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Hustvedt: “Las convenciones impiden que nos hagamos preguntas”

EFE

París —

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La escritora Siri Hustvedt (EE.UU., 1955) es la viva imagen de la pedagogía. Casi todo le interesa, sobre todo las personas, a quienes mira fijamente a los ojos y saluda con un firme apretón de manos. Quizás por este afán humanista su obra no se entiende sin su interés por las ciencias, que ha puesto a disposición de sus libros.

Este viernes recibe en Oviedo (España) el premio de Princesa de Asturias de las Letras, que ha reconocido precisamente la transversalidad de su trabajo.

“Erigir fronteras artificiales entre las ciencias siempre me pareció perverso, así que parte de mi vida intelectual ha sido buscar formas de unir proyectos que a menudo son vistos de forma separada”, dice en una entrevista a Efe durante la reciente presentación en París de su último libro.

Entre otras virtudes, Hustvedt es una experta en reírse de todo, especialmente de sí misma.

Pregunta: Biología, neurociencia, psiquiatría... ¿Cuándo empezó a hacerse tantas preguntas?

Respuesta: Probablemente cuando era una niña pequeña. Creo que la mayoría de los niños son filósofos. Recuerdo pensar sobre el funcionamiento de nuestras narices, qué mira la gente, por qué algunas personas nos caen bien o no. Cuando mi hija tenía 3 años, la estaba bañando y me dijo: “Mamá, ¿cuándo sea mayor seguiré siendo Sophie?”. Eso es una pregunta filosófica y no una que tenga fácil respuesta.

P: ¿Y cuándo dejan de ser filósofos?

R: Creo que las convenciones culturales pueden determinar el fin de las preguntas, dar todo por hecho. Ayuda ser parte de un par de culturas o conocer un par de lenguas, porque así siempre te das cuenta de que lo que aquí es de una forma no será de la misma forma en otro sitio. El contraste y la perspectiva te mantienen alerta.

P: Su hija (la cantante Sophie Auster) decía en una entrevista que usted es la mujer más dura que conoce, capaz de desarmar en una discusión a cualquier hombre. ¿Ha tenido que atravesar muchos obstáculos para llegar hasta aquí?

Respuesta: (Risas) Uno puede desarmar con gracia y conseguir un efecto poderoso. Creo que el humor y la comedia muestran cuán ridículas son ciertas convenciones sexistas y misóginas. La beligerancia y la rabia son a veces la forma de acabar un diálogo. La risa ayuda más y da mejores resultados.

La cultura se ha resistido durante mucho tiempo a la idea de que una mujer pueda tener autoridad. Autoridad significa también autoría, lo que ha sido asignado tradicionalmente a los hombres. Todavía hay mucha resistencia a la idea de que pueda venir también de una mujer.

P: ¿Ha ganado esa autoridad con los años?

R: Envejecer ayuda (ríe de nuevo). Tener arrugas y una cara más mayor también. Es más difícil para chicas jóvenes, sin importar lo brillantes que sean. La autoridad es como un hombre blanco, suena como un hombre blanco, y cuando uno señala que en realidad eso es ridículo, que hay mirar el contenido de los pensamientos y no la identidad sexual, entonces se puede avanzar.

P: Creía que se definía como alguien pesimista pero parece usted muy optimista.

R: No creo en utopías, no creo que vayamos a crear un mundo fantástico, los seres humanos son complejos, pero mis sentimientos sobre la humanidad no son pesimistas.

P: El debate intelectual entre personajes es uno de los pilares de sus novelas. ¿Cree usted que en la actualidad sabemos defender ideas controvertidas?

R: Según funcionan las cosas en la cultura popular, hay eslóganes que se repiten una y otra vez en los medios y por tanto lo que obtienes son debates simplistas, fundados en estas posiciones binarias: o estás en contra o estás con ello, es blanco o negro. ¿Pero la gente debate? Por supuesto. Hay debates vivos muy interesantes sobre cuestiones mundiales y quizás la clave sea hacer accesible ese debate a la cultura popular.

Predomina la creencia de que las ideas complicadas no pueden ser explicadas de forma simple pero creo que sí se puede, simplemente hay que dejar de lado la jerga, el lenguaje de la especialización que pone un muro entre una persona inteligente ordinaria y un especialista.

P: Dice que la mayoría de sus lectores son mujeres. ¿Cree que recibir un premio como el Princesa de Asturias atraerá a lectores masculinos?

R: Digamos que no hará daño. Mientras más reconocimiento consigan las mujeres en la literatura, los negocios... en cualquier campo, mejor, porque la percepción de a qué se parece la autoridad empezará a cambiar.

P: Cambiando de tema, ¿cuál es su posesión más preciada?

R: Como me estoy haciendo mayor, he estado pensando mucho en eso. Creo que la memoria por mi vida y los libros que he leído.

P: En una conferencia en París, dijo usted que con los años había aprendido a no perder el tiempo, ¿en qué cree que lo perdió?

R: Bueno, solía pensar que el futuro era más grande. Cuando era joven, recuerdo pasar por delante de restaurantes donde la gente tomaba el “brunch”. Yo veía a la gente hablando y comiendo un domingo y me decía, guau, hace mucho que no tomo uno. Siempre he estado trabajando y escribiendo y esto puede volverse un poco loco. No lo recomiendo como dieta para todo el mundo (risas).

Necesitamos espacios abiertos únicamente para soñar y tomar el “brunch”. Sí, creo que tomaría más el “brunch” (Y vuelve a servirse de su contagiosa risa).

María D. Valderrama

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