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Crítica Estreno de la semana

'Un diván en Túnez': psicoanálisis para entender las contradicciones de la Primavera Árabe

Golshifteh Farahani es Selma en 'Un diván en Túnez'

Francesc Miró

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Selma Derwich dejó Túnez siendo una adolescente. Estudió psicología en París y se planteó abrir una pequeña consulta en la inmensa ciudad. Pero en la misma calle en la que vivía había muchas más, y ella no era nadie.La ciudad de la luz la iluminó tanto que tuvo que taparse los ojos para protegerse. Hasta que un día decidió volver a su tierra. 

Pero el Túnez del que se fue no es el mismo Túnez que la recibe. La Primavera Árabe y la Revolución de los jazmines que precipitó el derrocamiento de Ben Alí, han dejado un panorama muy distinto. Un joven estado de derecho lleno de contradicciones y prácticas autoritarias. 

Allí Selma decide montar su consulta. Y para su sorpresa y la de sus vecinos, que desconfían de su trabajo, empieza a tener un éxito inesperado. Por el sofá en el que trata a sus pacientes pasan los miedos y las inquietudes del Túnez contemporáneo. 

Miedos y manías en el Túnez de hoy

Manele Labidi Labbé apuesta en su puesta de largo por un filme que no esconde en ningún momento sus buenas intenciones. Que se viste de feel good movie y apunta a comedia francesa prototípica y exportable, con un añadido de exotismo para el espectador europeo. De hecho, el filme compitió en la Sección Oficial de la Seminci y se llevó el Premio del Público en las Giornate degli Autori de la última Mostra de Venecia.

Pero pronto demuestra la inteligencia suficiente para encontrar su propio lugar entre la marabunta de ‘comedias francesas del año’ —parece que todas las que llegan a nuestros cines son ya ‘la comedia del año en Francia’ y el espectador empieza a estar cansado, comprensivamente—. 

A medida que los pacientes de Selma adoptan formas narrativas de peso, Labidi construye un interesante discurso moderadamente crítico sobre las inquietudes políticas de la sociedad tunecina post-primavera árabe. Un diván en Túnez es un collage de miedos, de viejas actitudes aprehendidas, de nuevas formas de comprender el lugar que ocupa cada uno en una sociedad que pretende ser democrática y moderna pero no sabe cómo serlo. 

La posición de la mujer en la nueva Túnez, por ejemplo, se aborda a través de varios personajes. La prima de Selma es una joven expulsada de su instituto por mostrar sus pechos cual integrante de Pussy Riot en protesta por la actitud machista de su profesor de educación física. La peluquera del barrio intenta comprender la estricta educación que le dio su madre mientras se abre a la modernidad parisina que, intuye, debe de destilar Selma. Y la misma joven psicóloga protagonista se debate entre su desarraigo para con la tierra en la que ha decidido establecerse, y su inoperante hastío debido a las terriblemente lentas y complejas instituciones burocráticas. 

Asoma también el drama de varios personajes masculinos que buscan su lugar enfrentando el alcoholismo y la paulatina pérdida de privilegios como figura central de la familia nuclear. También la comunidad LGTBI, que busca el respeto y la aceptación de quienes les rodean, a pesar de que lo haga con un personaje en exceso caricaturizado. 

Labidi se atreve incluso con la religión y sus estrechez de miras, que toman forma en el personaje de un imán declarado persona non grata por la comunidad religiosa. Y ni siquiera evita la sátira política, a través de un personaje obsesionado con el fantasma del Mossad, el servicio de inteligencia israelí. Una demostración, tímida aunque fuere, de que hay heridas aún abiertas tras la Operación Pata de Palo y otras tantas huellas de la presencia israelí más allá de oriente medio.

Una mirada compasiva

La realizadora Manele Labidi Labbé debutó en el cine con el cortometraje Une chambre à moi, en clara consonancia con la celebérrima obra de Virginia Woolf Una habitación propia. En ella, una madre hastiada se encierra en su casa y se decide a tomar medidas para superar el tedio y la falta de inspiración que se ha instalado en su vida. 

Lo mismo le ocurre al personaje protagonista de su primer largometraje. Selma, interpretada por una Golshifteh Farahani que prácticamente sostiene el filme al completo, busca una solución a su situación vital. Y se convence a sí misma de que lla solución está en su país porque allí será más útil que en París. 

Pero a la incomprensión de los demás sobre su trabajo, se suma a su constante búsqueda de una razón última que justifique lo que hace. Su independencia, arma de doble filo utilizada también por quienes la critican, es también su única forma de entenderse y establecer relaciones con los demás. Pero confiar en ella en exceso hace que se sienta siempre desarraigada.

El gran hallazgo de Manele Labidi es utilizar una mirada compasiva y abierta al diálogo para con los problemas del Túnez actual. Y gracias a la actuación de Golshifteh Farahani, a quien muchos recordarán por su personaje en Paterson o en la gran A propósito de Elly de Asghar Farhadi, todo cobra un cariz humano palpable. Un carácter propio entre la desazón vital y las ansias de cambio.

Un diván en Túnez se resuelve, gracias al trabajo de realizadora y actriz, como una comedia amable que, sin embargo, no pierde fuelle en su retrato de una sociedad profundamente contradictoria.

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