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El inesperado giro independentista de la Generalitat de Catalunya bajo el mando de CiU ha alterado de un plumazo el marco político español en el último tercio del 2012. El convulso período comprendido entre el 11 de septiembre y el 25 de noviembre escenifica el vuelco del statu quo surgido de la Constitución de 1978, en la que el catalanismo político de derecha e izquierda tuvo un papel determinante. Miquel Roca (CDC) y el desaparecido Jordi Solé Tura (PSUC) fueron los representantes más directos de aquella alianza histórica.
Visto desde hoy, da la sensación de que el año 2012 empezó abruptamente en la jornada de la Diada y acabó el día de las elecciones catalanas de forma igualmente abrupta. Un alucinante episodio de aceleración histórica que parece haber pasado por el túrmix en tres meses un ciclo histórico de tres siglos, con repercusión en todos los sectores que influyen en la formación de la opinión pública.
La digestión será lenta y no hay pronósticos claros. Además de consumar la ruptura del pacto constitucional entre el nacionalismo catalán y el constitucionalismo español, el suceso ha abierto un gran interrogante sobre la evolución del sistema político-institucional, que implica incluso a la propia Corona. La ocultación del retrato del Rey que preside el salón Sant Jordi de la Generalitat, durante el acto de toma de posesión de Artur Mas, es mucho más que un gesto descortés y hasta áspero muy a la medida de los gustos de ERC.
Los términos y el calendario del programa pactado entre CiU y su nuevo socio independentista-republicano se han impuesto de facto como la primera prioridad de la agenda política del Gobierno de Mariano Rajoy y, por supuesto, como un asunto clave de la máxima institución del Estado español. El propio rey Juan Carlos lo ha confirmado con creces en sus mejorables incursiones sobre la cuestión.
Cambio radical de escenario
El cambio ha sido de vértigo. Hace menos de un año, Artur Mas lograba sacar adelante en el Parlament el presupuesto de 2012 gracias a la nueva complicidad del PP, en un clima de enorme incertidumbre a causa de la crisis de la deuda y un clima de fuerte contestación social por los estragos del primer año de recortes. Por entonces, la agenda neoliberal aplicada por el conseller Andreu Mas-Colell, estrella principal del “Gobierno de los mejores” formado por el líder de CiU, mantenía su rumbo sin concesiones al clamor de la calle contra los costes sociales de la política de austeridad.
El pacto de los presupuestos de 2012 era la segunda ceremonia del acuerdo establecido de hecho con el partido de Mariano Rajoy para garantizar la estabilidad del Govern, tras la política de “geometría variable” improvisada en el inicio de su mandato. Cabe recordar que, tras apuntillar definitivamente a los socialistas en las municipales de mayo de 2011, Mas pactó con los populares su primer gran ajuste presupuestario con la vista puesta ya en las elecciones generales. Apenas unos días después, el entonces presidente Rodríguez Zapatero consumaba el adelantamiento de la convocatoria a las urnas.
El punto de ignición
La crisis política e institucional de Catalunya se fraguó sin duda a raíz del deplorable naufragio del Estatut de 2006, alumbrado tras una tumultuosa gestación bajo el Gobierno tricolor de la izquierda, pero adquirió su punto de ignición con la materialización de la asfixia financiera provocada por la Gran Recesión. El fulgurante giro secesionista de CiU no se explica sin el cúmulo de circunstancias que intervienen en ambas variables, pero su mecanismo delata los errores de estrategia que precipitaron su desencadenamiento contra todo pronóstico en la fase mas cruda e imprevisible de la gestión de la crisis.
El insólito pacto parlamentario con ERC y la definitiva ascensión a la primera línea de poder del equipo del pinyol (hueso) soberanista que llevó a CiU a perder 12 escaños y unos 90.000 votos, acredita la capacidad de error y persistencia de la federación nacionalista, materializada en la nueva investidura de Artur Mas pese al varapalo encajado en las urnas. A fecha de hoy, no parece haber otra disyuntiva en adelante que la materialización del proceso de autodeterminación de una forma u otra, por un lado, o la caída definitiva del propio Mas con todo el equipo, en beneficio de su aliado parlamentario, por otro.
El fin de la dualidad
Desde sus propios inicios como movimiento transversal y fuerza de gobierno, Convergència se ha forjado políticamente sobre la doble idea de convertirse en el “pal de paller” de Catalunya, por un lado, y “ser decisivos” en Madrid, por otro. En 1986, la obsesión por influir sobre el poder central le llevó a sacrificar a Miquel Roca en la fallida “operación reformista” frente al entonces PSOE hegemónico de Felipe González; en el annus horribilis de 2012, la ambición casi telúrica por conducir al país hacia la emancipación definitiva ha prendido fuego en Artur Mas frente al PP hegemónico de Rajoy. Tras enterrar el antiguo pactismo reformista con proyección española, el mesianismo ha cobrado toda su dimensión a nivel nacional catalán.
El exceso de tacticismo y estrategia se incluye, pues, entre las claves del gran salto hacia delante del 11-S. La idea del “pacto fiscal” nació como respuesta al naufragio del Estatut y como banderín de enganche para el retorno al poder en 2010. A mediados de 2011, con Zapatero en fase terminal tras el primer año de su fulminante giro a la derecha, los dirigentes de la federación daban de nuevo por hecho que ya no habría mayoría absoluta en las Cortes ante el deterioro de los dos grandes partidos de Estado.
En tales circunstancias, el “pacto fiscal” parecía al alcance de la mano ante un virtual Gobierno minoritario del PP o, cuando menos, un instrumento de negociación para surcar la doble legislatura –en Barcelona y Madrid—en igualdad de condiciones y con posibilidades de forzar un acuerdo. Éste era el clima reinante en vísperas del verano de 2011, cuando CiU se apresuró a investir a Duran i Lleida como candidato y, acaso, virtual aspirante a una cartera del Gobierno Rajoy.
En 1986 Miquel Roca también ya se veía ministro principal de un Gobierno minoritario del PSOE presidido por Felipe González, pero sus “aliados y amigos” del Partido Reformista Democrático (PRD) no sacaron ni un escaño y los socialistas revalidaron su mayoría absoluta con 18 escaños menos. En noviembre de 2011, la aplastante mayoría obtenida por el PP hizo trizas la estrategia de CiU y convirtió el “pacto fiscal” en una bomba de relojería en manos de sus propios artificieros. La debilidad del Gobierno de CiU, prácticamente chantajeado en el Parlament por el PP y acosado en la calle por las movilizaciones sociales, contribuyó sin duda a precipitar los acontecimientos.
El “protectorado” de ERC
El resto de la historia hasta el “encontronazo” del pasado septiembre en La Moncloa entre Mas y Rajoy es de sobras conocida en términos generales. En los meses previos, la progresiva acumulación de munición soberanista a través de la movilización impulsada a través de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), por un lado, y la exhibición de fuerza e intransigencia del Gobierno central, por otro, alimentaron fatalmente la ruptura entre ambos y la voladura del statu quo. No se concedieron ni agua para pasar el trago del “magnicidio”, visualizado poco después por la disolución del Parlament y la llamada a las urnas.
El propio Mas ha reconocido que su hoja de ruta preveía plantear la cuestión del “pacto fiscal” a mediados de 2013, coincidiendo con el vencimiento del actual sistema de financiación; pero el despliegue en torno a la celebración popular de la Diada, unido al estado de ánimo de la ciudadanía, hizo saltar las amarras de la nave convergente.
Pese al batacazo del 25-N, que pinchó sus ínfulas mesiánicas, el líder de CiU sigue firme en sus compromisos electorales sobre la “transición nacional”, aunque bajo el protectorado de ERC. El partido de Oriol Junqueras no sólo se ha alzado gratis con el desarrollo de la patente de la independencia, sino que ha puesto en sordina a la izquierda con el “giro social” impuesto a domicilio a los neoliberales de CiU tras dos años de desahucio del Estado protector por el diktat de los mercados.
Demasiadas cosas en demasiado poco tiempo para que todo ello resista incólume el paso del calendario en el año entrante y siguientes.