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Joan Brossa, la poesía aplicada a todas las cosas

Joan Brossa, 'Tinter abocat'

J.M. Costa

En la exposición Poesía Joan Brossa (1919-1998), abierta en el MACBA de Barcelona hasta el 25 de febrero, una de las últimas salas está dedicada a tres compañeros del poeta catalán de orden visual o directamente antipoético: el escocés Ian Hamilton Finlay, el belga Marcel Mariën y el chileno Nicanor Parra, que falleció hace pocos días a la edad de 103 años.

Comenzar casi por el final haciendo referencia a una aparición colateral en la exposición, no es que parezca raro, seguramente lo es. Pero la muestra, además de recordar al artista difunto, también permite entender a qué género pertenecía Joan Brossa: poetas raros, al margen de las corrientes incluso aunque ocasionalmente navegaran en ellas, artistas casi imposibles de clasificar y que, a pesar de ello, han cosechado tanto el mayor reconocimiento como el más despectivo ninguneo. Gente que despierta pasiones aunque nunca ofrecieran un blanco fijo: ni para el abrazo ni para el golpe.

La personalidad y la vida de Brossa quedaron bastante bien resumidas en un Imprescindibles que RTVE emitió en mayo del 2016. Esta exposición del MACBA, se ha creado a partir del enorme legado que el mismo Brossa donó al museo, 50.000 piezas de todos los tipos, aunque sobre todo manuscritos.

En realidad, si se sigue el modus operandi del mismo Brossa, cuyo trabajo parecía discurrir en un eterno presente donde todo material anterior podía ser retomado para el fin que fuera, podría decirse que su verdadera obra es todo ese archivo, dispuesto para ser leído en infinitas formas.

Pero claro, no es viable exponer semejante cantidad de material en bruto para que cada cual lo recomponga a su manera, de manera que el trabajo de los comisarios Teresa Grandas y Pedro G. Romero ha consistido en generar un orden momentáneo y útil, que por mucho que una figura sea elusiva, termina dejando trazas con las que poder confeccionar una biografía. Ese es el hilo conductor de Poesía Brossa.

Primeros pasos hacia el surrealismo

Joan Brossa nació en 1919 en el barrio barcelonés de San Gervasi, de donde también eran el poeta Joan Maragall i Gorina y poco antes de Brossa, en 1908, la escritora Mercé Rodoreda. A Joan le tiraba más la actividad de su padre, grabador, pero este murió siendo él un niño y tuvo que vivir con la familia de su madre, muy conservadora.

De todas formas, yaun sabiendo que repudiaba el colegio y que disponía de la amplia biblioteca de su padre, la historia de Brossa tomó muy pronto el brutal giro que sufriría la de tantos españoles al ser movilizado con 18 años. El comienzo de su carrera literaria comienza en plena guerra, cuando publica un primer texto (en castellano, aunque normalmente usaba el catalán) para la publicación Combate, de la 30 División del ejército republicano. Y ahí es donde da comienzo la exposición.

La verdad es que tampoco pasó mucho tiempo en el frente, porque le hirieron en un ojo y pasó lo que quedaba de guerra en un hospital militar. Eso sí, al finalizar la misma aún le tocó hacer la mili en Salamanca, ya con Franco.

No se sabe si bajo los efectos de las vigilias de las guardias, Brossa comenzó su trayectoria personal escribiendo poemas hipnagógicos, un término que describe un género de música desde mediados de los 2000. Trata de la creación en ese estado entre el sueño y la vigilia que genera momentos entre psicodélicos y muy lúcidos, en general poco adecuados para la prosa, pero útiles precisamente en la música o la poesía.

Posiblemente sin saberlo aún con certeza, esa técnica estaba acercando a Brossa hacia el surrealismo. El surrealismo fue un movimiento interdisciplinar y Brossa idearía unos poemas visuales escritos ya en 1941. Es decir, su evolución en los años 80 hacia poemas-objeto por los que generalmente se le conoce, estaba indicada en sus mismos comienzos.

Brossa fue uno de los fundadores en 1948 de la revista Dau al set junto a otros nombres que luego marcarían la nueva cultura catalana, como Antoni Tàpies, Joan Ponç, Modest Cuixart, Arnau Puig o Joan Josep Tharrats. Pocos años antes, en 1944, iniciaría otra de sus líneas de trabajo, textos teatrales o lo que él llamaba poesía escénica.

Todo en una línea entre dadaísta y surreal que también está en una exposición muy densa en documentos (800 piezas), pero que gracias al mismo carácter visual de muchos de esos textos, porque su contenido suele sorprender o porque remiten a hechos conocidos, logran saltar de las vitrinas. También se proyectan vídeos sobre aspectos concretos de su personalidad o su trabajo.

Algo que tuvo Brossa y se comprueba aquí, es una gran capacidad para relacionarse con todo tipo de creadores, no solo mediante testimonios sino también a través de múltiples colaboraciones artísticas. Relaciones que no se limitaban a una escena determinada, la barcelonesa. Por ejemplo, fue uno de los principales contactos entre la abstracción de Madrid a través de Antonio Saura y Manuel Millares y también se relacionó con el escultor vasco Eduardo Chillida.

De todas formas, a comienzos de los años 50 hubo una presencia muy fundamental en la cultura catalana: el cónsul de Brasil en Barcelona, João Cabral de Melo Neto. Además de diplomático de carrera, está considerado hoy como uno de los más importantes poetas en portugués del siglo XX.

Cuando llegó al consulado, João Cabral de Melo estaba aún en la primera treintena, pero el hecho de tener las ideas muy claras y pertenecer a una familia con bastantes recursos le situó en pleno centro de esa escena barcelonesa. Uno de sus aportaciones fue lo que podría llamarse un surrealismo popular, idea que Brossa adoptó y que le valió críticas por su presunto realismo.

Un artista, diferentes periodos

La exposición va recorriendo periodos en los que aparecen libros realizados junto a diferentes pintores, como Tàpies o Federic Amat. También hay cine, como varios filmes junto a Pere Portabella, un hombre un poco a la Cabral de Melo, de familia pudiente y comprometido artística y políticamente.

Como Portabella, Brossa perteneció al PSUC y apoyaba a CCOO aún la clandestinidad, manifestándose con claridad contra algunos de los crímenes y abusos más notorios de la dictadura. Claridad relativa, porque Brossa no se dejaba tentar mucho por el panfleto directo. Con todo y con eso, su obra se publicó un poco a trompicones hasta que a la muerte de Franco normalizó la situación. De hecho, fue también cuando comenzó a recibir reconocimientos oficiales que antes hubieran sido imposibles. Como tantos otros artistas de su generación, hay que decirlo.

Pero es que su reconocimiento llegó también de una nueva oleada de artistas, por lo general de orden conceptual que, de forma casi paralela a la Nueva Figuración madrileña, trataban de buscar nuevos caminos más allá de la pintura más o menos expresiva. Esto puede parecer paradójico teniendo en cuenta su estrecha relación con el Dau al set o El Paso, pero es que lo más interesante en Brossa no es su adscripción a uno u otro movimiento, sino casi más su capacidad para no dejarse limitar por ninguno de ellos.

En los 80 llegó una profusión de objetos visuales que acabaron por hacerle popular (dentro de un orden) con exposiciones de gran porte y cada vez más frecuentes hasta su fallecimiento en 1998. Es la etapa más conocida y está muy bien, con la reconstrucción casi completa de tres de las más importantes exposiciones de la época en Múnich, Barcelona y Madrid.

En la muestra se tratan temas recurrentes en su trabajo, que van de su admiración por el transformista Fregoli o el striptease a los juegos de manos. Brossa no era un situacionista como Mariën, ni un reclusivo como Hamilton Finlay ni un punk como Parra. Pero, bajo una capa de aparente discreción, tenía un poco de todos.

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