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Chung Hong-won, Camps y el accidente de metro: el cuadro que Jordi Évole supo pintar

Andreu Escrivà

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Esta semana hemos leído que el primer ministro de Corea del Sur, Chung Hong-won, ha dimitido por la gestión del hundimiento del buque Sewol, que se piensa que puede haber causado alrededor de 300 muertes. Lo hace “tras presenciar el dolor de los familiares de las víctimas y el enfado de la gente”, manifestando que es su deber “asumir todas las responsabilidades y dimitir”. La renuncia ha sido aceptada por la presidenta del país, Park Geun-hye, aunque no se hará efectiva hasta que la situación esté “bajo control”.

Yo aquí veo una secuencia lógica de acontecimientos: accidente gravísimo, gestión manifiestamente mejorable del operativo de rescate y apoyo, enfado de familiares y dimisión de uno de los máximos dirigentes del país que, aunque no responsable directo, ostenta un cargo que lleva implícita la transferencia automática de responsabilidades.

Hace justo un año Jordi Évole emitió un Salvados que cambió muchas cosas: de una plaza prácticamente vacía a la que no acudía casi nadie con regularidad –me avergüenzo de decir que sólo estuve en unas pocas convocatorias previas- se pasó a un espacio público tomado por la indignación. ¿Dónde habíamos estado? Lo que contó Évole, si exceptuamos la confirmación de algunas sospechas que ya teníamos, lo habían expuesto ya muchas personas, entre ellas los realizadores y participantes de “0 responsables” y Barret Films. Pero lo que hizo el Salvados fue catalizar toda aquella amalgama indignada, encender de nuevo la rabia tras una de las actuaciones más indignas que se le recuerdan a un gobernante en este país.

Porque si bien el ejemplo de la dimisión exprés de Chung Hong-won puede parecernos lejano e improbable, debería haberse reproducido aquí con milimétrica exactitud. Negarles respuestas a las víctimas de un terrible accidente ferroviario que se gestionó mal y se investigó poco y a desgana es de una miseria moral casi inconcebible. El desprecio sistemático al que sometieron Camps, Cotino, Maluenda y compañía a aquellos que habían perdido a sus familiares y amigos es de una repugnancia indescriptible. Contra viento y marea, contra los grandes eventos y el tupido tapiz que colocó Canal 9 ante sus lágrimas, contra el papel secante de un gobierno inmoral y ruin, aguantaron seis años en solitario en una plaza vacía que no podía encogerse para abrazarlos.

Y luego cambió todo. Luego vino un 3 de mayo en el que teníamos en la retina a Cotino huyendo de forma mezquina y cobarde de las cámaras (por no mencionar el vergonzoso episodio telefónico), a los técnicos contándonos cómo les aleccionaban, a presentadores de Canal9 que revelaban cómo se raspaba de la escaleta cualquier referencia a los puntos oscuros de la muerte de 43 personas, al trauma de 47 heridos, al dolor de centenares de personas. A la imagen de los vidrios de las ventanas retorciéndose y engullendo personas una tras otra.

Lo que Évole cambió es que supo ofrecer una imagen global, construir un relato de qué había pasado y cómo habían reaccionado nuestras autoridades. Que supo explicar y transmitir el peripatetismo de unos gobernantes indignos e irresponsables, acercarnos el sufrimiento de quienes han vivido en la oscuridad institucional y mediática durante demasiados años. Que supo espolear los rescoldos de dignidad, de empatía que quedaban en nuestro interior.

Durante este año, esas brasas no se han apagado. Ahora parece que la pesadilla está a punto de acabar, que tan sólo falta un año para que el próximo presidente de la Generalitat –sea quien sea- reciba y dé el trato que se merece a la Asociación de Víctimas del Metro 3 Julio. Para que se investigue a fondo, se destapen documentos, se depuren responsabilidades y se señale definitivamente con el dedo a quienes no merecen pisar el suelo que ahora mancillan con sus zapatos llenos de una mugre que jamás podrán limpiar. Pero todo eso, no debemos olvidarlo, puede ser tan sólo un espejismo si dejamos de azuzar el fuego.

¿Nos vemos el sábado?

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