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El Día de la Hispanidad, que arrastra un pesado lastre de anacronismos desde que fuera instituido como fiesta nacional, ha acusado visiblemente el impacto del seísmo político de la histórica Diada del 11-S. Las imágenes del Rey, vestido de uniforme militar, interpelando al presidente del Gobierno sobre la desdichada declaración del ministro Wert sobre la enseñanza en Catalunya, ilustran la zozobra que arrecia en las instituciones del Estado. La virtual amonestación del monarca al “pobre” ministro aumenta aún más, si cabe, el estupor ante la delirante secuencia de injerencia de poderes y confusión de papeles retransmitida en vivo y en directo como epílogo de la parada militar en el corazón de la Villa y Corte. Vivir para ver.
Tal vez el monarca haya optado por echar mano de su campechanía para trasladar a la opinión pública a su manera su posición sobre tan desafortunado lance; pero es la segunda vez que el Jefe del Estado baja a la arena de la política para intervenir en el conflicto suscitado desde Catalunya. Esta vez no ha sido a través de un blog lanzado al espacio virtual desde palacio, sino a pie de calle ante el Gobierno en pleno y con atuendo de capitán general de los tres ejércitos. La Zarzuela desmintió oficialmente que el Rey hablara de Wert con Rajoy a pesar de las apariencias.
El caso es que hasta el propio príncipe Felipe ha creído pertinente pronunciarse en fecha tan señalada y afirmar que “Catalunya no es un problema”, aventurando una teoría sobre la “realidad” y la “espuma”. ¡Uf!
Los dirigentes independentistas más radicales no ocultan su satisfacción ante el vertiginoso desarrollo de un guión que ni ellos mismos habrían imaginado nunca. Mientras tanto, Artur Mas desgrana a placer su discurso de hombre tranquilo desde La Vanguardia el mismo día en que la réplica a la gigantesca marcha de la Diada apenas colmaba la plaza de Catalunya de Barcelona. El ridículo baile de cifras agudizó el aire desvalido de la concentración. Transcurrido sólo un mes desde el giro independentista promovido por el presidente de la Generalitat, la actitud de los máximos poderes del Estado oscila entre la parálisis de pánico, la intimidación o pura y simplemente el despropósito.
Así están las cosas a fecha del 12-O, a caballo entre la deriva política y la agónica espera del rescate económico. Más allá de abortar en el Congreso una oportunista iniciativa de ERC para autorizar a la Generalitat la convocatoria de un referéndum, todo invita a pensar que nada va a mejorar y que la travesía hasta la fecha crucial del 25-N será cruda y áspera. Pero no será nada comparado con el día después de las elecciones catalanas, cuando los ciudadanos de Catalunya se pronuncien en secreto sobre lo que quieren hacer en el futuro inmediato. Rajoy errará gravemente si desmerece por segunda vez la demanda y la importancia de lo que está en juego.
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