Que la violencia nos habita es un hecho mayor de nuestra existencia. No sólo por la implosión terrorista en el corazón del mundo civilizado. También por las numerosas muestras de crispación, a las que basta una chispa para prender un gran incendio. Los ejemplos se multiplican, en prensa, televisión y cine. Incluso en el teatro. Como es el caso que nos ocupa: ‘El Nombre’, de Mathieu Delaporte y Alexandre de la Patellière.
Lo de menos es la excusa que proporciona ese nombre. Amparo Larrañaga, Antonio Molero, Jorge Bosch, César Camino y Kira Miró (esta última ausente de la rueda de prensa en el Teatro Olympia) explicaron que tal nombre es el de cierta criatura a punto de nacer. Su revelación será el desencadenante de la crispación entre el grupo de amigos reunidos para cenar. “Por el nombre que le van a poner a esa criatura, salen todas las rencillas y trapos sucios”, subrayó Molero.
Yasmina Reza se encargó de esa misma violencia, a raíz de un hecho insignificante, en sus obras ‘Arte’ y ‘Un Dios salvaje’. A esta última se refirió el propio Molero, como referente de ‘El Nombre’. “El detonante es igual de absurdo, pero permite abordar temas como la guerra de sexos, la política, la hipocresía o la lucha social”. De manera que una cena habitual entre amigos se acaba convirtiendo en una batalla campal.
La referencia a la Navidad también apareció en las explicaciones de los protagonistas de ‘El Nombre’, que se presenta en el Olympia en versión de Jordi Galcerán y dirección de Gabriel Olivares. Larrañaga y Bosch se refirieron a ella como esa fecha en la que se reúne la familia y, al igual que sucede en la obra, puede dar lugar a “situaciones conflictivas” y a “gente que explota después de muchos años”. “En el 90% de las familias y amigos nunca se dice nada. Las cosas se retienen y hace falta una tormenta perfecta para que salga todo”, señaló Molero.
‘El Nombre’, según César Camino, “es una catarsis”. La violencia se desencadena, a partir de un comentario en apariencia intrascendente, y vuelve a su cauce tras arrasar una cena cordial. “Habla de las miserias humanas”, destacó Bosch. “Más cosas no se pueden decir”, reconoció Larrañaga. Seres civilizados, con las necesidades básicas cubiertas, poniendo en solfa la educación recibida por un “detonante absurdo”.
La obra de Delaporte y De la Palletière, como antes las de Yasmina Reza y tantas otras, no deja de mostrar la violencia que anida en el ser humano, para la cual apenas basta una simple y absurda chispa. “Choca que gente burguesa, o lo que entendamos por burguesa, que defiende la cultura del bienestar, pierda los papeles y se comporte como animales”, indicó Molero. “Es una cena que se sale completamente de madre”, subrayó Larrañaga.
Más que un aviso para navegantes, ahora que las aguas de la democracia vienen turbias, ‘El Nombre’ es la constatación de cuán próximos se hallan civilización y barbarie. “Va de la amistad y de la familia”, y de cómo “amigos que tienen ideologías distintas se terminan desahogando sin más”, insistió Amparo Larrañaga. Y añadió: “Es una función coral, en la que cuentan mucho los gestos y las miradas”. Gestos y miradas como antesala de la violencia desencadenada por un nombre, que los actores prefirieron mantener en secreto.