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Sin concentración alemana

Simón Alegre

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En este país, con políticos dispuestos a cambiar su Constitución por los designios de la Canciller de marras, resulta legítimo que la recurrente fórmula teutona del gobierno de concentración sobrevuele los debates de los más agoreros.

No obstante, no parece que se vaya a experimentar con ella por estos lares. Desde la Transición y sus Pactos de la Moncloa, la cultura del macroacuerdo social está bien presente en el ADN de la política hispana. Aunque aquellas negociaciones distaron de celebrarse en el marco de lo que Habermas definió como comunidad ideal de comunicación –ya se sabe, el Ejército ojo avizor-, su legado ha consolidado un modelo de democracia consociativa. Estas prácticas tienen, por su parte, pros y contras. Entre las segundas, una corporativización estructural de la representación de intereses que explica, en cierto modo, las problemáticas que actualmente acucian a los sindicatos mayoritarios.

Decíamos con anterioridad que el gobierno de concentración no está realmente en la agenda porque, paradójicamente, esta concertación va en detrimento del bipartidismo. Podría apuntarse a algunas CC.AA. como candidatas para el experimento, pero no resulta válido el ejemplo que suele argüirse –Euskadi-, por remitirse a una alianza entre perdedores.

A nadie escapa que un gobierno de concentración PP-PSOE supondría una apertura de la veda para erosionar un bipartidismo sobreprotegido por la LOREG, en función de la gobernabilidad. Sin duda alguna, constituiría un abrazo del oso para ese PSOE que Elena Valenciano invocaba más “rojo, morado y verde”, antes de la última Conferencia Política del partido.

Una gran coalición a la alemana, en definitiva, canalizaría mejor que ninguna campaña electoral el desencanto y el descontento de quienes desearan una alternativa ante el establishment. Su efecto movilizador superaría con creces a un apretón de manos de Tsipras o Grillo a sus homólogos autóctonos.

Por tanto, ideología y programa obligan; pero en los dos partidos mayoritarios tienen claro que, por separado, tendrán más suerte. Luego, ya se pondrán de acuerdo para el reparto de cuotas en Cajas, emisoras, empresas públicas y demás.

Partitocracia consociativa. Y la democracia… hecha unos zorros.

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