'Animales fantásticos': no tomarás el nombre de Harry Potter en vano
Han pasado diez años desde que J.K Rowling pronunciase la temida frase: “Harry está terminado”. Lo hizo al presentar el último libro de la saga que cambió la vida de una profesora de Edimburgo y la de millones de niños necesitados de un mundo utópico. Cuando el fenómeno firmó su final en el Andén 9 y ¾ de Las reliquias de la muerte, muchos pensaron que era mejor un adiós a tiempo que décadas de perversión usando la marca Harry Potter.
Pero esa puerta blindada se abrió con demasiada facilidad. Primero con la obra de teatro londinense, Harry Potter y el legado maldito, y después con el lanzamiento de su guión convertido en fenómeno engañoso de ventas. También sonaban las campanas en Warner Bros por una nueva adaptación al cine de otro de los libros de Rowling. Esta vez no tomarían el nombre literal de Harry Potter en vano, pero sí lo usarían como cebo nostálgico para aquellos que no superaron la ruptura.
Animales fantásticos y dónde encontrarlos es un texto minúsculo que los más fieles incorporaron a su estantería como apéndice anecdótico. Su portada desgajada y los dibujos hechos a mano de su interior nos transportaban al bosque prohibido, pero no dejaba de ser un glosario de criaturas mitológicas de la saga. Lo único que sabíamos es que estaba escrito por un tal Newt Scamander, un mago zoólogo que recorrió el mundo entero para rescatar a esas especies de las garras de los traficantes humanos.
Si pensábamos que el gracioso librito era un mero objeto de coleccionista, es que subestimamos el poder económico de una franquicia. La precuela que se estrena este viernes es solo la primera de una larga saga de cinco. Esta bomba podría haber hartado a los fans de las novelas antes de empezar. ¿Cómo se sacan cinco filmes de 64 páginas? La respuesta luce en los créditos de la película, encabezados por David Yates como director y -lo más importante- J.K Rowling como guionista.
Conquistando las Américas
El mundo mágico de J.K Rowling no se limita a Hogwarts, Piccadilly Circus o la estación de King's Cross. Eso lo aprendimos en el cuarto libro, El cáliz de fuego, donde la escritora rindió el mundo entero a los pies de su universo: Bulgaria y Francia también contaban con sus escuelas de hechicería. Más tarde escribió que el centro más importante de Estados Unidos era el colegio Ilvermorny de Magia. Una forma como otra cualquiera de abrirse paso hacia el nuevo continente. Ese detalle, que quizá pasase desapercibido, ayuda ahora a situar la trama de Animales fantásticos y dónde encontrarlos en Nueva York, concretamente en el año 1926.
Newt Scamander, interpretado por un aprensivo Eddie Redmayne, desembarca en el puerto del río Hudson en busca de una criatura única al otro lado del Atlántico. Por torpezas del destino, al típico estilo catástrófico de J.K Rowling, el zoólogo será detenido junto al muggle Jacob Kowalski (Dan Fogler) por una investigadora del Congreso Mágico norteamericano, Porpentina Goldstein (Katherine Waterston).
Pero la comunidad mágica tiene otros asuntos más inmediatos de los que ocuparse, con nombre y apellido: Gellert Grindelwald. Un hechicero que tiene una opinión muy radical sobre la clandestinidad de la magia, cuando podrían utilizar sus poderes para someter a los humanos corrientes. Scamander pasará entonces de preocuparse por su zoo particular a luchar contra las ideas de un líder carismático que atentan contra la paz mundial.
El nuevo protagonista no va a ser un héroe para la infancia como lo fue Harry Potter para la generación millenial, ni siquiera va a ser el héroe que acompañe a estos veinteañeros. Animales fantásticos se aleja tanto de su criatura matriz que, a veces, parece que estemos ante un producto de fantasía independiente. No hay rastro de los grandes actores de antes ni de la quintaesencia british que imperó en las otras películas. Reconocemos los hechizos Allohomora y Petrificus Totallus, o nombres como Dumbledore y Gellert Grindelwald, pero lo demás nos es ajeno, lejano.
Yates y Rowling forman una pareja de lo más oscura, en el buen sentido. La candidez de las primeras películas dejó paso al thriller fantástico cuando el director se sentó a los mandos en 2007. Esta técnica se repite en el último filme, sin abandonar varias secuencias oníricas con bestias como escarabajos gigantes, águilas imperiales o perezosos adivinos. Pero su marcado trasfondo político no pasa desapercibido y menos en los tiempos que corren.
Esperanzas para el futuro
Las novelas originales abrazan lecciones de tolerancia y explican en un lenguaje mágico los peligros de la xenofobia llevados a límites nada imaginarios. El abuso de poder, el pavor hacia lo diferente y la violencia como única forma de castigo nos hablan de tiempos ya vividos, no de fantasía. En los albores de la Gran Depresión, Nueva York registró uno de los mayores niveles de desigualdad de la historia, que solo han sido alcanzados en los últimos años. Estas situaciones de crisis fomentan el miedo y el autoritarismo y, en el caso de Animales Fantásticos, el rechazo de los nomaj (término yankee para designar a los muggles) hacia todo lo mágico.
J.K Rowling ha manifestado sus dos grandes temores de la actualidad: el Brexit y el auge de Donald Trump en Norteamérica. “No creo que haya deseado la magia más que en estos momentos”, dijo sobre el referéndum que votó la salida del Reino Unido de la UE. La fantasía sirve para escapar en los momentos más inaguantables de la realidad. Es una forma de sumergirse en una versión del universo más afable, donde las tazas se friegan solas y podemos resolver nuestros errores con un leve giro de varita.
La ventaja de que esta nueva saga parta de un papel en blanco, aunque atrape con un título ya reconocido, es que podrá tratar las amenazas modernas sin ataduras. Ya contamos que leer a Harry Potter podía influir en los votantes para no rendirse ante figuras extremas como Trump. Un estudio demostraba que los lectores de la saga mágica son más tendentes a rechazar la retórica intolerante y agresiva del candidato republicano. El discurso de la saga juvenil, sin embargo, no podría prever lo desesperado de la situación actual, donde se necesitan apuestas más valientes y directas.
Ahí reside la gran esperanza por Animales Fantásticos, que tiende otra vez hacia el lado de los marginados. “Ese es el perfil de todos mis héroes, y también lo será en los de esta saga”, confirmó J.K Rowling. De la misma forma, los villanos también son una metáfora de nuestra historia. Voldemort era un líder de secta, sin carisma ni un abierto club de fans. Pero Gellert Grindelwald será un peligro más pernicioso y moderno, que manipula a seguidores impresionables, a los medios de comunicación y a políticos prominentes.
El director de la saga interminable, David Yates, ha subrayado las palabras de su jefa diciendo que estas películas serán un producto de entretenimiento, pero “sobre comunidades que, o aprenden a vivir en armonía, o terminarán destruyéndose unas a otras”. No podemos ignorar el negocio lucrativo que se esconde detrás de las buenas intenciones, pero tampoco cerrarles la puerta por oportunistas. Al fin y al cabo, siempre se agradece un compromiso político dentro de la frivolidad del mainstream. Y más si viene disfrazado de magia.