cartel con un discurso ramplón y repetitivo.

La fórmula ideal sería un acuerdo PSOE- Podemos-Ciudadanos que debería considerar al PP sin Mariano Rajoy, lo que daría una exigua credibilidad a las gaviotas, podridas e imprescindibles si se pretende una transformación absoluta e inclusiva de la ley fundamental y dar al Congreso su razón de ser con propuestas pensadas para el bien común, uno que no está y sí se le espera.

De momento, y espero equivocarme, la sensación es parecida a la polémica causada por la reforma de la fachada del Liceu. Ponerle unos aros de cerámica desvirtuaría el simbolismo tradicional del exterior convirtiéndolo en un capricho más de una Barcelona que ya creíamos superada. Lo que importa siempre ocurre dentro de los palacios, lo sabía bien Pasolini, quien hablaba de la apariencia del poder y lo oculto de su sala de máquinas.

Ahora que se menta tanto la transparencia muchos ciudadanos agradeceríamos que se olvidara tanto paripé y el verbo sentarse, que en su acepción parlamentaria significa negociar de verdad, se aplicara. Me gustan los leones de la Carrera de San Jerónimo, pero ya es hora los que cada día los dejan atrás para entrar en su trabajo, el que pagamos entre todos, desechen lo primario del pasado y se preocupen más por leer bien el presente, que protagonizan.

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