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'Bienvenidos a Marwen', así se alimenta una fantasía heterosexual vestida de moraleja

El capitán Hoggie salva a una mujer de las manos de unos nazis

Francesc Miró

El 8 de abril del 2000, Mark Hogancamp había bebido de más en un bar de Kingston, una pequeña ciudad del estado de Nueva York. Se encontraba en la barra del bar cuando cinco hombres empezaron a increparle. Él, ebrio, les plantó cara con tal suerte que a la salida le propinaron una paliza que le dejó al borde de la muerte.

Tras nueve días en coma y un largo proceso de recuperación, Mark pudo volver a caminar pero su vida no volvería jamás a ser la que era. Sufría estres postraumático y una amnesia que había borrado por completo toda su vida adulta. No recordaba que había sido dibujante, que trabajaba en ilustraciones de cómics y revistas. No podía escribir, mucho menos volver a ser quien era.

Sin embargo, en el trauma descubrió una afición que devino en arte digno de las galerías más prestigiosas. Empezó a construir una maqueta a escala 1:6 de una ciudad ficticia llamada Marwen en el patio trasero de su casa. Un lugar asediado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y habitado por muñecas usualmente modeladas a imagen y semejanza de las mujeres que había conocido y que le habían ayudado.

Hace casi una década, Jeff Malmberg rodó un documental sobre su historia llamado Marwencol, que se convirtió en un fenómeno en el circuito independiente norteamericano. Ahora, Robert Zemeckis -el director de Forrest Gump-, se inspira en aquella película para crear un drama irregular y extraño que no sabe muy bien qué quiere narrar ni qué discurso quiere sostener.

La eterna redención

Aparentemente Mark Hogancamp -a quien da vida un alicaído Steve Carell- es un hombre extremadamente reservado y tímido. Sale poco de casa, una vez al mes le traen las pastillas que debe tomar, no se relaciona demasiado con los demás y trabaja en la cocina de un bar del pueblo.

Sus vecinos ya se han acostumbrado a que siempre vaya acompañado de un Jeep de juguete con seis muñecos a bordo. Son los habitantes de Marwen: cinco son 'las mujeres de Marwen' y el sexto es el capitán Hoggie, un aventurero intrépido y decidido. Un Indiana Jones que combate a los nazis que quieren acabar con la ficticia población. Proyección del hombre que al verdadero Mark Hogancamp le gustaría ser. En Marwen es un héroe. En el mundo real un paria.

En el fondo, la historia del artista -que empezó a fotografíar a sus muñecos y cuyo trabajo ha rodado por galerías de medio mundo-, ofrece un material de base absolutamente excelente para un documental como el que rodó Jeff Malmberg. El arte como terapia, como forma de comprender y sintetizar la realidad y -lo más importante-, poder afrontarla... eran ingredientes suculentos para extraer de una historia curiosa, toda una lección vital. Suponemos que esto último es justamente lo que atrajo la atención de Robert Zemeckis.

No es difícil ver cómo Bienvenidos a Marwen conecta muchas de las constantes de su obra. El camino hacia la redención de un outsider como Mark, su aceptación social o la búsqueda de una forma de volver a conectar con los demás no se aleja demasiado de la evolución narrativa de Tom Hanks en Forrest Gump o Náufrago.

Tampoco la recreación incesante de una fantasía como la de El desafío, que narraba la historia de cómo el funambulista Philippe Petit recorrió sobre un cable la distancia que separaba las Torres Gemelas. Ni las consecuencias de una adicción y la superación de un trauma como el de Denzel Washington en El vuelo.

Sin embargo, Bienvenidos a Marwen transita muchas de las manías de su realizador sin quedarse con ninguna de ellas. Produce un abigarrado cóctel de texturas y tonos que, de tan poco sutil, termina por descolocar. Tan pronto saca a pasear al cineasta esteta de lo virtual de Beowulf o Polar Express, como recurre a los más burdos juegos de montaje para acentuar un tic nervioso o los pechos de una mujer. De la misma forma que resucita el espíritu desenfadado y juvenil de Regreso al futuro, pero al minuto siguiente retratar a un hombre solitario y depresivo masturbándose ante su televisor.

Todo, sin mediar transición alguna entre tonos. En Bienvenidos a Marwen, Zemeckis opta por abrazar de forma equitativa el lacrimoso drama, la comedia romántica y la aventura de juguetes.

Ver a las mujeres como muñecas a tu servicio

Pero puede que lo que más llame la atención de Bienvenidos a Marwen no sea la extraña mezcla que define su naturaleza, sino el poco tacto con el que la aborda. Si uno se para a pensar, una lectura de género del último film de Zemeckis resulta, cuando menos, perturbadora.

Quien construye este relato no tiene reparo alguno en abordar el mundo de muñecos de Mark Hogancamp como una fantasía heterosexual masculina en toda regla. Pero no una que resulte incómoda por las ideas que subyacen en ella, sino una que al realizador le genera simpatía. De ahí que decida hacer chanzas de un nivel más propio de cualquier American Pie -con chistes visuales de camisetas mojadas incluídos-, y disfrute haciendo que la cámara se recree en el retrato de cuerpos femeninos -los heteronormativos, claro-.

Cada 'mujer de Marwen' es la cosificación literal de una mujer de carne y hueso que rodea la vida del protagonista. Una es su compañera de trabajo, otra la dependienta de la tienda de juguetes, otra la que le lleva sus medicinas y otra la persona que le ayudó cuando estaba en rehabilitación.

Ninguna de ellas tiene el más mínimo desarrollo, ni el menor papel relevante en la trama. No esperemos -ni en el mundo de los juguetes ni fuera de él-, ningún personaje femenino mínimamente poliédrico. Todas ejerce un rol que no sea cuidar, ayudar y apoyar a Steve Carrell. Alimentando, además, una fantasía constante con la que ninguna de ellas parece albergar la menor duda. Ni siquiera cuando esto genere situaciones de verdadera incomodidad como el voyeurismo manifiesto o las peticiones de matrimonio a casi desconocidas.

Ponerse en sus tacones

Lo más insólito, dicho todo lo anterior, es que Zemeckis cree que puede convertir este relato mediado por una mirada absolutamente empapada de heterosexualidad, en una historia sobre la búsqueda de una indentidad no normativa.

Resulta que la causa principal por la que Mark Hogancamp recibió la paliza que le dejó en coma fue su afirmación pública de su gusto por vestir tacones. Aquello fue suficiente para encender a unos nazis homófobos que le agredieron al grito de 'marica'. El suyo es un claro caso de delito de odio.

Sin embargo, Robert Zemeckis pretende construir con este elemento un relato sobre la búsqueda de nuevas masculinidades que hace aguas por todas partes. No es solo que su mirada como realizador evidencie sus carencias de discurso. Es que el mismo protagonista repite insistentemente mensajes de transfondo machista como que los tacones son 'la esencia de la mujer'.

Tampoco parece ser consciente de que parafernalia bélica que rodea a todas las fantasías del protagonista de Bienvenidos a Marwen es, también, una fantasía masculina de toda la vida. “La guerra se acopla como un guante a la masculinidad tradicional”, decía Grayson Perry, y lo que imagina constantemente Mark Hogancamp se vincula de forma inherente con ella: soluciones a hostias, persecución de metas, vivencias al límite...

El retrato de Zemeckis no aborda la búsqueda de nuevas masculinidades, sino de la reafirmación de las mismas de siempre... con tacones. De hecho, si la juzgásemos por su discurso y altura de miras, Bienvenidos a Marwen podría invocar fácilmente al fantasma de Dani Rovira vistiendo tacones para reivindicar el trabajo de la mujer en el cine, o aquel conocido que para defenderse de una acusación de homofobia contestaba que no, que él también tenía amigos gays.

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