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Las paradojas de la pandemia acorralan al autoconsumo: “No podemos ir a por leña ni a la huerta pero sí a un comercio masificado”

Huerta

Alicia Avilés Pozo

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En un valle de la provincia de Toledo convive un grupo de personas que han hecho del mundo rural una forma de entender la vida y la naturaleza. No se consideran un colectivo definido. Son vecinos y vecinas del pequeño pueblo al que pertenecen. Algunas personas llevan allí desde hace 15 años, otras llegaron hace poco “desde lugares y épocas diferentes”. Colaboran entre ellas en temas esenciales pero sin normas fijas. Comparten huertas, olivos, espacios de aprendizaje, y se separan y mezclan en función de las necesidades que surgen cada día. Es un proyecto local de sociedad y economía, tanto individual como colectiva. El estado de alarma por la pandemia de COVID-19 ha irrumpido en este espacio para decirles que muchas de las cosas que hacían, basadas en el autoconsumo, en la soberanía alimentaria, en la producción sostenible y local, y en el cultivo de huertos para consumo propio, ya no son posibles. Todo bajo criterios algo ambiguos y en muchos casos “injustificados”.

Nos conceden esta entrevista bajo el seudónimo de La Cigüeña Negra y después de haberlas conocido gracias al contundente artículo que escribieron en el periódico digital El Salto, donde denuncian el asalto que las medidas del Gobierno han supuesto para la autosuficiencia rural. No quieren que se les identifique porque el anonimato les ha permitido vivir como hasta ahora, o casi como hasta ahora.

Su modelo de vida no pretende generar una línea divisoria ni ninguna confrontación entre ciudad y campo. Al contrario, consideran que estas dos vertientes “están y tienen que estar interrelacionadas y creemos que se tienen que apoyar para potenciarse”. “Tenemos que dar respuestas comunes aplicando las mismas prácticas de redes de apoyo mutuo y solidaridad, adaptándolas a nuestros entornos y realidades”. De hecho, mantienen contacto directo con personas y colectivos de diferentes ciudades donde también están encontrando dificultades para la autogestión.

Pero es cierto que en el medio rural es más fácil el autoabastecimiento de los bienes básicos. “Si la huerta no es nuestra, es de nuestra vecina, y ella puede abastecernos de verdura. Y si nosotras tenemos huevos o miel, podemos abastecerla a ella”. Ese es el culmen de la autosuficiencia rural. Es algo común en los pueblos de Castilla-La Mancha poder vender excedentes de estos productos, pero “en la puerta de tu casa”, porque no son personas productoras ni empresas. “No son una explotación agrícola o ganadera, pero está permitido en nuestra legislación y eso se llama autoconsumo. Este comercio rural existe y hace que los pueblos puedan ser autosuficientes y autoabastecerse”.

Cesiones verbales para pequeñas huertas, pajares y gallineros

A ello se suma otra realidad: estas tierras pueden ser cultivadas por personas que no son sus propietarias. Son cesiones que se realizan de palabra. Cada cual sabe de quién es cada parcela y quién la cultiva, pero sin papeles. “El derecho consuetudinario es la ley para pequeñas huertas, pajares, gallineros…” y por tanto, estos vecinos y vecinas pueden producir y vender sus pequeños excedentes sin estar registrados en ningún sitio como agricultores o ganaderos.

Esto era así hasta hace un mes. Incluso se promovía y auspiciaba por parte de las administraciones. Pero con el coronavirus ha llegado también el “acorralamiento”. Sus métodos de autoabastecimiento de alimentos, agua y calor ya no están permitidos. Por ejemplo, para tener miel hay que ir a las colmenas, para tener verdura hay que ir a la huerta, para tener leña hay que ir al campo. Es decir, “hay que ir a trabajar sin un contrato que así lo especifique”. Y aquí es donde entra “el absurdo de la legislación urbanocentrista, que solo considera el medio rural para el abastecimiento de la urbe, o de una no adaptación de la ley urbanocentrista de las autoridades locales a la realidad de cada municipio”.

El Real-Decreto de medidas excepcionales aprobado el 14 de marzo por el estado de alarma garantiza el suministro de energía eléctrica, petróleo y gas, pero no menciona la posibilidad de que mucha población pueda calentarse con leña o con huesos de aceituna. Es solo un ejemplo, porque tampoco se permite a la población ir al huerto o a arar sus propios olivos mientras “se permite la aglomeración en la puerta del supermercado”. Ahí los acuerdos orales o el derecho consuetudinario no se tienen en cuenta.

“De esta forma estamos borrando de un plumazo el autoabastecimiento de los municipios, obligándolos a abastecerse del comercio exterior, comprando una lechuga de los invernaderos de Almería, y exponiéndonos a un riesgo de contaminación por COVID-19 mucho mayor, que el cosechar la lechuga de tu huerto. Ahí es donde vemos que la España vaciada ni siquiera existe, solo somos turismo, descanso, pero nada vivo”.

También denuncian estos vecinos y vecinas que con el levantamiento de algunas restricciones no se haya relajado la situación. Ahora lo que hay es una “incertidumbre enorme” acerca de lo que se puede hacer o no hacer en el entorno rural. Todo es confusión y tampoco en este caso faltan los ‘fakes’ y bulos continuos. Y mientras en el primer decreto de alarma sí se mencionaba el cuidado de las parcelas, el ahora vigente no lo hace. “Es como si el mundo rural hubiera desaparecido” y solo pueden agarrarse a conjeturas o interpretaciones diferentes de estas medidas. ¿A qué se atienen entonces? “Al final siempre nos encontramos que la respuesta a lo que se puede hacer o no la tiene la libre interpretación del Real-Decreto que haga el agente de turno que te pare en un control”.

Todo ello pone de manifiesto una vez más “lo poco que se ha pensado en el mundo rural a pequeña escala (no hablamos en ningún caso de las macrogranjas y las explotaciones agrarias con fines económicos) y lo poco que conocen este entorno y sus peculiaridades las personas que han redactado las medidas de confinamiento, que están echando a perder la capacidad de abastecimiento de muchas familias, no solo durante el estado de alarma, sino durante gran parte del año”.

Recogida de firmas y acción colectiva

Por todo ello están firmando, individual y colectivamente, los numerosos manifiestos y peticiones (estatales, autonómicos y locales) que se han hecho desde diferentes plataformas respecto a estos temas. Celebran que en comunidades como Galicia y Catalunya ya se hayan revisado estas medidas y se esté permitiendo “recolectar los productos necesarios para el autoconsumo”. Y mientras, siguen a la espera de una respuesta de los Ministerios de Sanidad y Consumo (tras las evasivas del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación) sobre el apoyo de medidas a la producción y comercialización a pequeña escala. Se puede consultar la petición y la carta en este enlace.

“No podemos ir al olivar, no podemos ir a la huerta, no podemos ir a por leña, no podemos ir a por agua... Aún a sabiendas de que no nos cruzaríamos con nadie en la realización de estas tareas. Pero, paradojas de la vida, sí podemos acudir a un comercio masificado en el que el peligro de contagio aumenta exponencialmente”, concluyen. Las arbitrariedades y ambigüedades han hecho que una vecina del pueblo resuma así la situación. “Yo ya no se qué hacer porque haga lo que haga me siento como una delincuente”.

Hay otros casos particulares con algunas diferencias, pero también muchas similitudes a La Cigüeña Negra. En una parcela privada de la ciudad de Toledo un grupo de gente se organizó hace tiempo en defensa de esa soberanía alimentaria y alquilaron todas ellas un pequeño terreno para cultivar sus productos. Es un huerto cooperativo, no urbano.

No tienen alimentos asignados sino que todos y todas recogen lo que es de todos y todas, y lo reparten equitativamente, como en un grupo de consumo. La cuestión es que tampoco en este caso tienen un contrato vinculante por escrito con el dueño de la parcela ni este último tiene la actividad agrícola regularizada como tal. No hay ningún convenio vinculante, también es derecho consuetudinario y una vez llegado el estado de alarma, poco se ha podido hacer. Está prohibido ir allí.

No obstante, alguna de sus integrantes ha decidido acudir un par de veces para que los cultivos no se echen a perder. No se ha cruzado con nadie. “Es una zona desierta. No hay nadie. Tiene más peligro ir a un supermercado y hacer la compra entre decenas de personas y con todo el mundo tocándolo todo, que acudir allí a un huerto de autoconsumo a recoger lo que hemos sembrado y trabajado durante meses”, afirma esta vecina, que tampoco quiere dar su nombre ni la localización del huerto por miedo a comprometer su seguridad y la del grupo de gente con la que colabora.

“Llevamos mucho tiempo cultivando entre todos y todas. Todos recogemos para todos, porque eso nos permite hacer turnos y variar según la disponibilidad de cada uno, que puede ir cuando quiere”, remarca.

Esta vecina toledana subraya además que la situación del autoconsumo ahora se hace insostenible por el estado de alarma, pero que tampoco ha sido fácil en los últimos tiempos. Esta ciudad se ha caracterizado tradicionalmente por tener zonas agrícolas que fueron cultivadas y explotadas durante el siglo pasado en la zona de la vega. Eran huertas suficientes para el abastecimiento de una familia, y que después desaparecieron con el crecimiento urbanístico de la ciudad, que aunque no fue tan intenso como en otras zonas del país debido a los límites del río Tajo, sí marcó cierto “urbanocentrismo”.

Las posibilidades de la producción local

De cualquier forma, denuncia que ahora mismo no pueda llevarse a cabo una explotación más sostenible de los recursos alimentarios cuando precisamente debería ser más necesario promocionar el comercio de proximidad, y otorgar de más posibilidades a la producción local, al margen de las grandes cadenas de abastecimiento.

Encontramos un último caso en el barrio toledano del Polígono. Allí se encuentra el huerto comunitario y el invernadero que puso en marcha la ONG IntermediAcción, un terreno cedido por el Ayuntamiento de la ciudad que sirve para labores de intervención y relación social. Fue clausurado el pasado 16 de marzo, al igual que otra parcela comunitaria del barrio de Valparaíso.

En esta organización social han preguntando a varios agentes de policía si podían acudir individualmente a recoger algunos cultivos. Las respuestas han sido contradictorias: unos les han dicho que sí, pero solo a recoger, no a cultivar ni a regar; y otros les han dicho que ni una cosa ni la otra.

“No hay ningún criterio claro. Hemos hablado con compañeros de huertos comunitarios de otras ciudades como Albacete y allí sí tienen permiso para ir a cultivar y a recoger alimentos, de forma individual y con las adecuadas medidas con protección. Mientras, aquí ni siquiera sabemos quién toma las decisiones, y no sabemos si será cuestión de días que unifiquen los criterios y nos dejen ir, porque hasta ahora solo sabemos que cada administración local interpreta la normativa como quiere”.

Estos meses son la época ideal para sembrar los cultivos de verano, por lo que su objetivo es seguir preguntando hasta que consigan un permiso para acudir y ver cómo se encuentros los cultivos. “Sabemos que en otras comunidades autónomas con mucha huerta para consumo propio, esto se ha permitido, y no entendemos que no lo hagan en Castilla-La Mancha, donde este tipo de producción ha sido promovida y estimulada durante años. Es un reflejo de la soberanía alimentaria, una labor social y de autonconsumo que se suponía que debía desarrollarse y que ahora puede quedarse en la nada”, concluyen.

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