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Sobre este blog

Este espacio pretende reivindicar la memoria obrera, sus luchas, organizaciones y protagonistas, desde el convencimiento de que el movimiento sindical fue clave en la reconstrucción de la razón democrática, articulando la defensa de sus demandas sociales y económicas con la exigencia de libertades civiles.

Del barrio a la fábrica (y 3)

Vicenta Verdugo

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Este espacio pretende reivindicar la memoria obrera, sus luchas, organizaciones y protagonistas, desde el convencimiento de que el movimiento sindical fue clave en la reconstrucción de la razón democrática, articulando la defensa de sus demandas sociales y económicas con la exigencia de libertades civiles.

Panfleto del Movimiento Democrático de Mujeres, convocando la Jornada de lucha obrera del 12 de noviembre de 1976 (Archivo FEIS).

En la quiebra de la dictadura franquista y la conquista de la democracia, el protagonismo de las mujeres fue una realidad que atravesaba todo el activismo vecinal y merece un artículo específico. Obliga a adoptar una perspectiva que nos sitúa entre la paradoja y la contradicción sobre los roles de género en las clases trabajadoras de la década de 1970. El PCE y los demás partidos políticos de la izquierda antifranquista ponían en práctica una división del trabajo político en función del género, que respondía a una asignación patriarcal de los espacios sociales: el laboral de la fábrica para los hombres y el vecinal del barrio para las mujeres. Era un reflejo del ideal del bread winner: los varones ganaban el pan para la familia mientras las mujeres cuidaban del hogar y la prole. Esta rígida atribución de roles era a su vez la proyección de una divisoria secular que otorgaba a los hombres las funciones políticas de la vida pública y a las mujeres el dominio de la privacidad doméstica. Las políticas de la Falange y la Iglesia nacionalcatólica para las mujeres procuraban asegurar este encierro subordinado de las mujeres en el espacio doméstico de los cuidados. Este encierro femenino en el espacio doméstico de los cuidados generaba una profunda e injusta asimetría en las relaciones de género. La antropología cultural nos dice que el protagonismo femenino en el denso tejido de las relaciones cotidianas de barrio y, en consecuencia, en las asociaciones vecinales, nos sitúa en un terreno intermedio que facilita la transgresión de esta rígida asignación de roles. Otros y otras atribuyen ese protagonismo de las mujeres a una simple cuestión práctica: eran las mujeres las que disponían del tiempo y habilidades que requerían las reuniones, campañas a domicilio, en los comercios y mercados, en las protestas ante las autoridades municipales. Las feministas de la década de 1970 discrepaban: al utilizar asuntos inmediatos de los barrios que sufrían y afectaban a las mujeres de clase trabajadora en el cuidado de niños y ancianos, como los problemas de salubridad o seguridad, la falta de guarderías o de semáforos que evitasen atropellos, ¿no se estarían reforzando los tradicionales roles de género, en lugar de cuestionarlos? Manuel Castells (2008) habla en cambio de un “feminismo práctico” en el movimiento vecinal:

… es decir, la verificación en la lucha cotidiana de que, en muchos casos, eran las mujeres las que llevaban la organización, las que movilizaban, las que aseguraban las reuniones y llevaban las cuentas. En cierto modo, eran las verdaderas dirigentes del movimiento, aunque luego siempre aparecían los hombres como líderes (…). En muchos casos, observando la práctica de las mujeres, los hombres cambiaron de actitud (…). En otros casos no cambiaron, e incluso enviaron a las mujeres a casa, lo cual trajo considerables problemas internos y buen número de separaciones matrimoniales. En suma, la transformación de la mentalidad de las mujeres, que hoy se manifiesta en todos los aspectos de la vida española a través de un cambio profundo en las relaciones de género, empezó hace décadas en los movimientos sociales y muy particularmente en el movimiento ciudadano.