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El camino de Oriol Junqueras hacia la presidencia se topa con la CUP

Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, a la salida de una reunión en el Parlament

Arturo Puente

En ERC es palpable estos días un extraño estado de ánimo, a medio camino entre el enfado y el optimismo. Por una parte están molestos, tanto con la CUP como con Convergència. A los primeros les reprochan estar poniendo todas las trabas posibles para sacar adelante unos presupuestos que, opinan, abrirían el grifo del gasto social por primera vez en 5 años. A sus socios de gobierno les echan en cara estarse cerrando en banda a considerar ninguna de las propuestas fiscales que reclama la CUP, algunas de las cuales les parecen razonables. Pero, por otra parte, están esperanzados porque saben que su hegemonía dentro del independentismo se está consolidando e incluso se ven con fuerzas para disputar una nutrida bolsa de votos a En Comú Podem estas generales.

Esta ambivalencia de sentimientos sobre el momento político no es nueva en la casa de los republicanos. Junqueras vivió un momento de similar dureza justo hace un año, cuando las elecciones que debían ser un plebiscito sobre la independencia se acercaban y los convergentes aumentaban la presión contra él y su entorno para que aceptase la lista conjunta. El líder de Esquerra estaba cada vez más acorralado entre el enorme poder mediático de los convergentes y las entidades independentistas, sobre las que Artur Mas estaba lanzando su última opa tras la salida de Carme Forcadell de la presidencia de la ANC.

El de ERC se había resistido durante más de un año con uñas y dientes, pero para mayo de 2015 Junqueras ya había comprobado que una pinza a favor de la lista conjunta entre las organizaciones independentistas y el abigarrado universo mediático convergente dejaría a su partido muy tocado de cara a las elecciones del 27-S, en favor de una CUP a la que inflarían. Así que hizo de la necesidad virtud y comenzó a diseñar una estrategia, dentro de las posibilidades que CDC le permitía, para situarse como el candidato independentista con más opciones una legislatura después, es decir, en las elecciones previstas para 2017.

Un plan de 18 meses

La necesidad de Convergència por formar una lista conjunta para tratar de aminorar su crisis electoral era acuciante, por lo que Junqueras podía pedir casi cualquier cosa a cambio de sus siglas. Además, el de Esquerra sabía que en el futuro próximo la situación presupuestaría mejoraría. Para 2016 se esperaba la devolución de los adelantos del sistema de financiación autonómico por parte del Estado, cierta flexibilidad respecto a la regla del déficit y unos tipos más bajos que aligeraban la carga de la deuda. En total, algo más de 1.000 millones extra para partidas de gasto de las consejerías. El próximo conseller de Economía podría hacerse con el capital político de ser el primero que no hacía recortes en dos legislaturas.

Además de eso, para entonces Artur Mas comenzaba a darse por amortizado como figura política. Si bien buena parte de la operación de la lista única estaba destinada a mantener al líder de CDC en la presidencia, la imagen de Mas estaba tanto o más desgastada que la de su partido y él mismo había asegurado que abandonaría la política en una legislatura. La carrera sucesoria estaba abierta y Junqueras podría jugarla desde la vicepresidencia.

Así que se aseguró dos puestos para aceptar formar JxSí: la cartera económica y la segunda silla de la Generalitat. Y, para que todo ello cuadrara, impuso buena parte de su programa, cargando hacia el centro-izquierda. Muy mal se le tenía que dar a Junqueras para que, cuando la legislatura 2015-2017 acabara, no se convirtiera en un candidato netamente independentista con buena imagen entre el votante izquierdista por sus políticas sociales, pero visto como un hombre leal por el votante convergente.

Y, entonces, la CUP

El plan de Junqueras era sólido con una mayoría absoluta de JxSí, pero no contaba con un plan B si la CUP era decisiva para el primer gobierno independentista. Pero así fue. Tras las elecciones del 27-S los anticapitalistas consiguieron que Artur Mas abandonara el gobierno, lo que hizo que la carrera sucesoria en Convergència se liquidara en cuestión de horas. El de ERC, por tanto, ya no competiría en las próximas elecciones con un Artur Mas quemado o con un repuesto apresurado sino, probablemente, contra todo un president convergente con apenas un par de años de recorrido.

Para el camino de Junqueras hacia la presidencia, el cambio de Mas por Puigdemont resulta un impedimento fundamental, pero todavía puede enmendarlo ganando el centro a Convergència desde el Govern. La defensa de una reforma fiscal que aumente impuestos a las rentas más altas, defendida por Esquerra en las últimas semanas en contra del criterio de los consellers convergentes, es buena muestra de cómo los de Junqueras intentan marcar perfil izquierdista mientras hacen equilibrios para continuar manteniéndose leales al gobierno. Pero la CUP, com ya hiciera en el debate de investidura, quiere acelerar las cosas. Su negativa a retirar la enmienda a la totalidad, es leída por ERC como una demostración de fuerza ante una negociación, pero por Convergència como un nuevo bloqueo por radicalismo ante el que no se puede ceder.

La distancia ideológica entre Convergència y la CUP es tan amplia y hay tanto resentimiento mutuo, que en la negociación presupuestaria puede pasar casi todo. ERC teme que el resultado sean posiciones enrocadas y bloqueo a los presupuestos, lo que dejaría a Catalunya sin cuentas al menos hasta después del verano, y posiblemente, en todo 2016. Que Junqueras no pueda regar las partidas presupuestarias con los 1.200 millones extra con los que cuenta, no solo es incomprensible para los republicanos, sino que da al traste el plan de Junqueras de representar el principio del fin de la austeridad como pilar de su carrera hacia la presidencia.

¿De JxSí a un SNP a la catalana?

Los rumores de un posible adelanto electoral en Catalunya, que sería el tercero en cinco años, se han disparado durante las últimas semanas. Diversos opinadores de cabecera de la derecha independentista abogan ya por romper el pacto de estabilidad con la CUP y por ir pensando en convocar unas nuevas elecciones, que según el Estatut no pueden celebrarse antes del próximo septiembre. Esto es, por una parte, el intento de parapetarse ante las diversas negociaciones que se llevan a cabo esta legislatura, pero también nace de la sincera creencia del mundo convergente de que la CUP está inflada respecto a su base electoral y que podría ser barrida en unas nuevas elecciones.

Ante un futuro tan abierto las dudas de los independentistas se centran en cuál podría la próxima fórmula electoral una vez pasado el proceso de refundación de Convergència. Desde el partido que dirige Artur Mas se continúa apostando por una candidatura de unidad –es decir, con ERC– en lo sucesivo, e incluso hay voces que plantean una alianza estable entre ambas formaciones, a semejanza del Scottish National Party. Pero los nacionalistas escoceses ocupan posiciones de centro-izquierda, diferente a JxSí, que se extienden a uno y otro lado del eje pero donde la derecha tiene mayoría.

Sin embargo, Junqueras podría tener en el cambió de la hegemonía independentista a favor de su partido la última vía abierta para conquistar la presidencia en 2017. Si Convergència persevera en su hundimiento electoral, como indican todas las encuestas, y continua forzando una candidatura de unidad para las elecciones al Parlament, a Junqueras le quedaría exigir esta vez el número uno de la lista. La llegada del temido bloque de Catalunya en Comú sería una razón de peso para este bloque independentista liderado por la izquierda. Si Convergència lo acepta, Junqueras se convertiría en el líder del independentismo mayoritario. Si no lo acepta, Junqueras sobresaldría como lo que siempre deseó: el candidato independentista con más opciones a la presidencia.

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