Los despojos podridos de la verdad
Las elecciones han venido y todos sabemos cómo ha sido. La campaña será una campaña paradójica. Por una parte, todos los partidos dirán a sus fieles que ellos no las querían y echarán toda la culpa a los demás. Pero, por otro lado, se desgañitarán en los mítines y en las televisiones para dejar bien claro que tenga quien tenga la culpa de su repetición han de ganar las del 26 de junio para que España no se hunda en la miseria más de lo que está. Decía Bourdieu que cada uno tenemos nuestro “ideal de verdad”. Seguro que sí. Y lo explotamos en campaña. La verdad es nuestra. Los demás, mienten. El espectáculo está pues servido y la pugna entre políticos y medios de comunicación hará temblar los escenarios de campaña. El escenario no serán los estadios sino las páginas de prensa escrita o digital, los minutos de radio y los especiales de televisión. Los mítines son para los convencidos. Esos son habas contadas. Vítores, banderas, pañuelos al cuello como Alan Ladd en “Raíces profundas”, la juventud guardando la espalda del líder con la sonrisa nada turbia de sus veinte años. El periodismo de opinión se convertirá en una bola de cristal y en su contacto con el Más Allá convocará los fantasmas de antes para que iluminen o desgracien el día a día de un presente que se anuncia impredecible. Desde esta columna, sólo una adivinación: la izquierda (junta o por separado) será despedazada sin piedad por los carniceros de la prensa. No habrá compasión con las izquierdas. No la ha habido hasta ahora. Y menos la va a haber desde el instante mismo en que la campana suene para ordenar la salida desde la línea de meta.
El papel de los medios se verá, en su enorme magnitud de miseria moral o de nobleza, en ese mismo instante del pistoletazo de salida. La polémica entre Pablo Iglesias y un redactor del diario El Mundo habrá sido el prólogo de una obra en que nadie -y los medios menos que nadie- podrá ocultar sus cartas y, aún menos, cuántas de esas cartas se esconden en la bocamanga de los contendientes como hacen en todas las películas los tahúres del Oeste.Ahora veremos qué medios se merecen un saludo y cuáles otros el escupitajo del desprecio. Y no me vengan con esa moralina corporativista de que lo que algunos quieren es matar al mensajero. A algunos mensajeros no hace falta que los mate nadie porque se matan ellos solos, pegándose un tiro en cada noticia falsa que publican en sus páginas principales. Ni todos los medios son iguales ni todos los periodistas lo somos. Y todos somos mensajeros. Pero suena raro que algunos mensajeros sólo repartan paquetes de mierda para ahogar a las izquierdas.El orgullo corporativista me importa un pito. Lo que no me importa un pito son los despidos masivos en algunos medios, la precariedad que sufren quienes trabajan en esos medios, la hipocresía de muchos de esos medios que apoyaron hace tiempo a los líderes políticos corruptos porque ayudaban en la crisis de sus empresas y ahora parecen convertidos en el azote implacable de esos políticos. El mismo día en que Iglesias se metía con un redactor de El Mundo, ese mismo diario despedía a más de doscientos trabajadores. En esos momentos de tensión con el líder de Podemos, la solidaridad de los periodistas presentes fue con el compañero (eso está bien) pero no con los doscientos despedidos (eso ya no está tan bien). Después casi toda la prensa destacaba las palabras de Iglesias pero casi nadie cantó los doscientos despidos. Cada uno-repito lo que dijo Bourdieu- tiene su ideal de verdad y lo explota allá donde sus intereses lo aconsejan. Y no en otros. Cuando estoy escribiendo estas líneas, la SER acaba de despedir a Ignacio Escolar, director de eldiario.es, porque estas páginas han dicho que Juan Luis Cebrián, presidente de Prisa, tenía algo que ver con los papeles de Panamá. Tampoco ese despido nos sorprende, aunque duela: en este país la libertad de expresión es como la carta robada de Poe: nadie sabe dónde está.
Así que entramos de lleno en otra campaña electoral y de nuevo a sacar la pasta necesaria de las arcas públicas. Otra vez las mismas promesas. Las mismas músicas. Idénticas traiciones. Aquí no tenemos segunda vuelta como en otros países. Pero esto puede ser un ensayo para futuras experiencias. Los resultados no sé si variarán mucho o poco respecto de las elecciones del 20D. No sé si finalmente se producirá el sorpaso de la izquierda (Podemos, IU, Compromís, Mareas…) sobre los temblores del PSOE, ni si PP y Ciudadanos sacarán ventaja para gobernar el erial que Rajoy y sus desapariciones fantasmales han ido dejando en esta tierra arrasada por la corrupción, esa corrupción que ellos han regado como nadie en esta frágil democracia que poco a poco se ha ido convirtiendo en un juguete roto. La abstención será uno de los objetivos a batir. Desde aquella paradoja que señalaba al principio: nadie las quería pero estas elecciones -en el lenguaje de los protagonistas- serán a vida o muerte porque se juega en ellas la ruptura con lo de antes o la continuidad de lo de siempre. Y aquí es donde regreso a los medios de comunicación.
Casi todos ellos (prensa escrita y digital, radios y televisiones) están por la continuidad, por mantener el privilegio de los poderosos, de la gente con dinero, aunque ese dinero lo tenga la mayoría en paraísos fiscales. Por eso, como también digo más arriba, la carnicería estará abierta oficialmente desde el día en que se convoquen las elecciones hasta la noche del domingo 26 de junio. La neutralidad informativa hace tiempo que desapareció de los medios de comunicación. Lo que no ha desaparecido es el miedo que atenaza en las redacciones el teclado de los ordenadores, la presión de los jefes para sacar el mejor titular aunque como ya es tópico y sabido se traicione la verdad, esa precariedad que se esconde hipócritamente como noticia detrás de un desliz cometido por un responsable político al señalar posiblemente la presa equivocada. Sin embargo, ya lo dije: no hay dos periodistas iguales. Ni dos medios que sean como gotas de agua. Pero que no falte en este final una nota de esperanza en los tiempos jodidos que vive el periodismo: a pesar de la crisis ética y moral que sufre nuestro oficio, no son todos los medios una carnicería donde se exponen en sus ganchos los despojos podridos de la verdad. No sé cuántos de esos medios hay en los quioscos o en los dominios digitales. Pero algunos hay. No sé si muchos, pero algunos hay. Eso seguro.
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