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CV Opinión cintillo

Jesús Sanz: cronista de la transición valenciana

'Prensa desencadenada', de Jesús Sanz.

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El libro de Jesús Sanz (Prensa desencadenada. Del tardofranquismo valenciano a la libertad vigilada, 1975-1980), que ha publicado recientemente la Institució Alfons el Magnànim, constituye un documento de indudable valor histórico y testimonial por cuanto incluye una selección de sus informaciones y reportajes sobre los años decisivos de la Transición, con especial referencia a las luchas del movimiento obrero y ciudadano de nuestra Comunidad.

Se trata de un total de 49 textos que el autor remitió, aún desde la clandestinidad, a Radio España Independiente (La Pirenaica) y Mundo Obrero, así como, ya en los primeros años de democracia, a Cal-Dir, Valencia Semanal y otras publicaciones progresistas, en las que aunaba el rigor periodístico con el compromiso militante, en defensa y ejercicio de la libertad de prensa.

Dicho volumen cierra la trilogía iniciada en 1976 por el autor con la publicación de El movimiento obrero en el País Valenciano (1939-1976) y continuada en 1982 con La cara secreta de la política valenciana. De la predemocracia al Estatuto de Benicassim, editadas ambas por Fernando Torres primero y re-editada la segunda en 2018 por la Insitutución Alfons el Magnànim, componiendo en su conjunto una auténtica crónica de la transición en el País Valenciano, durante la que el movimiento sindical operó como un auténtico motor del cambio.

Estas publicaciones, especialmente la que ahora comentamos, tienen un importante valor tanto documental como argumental, por cuanto aportan información directa sobre la situación real de nuestro país, sus miserias, luchas y esperanzas en los años decisivos del final de la dictadura y la conquista de la libertad, al tiempo que acreditan las dificultades de la Transición y el rol fundamental que en la misma desempeñó el movimiento obrero y sindical.

Reivindicación de la Transición

Tras décadas de amplio consenso narrativo sobre la Transición, que presentaba el paso de la dictadura a la democracia en nuestro país como una “historia de éxito”, las fracturas acumuladas durante la crisis de 2008-2015 (económica, social, política y territorial) generaron la aparición de corrientes revisionistas y construcciones discursivas que no sólo impugnaban el relato mayoritario sino que intentaron deslegitimar retrospectivamente aquél proceso histórico, proyectando sobre el pasado los problemas y frustraciones posteriores.

Investigaciones históricas y sociológicas solventes habían desmontado ya las versiones más complacientes de la Transición que enfatizaban de forma acrítica, su dimensión reformista e institucional, presentándola en unos casos como la continuación natural del “proceso modernizador” del franquismo y, en otros, como resultado de un diseño palaciego dirigido por el Rey y gestionado por una minoría, al tiempo que ponían de manifiesto la decisiva intervención de la sociedad civil y, especialmente, del movimiento obrero.

Igualmente insostenibles resultan, en mi opinión, las lecturas hipercríticas, de matriz populista, que califican despectivamente al sistema constitucional resultante de la Transición como “régimen del 78”, producto de una simple “transacción entre élites” y creador de una “democracia de mala calidad”, incurriendo en la paradoja de reforzar así el discurso de quienes pretendieron en su momento imponer sin éxito un modelo continuista, mientras que se ignora, cuando no se desprecia, la memoria y la historia de tantas gentes anónimas que contribuyeron al cambio democrático.

De las crónicas y reportajes publicadas entonces por Jesús Sanz se desprende que la Transición no fue diseñada por ningún oscuro leguleyo ni resultó obra exclusiva de unos pocos sino del trabajo y la ilusión de muchos que lucharon contra el continuismo reformista, forzaron los límites de la reforma y pugnaron por la ruptura con el (aquél sí) “régimen” franquista, contribuyendo a la configuración de un nuevo sistema democrático, perfectamente homologable a los del entorno europeo, que con sus aciertos y errores, límites y contradicciones, ha hecho posible la mayor y mejor etapa de libertad y progreso de nuestro país, como una conquista colectiva de la sociedad en la que radica, ahora como entonces, la posibilidad de cambio y transformación.

El movimiento obrero en la lucha por la democracia

A finales de 1975 la agonía, biológica y política, de la dictadura coincidía con el agravamiento de la crisis económica, la creciente convergencia de la oposición y el reforzamiento de las organizaciones obreras, tras el importante triunfo de las candidaturas democráticas en las últimas elecciones del Sindicato Vertical y su intervención en la negociación de miles de convenios colectivos, lo que acabaría generando un notable incremento de la conflictividad laboral y convirtiendo al movimiento sindical en factor clave de la transición a la democracia.

Aquel invierno caliente registró una auténtica “galerna de huelgas” que se prolongaría, con algunas oscilaciones, durante los años centrales de la Transición, en los que el volumen de conflictividad alcanzaría cotas no superadas desde entonces (una media anual de 3,5 millones de huelguistas y 15 millones de jornadas no trabajadas, durante el periodo 1976-1980).

El ciclo de protesta se desarrolló aquí con cierto retraso respecto de los principales países de nuestro entorno (mayo de 1968 en Francia, autunno caldo de 1969 en Italia) y presenta, asimismo, una significativa diferencia: mientras que la institucionalización de las relaciones laborales en los países europeos centrales había aislado el conflicto político del social en el nuestro operaba la tendencia contraria, de forma que las condiciones de la dictadura conferían contenido político a la movilización obrera que alcanzaba así un fuerte componente expresivo y acreditaba su consolidación como actor social relevante en un contexto de crisis, tanto política como económica.

Fue, precisamente, la presión social “desde abajo”, ejercida por los movimientos vecinal, estudiantil, profesional y, especialmente, obrero, la que resultó determinante para desbaratar primero las maniobras continuistas, acelerar más tarde las reformas y forzar finalmente la ruptura con el franquismo.

Especialmente dramáticos fueron aquellos “siete días de enero” de 1977 en los que, mientras el GRAPO mataba a tres policías y mantenía secuestrados a un general y al presidente del Consejo de Estado, la represión policial causaba la muerte de dos manifestantes y un comando de extrema derecha, vinculado a la burocracia verticalista, asesinaba a cinco abogados laboralistas de Comisiones Obreras.

El multitudinario entierro de los abogados de Atocha constituyó la mayor y mejor demostración del compromiso del movimiento obrero y sindical en la lucha por la libertad, legitimó su intervención y contribuyó, decisivamente, a acelerar los procesos de cambio.

De hecho, en los tres meses siguientes, fueron legalizados partidos y sindicatos, liberados los presos políticos, retornaron numerosos exiliados y se convocaron las primeras elecciones democráticas en cuarenta y un años, abriendo paso a un auténtico proceso constituyente, lo que real y simbólicamente representaba una clara ruptura con el pasado.

Historia y memoria

Las crónicas de Jesús Sanz incluidas en este libro nos permiten revivir, casi en primera línea, aquellos maravillosos años en los que cambió la historia de nuestro país y hacerlo no desde la nostalgia paralizante sino desde la reivindicación activa de la memoria de quienes se implicaron entonces en defensa de la dignidad del trabajo, los derechos de las personas trabajadoras y la libertad de todos.

Desde sus páginas asistiremos a la reconstrucción de la razón democrática y sus expresiones organizadas de carácter político, vecinal, estudiantil, cultural…, a la creación desde abajo del movimiento de las comisiones obreras que tendría sus primeras expresiones en torno a la simbólica fecha del 1º de Mayo (1967 en Valencia, 1968 en Puerto de Sagunto, 1970 en Vall d’Uixó…) y las grandes huelgas de 1976-1977 que sacudieron, de norte a sur, el País Valenciano: desde la crisis de Calzados Segarra en Castellón al movimiento asambleario de las comarcas del Vinalopó, pasando por el textil alcoyano, la Cointex de Buñol, y los principales sectores productivos (metal, construcción, madera…) y de servicios (sanidad, banca, enseñanza…) de Valencia.

Siguiendo el hilo rojo iniciado por estas crónicas, la Fundación de Estudios e Iniciativas Sociolaborales (FEIS) ha iniciado recientemente una colección de Rutas de la memoria obrera que amplia, documenta y difunde los principales episodios de la lucha de los trabajadores en nuestra Comunidad que reivindica la centralidad del trabajo y los trabajadores en la conquista de la democracia y se ofrece como material didáctico y de información general, por cuanto forma parte de lo mejor de nuestra historia, tal y como avala la vigente Ley 20/2022 de Memoria Democrática que establece, como deber ineludible para fortalecer las virtudes cívicas y los valores constitucionales, conocer y divulgar la trayectoria y sacrificio de los movimientos colectivos y personas individuales que participaron en la lucha por sus derechos y por la libertad de todos.

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