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Una fase más cerca de poder tocar los libros

Alodia Clemente, de la libería especializada en autoras La Rossa.

Laura Julián

Valencia —

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La profesión de librero es muy laboriosa. Atender a la clientela es también saber aconsejar, conocer a los lectores -que suelen convertirse en amigos-, buscar ese libro, atender a llamadas, realizar pedidos, facturas, estar al día de las novedades. Desde que se cerraron las librerías, algunos también han desinfectado libros para enviarlos a domicilios o incluso se han convertido en mensajeros. “Me he dado cuenta de lo lejos que viven algunas de mis clientas”, dice Alodia Clemente, de la librería La Rossa, del barrio de Benimaclet, en València.

El pasado lunes, algunas librerías empezaron a levantar tímidamente la persiana después de su cierre temporal hace ya más de sesenta días. Durante esa ‘fase 0’ únicamente se podía acceder al establecimiento con cita previa para recoger pedidos y de uno en uno. Esperan que llegue el momento en el que ya se podrá entrar siempre y cuando se cumplan las medidas de higiene y protección pertinentes y se limite el aforo.

Muchas cosas han cambiado. Los libreros y libreras, ataviados con mascarillas y guantes, se preparan para amortiguar el duro golpe de una crisis que, según la Federación de Cámaras del Libro (Fedecali), podría suponer pérdidas de 811 millones de euros en el mercado interior español. Y ya se está notando. “A pesar de haber hecho unos 200 repartos durante el confinamiento, este mes únicamente voy a poder pagar el alquiler del local”, cuenta la librera, que durante esta semana ha decidido mantener los envíos y esperar para abrir definitivamente.

En la misma calle, David Cases, de La Traca, también esperará para permitir el acceso a la librería, aunque un improvisado mostrador en la puerta provoca la curiosidad de muchos vecinos que pasan a saludar y a resolver dudas. Cases cuenta que en su caso sí cesaron la actividad de la librería y tuvieron que recurrir a un ERTE. “Son días duros y esto acaba de empezar porque el verano será muy largo. Pero a la vez estamos muy contentos, es muy bonito, no se puede explicar la clientela tan buena que tenemos. La gente de librería es especial y se nota que quieren colaborar comprando libros”, asegura Cases.

Una de las pocas cosas que no ha cambiado es precisamente la fidelidad de la clientela de ambas librerías, situadas a escasos metros de distancia. “El 90% de los encargos que he tenido estos meses son de clientas habituales”, asegura Clemente. “La vida de barrio tiene ahora más sentido que nunca. La gente se preocupa por su comunidad y quieren hacer el esfuerzo de mantenerla viva. Eso habla muy bien de un barrio que construimos entre todos”, opina a su vez el librero.

Un “aluvión” de visitas, y llamadas

El ritmo de esta primera semana de semi vuelta ha sido más intenso de lo que se podía esperar. “Me paso el día atendiendo llamadas, respondiendo correos y dando alguna que otra cita previa”, cuenta David Cases, de La Traca. Un contacto “un poco más frío” al que este librero de barrio no está nada acostumbrado. Y poco eficiente, ya que normalmente la clientela “no llama para encargar un libro, en todo caso piden cinco o diez y quien quiere comprar solo uno viene directamente a buscarlo”.

Nacho Larraz, presidente del Gremi de Llibrers de València, cuya librería, El Cresol, está en la otra punta de la ciudad, en el barrio de Patraix, también comparte que durante esta primera semana de reincorporación ha habido “un aluvión de visitas para recoger todos los libros que se habían encargado durante los dos meses de encierro”, un periodo que ha coincidido con fechas tan importantes para el sector como el Día del Libro.

Larraz asegura que, a pesar de las dudas sobre lo que se permitía o no se permitía hacer en la fase 0, estos primeros encuentros con la clientela han sido “muy positivos” y les han dado la energía que necesitaban.

También destaca que, cuando se ponga en marcha de la fase 1, ya se podrá entrar libremente a las librerías sin pedir cita previa, un hecho que facilitará notablemente la compra de libros y que también vendrá acompañado de más medidas restrictivas como el uso obligatorio, por parte de los libreros, de mascarillas y guantes, la limitación del aforo, la ventilación el local, la limpieza dos veces al día, el gel desinfectante en la puerta y, sobre todo, recomienda Larraz, “aplicar el sentido común”.

El problema de entonces será otro: ¿Podremos tocar los libros? “Esta semana los clientes no podían pasear por las librerías ni esperar dentro. A partir de la fase 1 sí, pero sin tocar los libros, solo mirarlos”, indica el presidente del Gremi. Un hecho que, advierte, bloquea notablemente la venta, sobre todo de libros infantiles, de ilustración o de ensayo, que es más complicado comprarlos sin una pequeña ojeada. “Tendremos que esperar a la fase dos, ahí sí podremos tocarlos”, avisa.

“No hemos notado la crisis”

A cada negocio le afecta de una manera la crisis, pero hay modelos más seguros que otros. Es el caso de La Repartidora, también en el barrio valenciano de Benimaclet. Se definen como “un proyecto político que parte del pensamiento crítico como herramienta para conocer la sociedad y transformarla”. A través de la librería y de Caliu Espai Editorial apuestan por generar una comunidad a partir de los libros y se sostienen económicamente gracias a socias colaboradoras.

Además, las trabajadoras de La Repartidora pertenecen al proyecto de vida comunitario L’Horitzontal, que sostiene económicamente mediante un sistema de economía cooperativa a sus integrantes.

En la librería no han parado durante el tiempo de confinamiento. Solo lo hicieron las dos semanas en las que se paralizaron todos los servicios no esenciales. Durante este tiempo han ofrecido a través de su tienda online libros que después transportaban personalmente en bicicleta en el la ciudad de València y el área metropolitana. “Garantizábamos la seguridad de las clientas y también la nuestra: desinfectamos los libros y siempre vamos con guantes y mascarilla cuando tocamos los libros”, explica Jordi Garcia de la Repartidora.

En su caso también decidieron esperar para abrir la librería. “Teníamos muchos repartos acumulados y hemos decidido esperar. El libro no es un producto de primera necesidad, pero se ha demostrado que para mucha gente la lectura es siempre un pasatiempo interesante”, apunta.

“Siempre está el miedo de que se pueda cerrar la persiana porque nos movemos con mucha precariedad y estos momentos són un punto clave. Pero nosotros no hemos notado la crisis”.

El proyecto lo forman 140 socias que son las que permiten que la librería funcione con cuotas que cubren el alquiler, el agua y la luz. “Unos gastos que cuando comenzamos el curso ya sabemos que están cubiertos”.

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