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'Almáciga': un artefacto literario dispuesto a recuperar las palabras perdidas de nuestro medio rural

Ilustración de Cristina Jiménez para 'Almáciga'

Francesc Miró

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Se calcula que actualmente hay unas 5.200 especies animales en peligro de extinción. Solo en 2019, veinticuatro fueron declaradas oficialmente extintas. El cambio climático y la profunda huella del ser humano amenaza con la destrucción y fragmentación de sus hábitats. Y la desaparición de una especie produce a menudo un efecto dominó: muchas de ellas juegan un papel vital en sus respectivos ecosistemas. Si desaparece una, detrás van otras y, a largo plazo, se desvanecen ecosistemas enteros.

Con las palabras ocurre algo semejante. En el último siglo, 2.800 palabras de nuestro idioma han desaparecido del diccionario. Muchas otras nunca llegaron a figurar en él y un día dejaron de decirse. Cuando una palabra desaparece, cuando la última persona que la usaba pasa a mejor vida, lo hace también un concepto, una forma de definir una realidad. Y con ello esa realidad, a largo plazo, también desaparece. 

Bien lo sabe María Sánchez, veterinaria de campo que actualmente trabaja con razas autóctonas en peligro de extinción. También una escritora especialmente preocupada por el medio rural, sus realidades, las interrelaciones entre literatura y campo. Ahora acaba de publicar Almáciga: una obra a medio camino entre el glosario y el libro ilustrado que milita contra el olvido de palabras del medio rural español.  

Más que un libro: un proyecto multidisciplinar

“Es una idea que llevaba tiempo cultivando y que ya en Tierra de mujeres empecé a contar”, explica María Sánchez a elDiario.es. “En mi día a día trabajando en el campo escuchaba muchas palabras que tenía que pararme a preguntar qué significaban. Y me las apuntaba en una libreta. Me obsesionaba buscar y encontrar palabras que la gente que conocía en el medio rural no quería que se perdieran”. 

María Sánchez ha publicado Cuaderno de campo (La Bella Varsovia), su primer poemario, y Tierra de mujeres, una mirada íntima y familiar al mundo rural (Seix Barral), un ensayo sobre mujeres y medio rural. Pero su labor va mucho más allá de su producción literaria. 

Hace tres años en Baños de Río Tobía, un pueblo de La Rioja, la autora fue invitada a un festival llamado Bañarte en el que creadores de todo tipo llevaban a cabo proyectos que implicasen a los vecinos del pueblo. Allí presentó Almáciga, una instalación realizada junto con la artista Francisca Pageo. En ella, colgaron cartelas con palabras por una cara y su significado por la otra. Muchas personas desconocían los motes elegidos, otras las utilizaban en contextos distintos al que apuntaban las fichas. Allí, la escritora habilitó un cuaderno en blanco donde la gente apuntaba palabras que creía que estaban en desuso o a un paso de desaparecer. “Ese día nació Almáciga”, explica. 

“Desde aquel momento, allá donde iba la gente que me conocía me traía sus palabras. Entonces descubrí que una palabra es lo que es, pero también son historias de una vida y una ligazón a la tierra. De una forma de trabajo muy concreta que en el sistema en el que estamos no importa. Un sistema que contamina y genera precariedad, que no tiene la vida en el centro y en el que estos oficios no son rentables”, reflexiona la autora. “Y eso se une al desprecio por el conocimiento del campesinado que Miguel Delibes denunciaba en su discurso a la RAE. Así descubres que reunir palabras es también hablar de toda una vida que hay detrás de las mismas: una relación con la comunidad, con el territorio, un formar parte del entorno acorde con los ritmos de la tierra y la naturaleza”. 

“Las palabras pueden servir de indicador de dónde venimos y hacia dónde vamos”, asegura la escritora. Y si ya no las decimos, no las escribimos o no las recitamos está claro que no vamos hacia un mundo acorde con el medio rural. Avanzamos en dirección contraria. 

Dispuesta a revertir esta mecánica, la editorial Geoplaneta acaba de publicar el proyecto multidisciplinar de María Sánchez en formato libro. El resultado es mucho más que un glosario de términos al uso: es una colección de textos, entre el ensayo y la autoficción de cadencia poética, en diálogo constante con abundantes y evocadoras ilustraciones de Cristina Jiménez. 

Un libro-vivero con palabras-semilla

Una almáciga es por definición el lugar donde se siembran los plantones que luego se traspasan al huerto. Y el nuevo libro de María Sánchez quiere ser exactamente eso: un lugar de encuentro entre lectores y hablantes dispuestos a plantar en su vida, en su uso habitual de la lengua y el habla, una palabra nueva. Y luego hacerla crecer.

“He hecho esto por todo lo que hay detrás de estas palabras. Ahora que hablamos tanto de cambio climático, de sostenibilidad, de soberanía alimentaria, de poner la vida y la producción de alimentos en el centro… yo utilizo esas palabras en mi día a día y también en mis textos. Y lo hago para ser altavoz y dar a conocer mi realidad en los diferentes medios rurales en los que trabajo y en los que me muevo”, argumenta. “También te digo: me parece muy pobre que con toda la riqueza y las palabras bonitas que tenemos, dejemos que las del medio rural caigan en el olvido o que utilicemos cada día más anglicismos. ¿Y si en vez de utilizar para cualquier cosa el inglés, utilizasemos una palabra en euskera, en leonés o en castúo? Las palabras se pueden adaptar a los nuevos tiempos, podemos reinventarlas y darles nuevos significados”. 

“Las palabras que contiene Almáciga son para mí ventanas a nuestro territorio. Las tenemos ahí... y las estamos dejando morir. Y esas mismas ventanas, muchas veces, nos cuentan de dónde venimos. Si las dejamos morir estaremos olvidando de dónde venimos”.

Un pequeño semillero con el que empezar

Destacamos aquí algunas de las palabras que Almáciga pretende plantar en nosotros, en consonancia con la voluntad de una obra que se sabe algo más que un libro. Que se lee y se siente como un ejercicio de memoria para cualquier lector, obligado a reconocerse en las raíces de un medio rural del que todos venimos.

Antes de hacer el surco en la tierra, primero hay que aricar, arar de forma superficial y con cuidado para hacer la primera zanja. Y según cuando se realice la tarea, se utiliza una palabra u otra. En Sanabria, a la acción de arar en mayo se le dice vima.

Cuando se está en periodo de sequía y hay que arar dos veces para dejar el sitio limpio para el sembrado: a esta doble tarea se la llama binar. En Candeleda, por añadir, hay una palabra que se refiere exclusivamente al momento de la mañana en el que se realizan las labores más pesadas del campo en verano, antes de que empiece a apretar el sol: jañiquín

Existe palabra para referirse al momento de la mañana en el que se realizan las labores más pesadas del campo en verano, antes de que empiece a apretar el sol: 'jañiquín'

Y cuando el terreno se presenta adusto y no deja trabajarlo cómodamente, podríamos usar cudrial o cubrial para referirnos a él. Una palabra para ese terreno duro y muy compacto que nos hace la vida difícil. Si se consigue hacer un surco podemos utilizar otras palabras para referirnos a esa estela que parte en dos el terreno. En euskera, por ejemplo, el hueco que provocamos al labrar se llama errenka. Y para sembrar, en esta lengua se utiliza txola: el acto de agarrar semillas con las manos y lanzarlas a la tierra para que crezca la siembra. 

En euskera el hueco que provocamos al labrar se llama 'errenka'. Y para sembrar, en esta lengua se utiliza la palabra 'txola': es el acto de agarrar semillas con las manos y lanzarlas a la tierra

Un día las semillas empiezan a crecer, pero también las malas hierbas. En catalán se dice eixarcolar a quitarlas, y en la sierra norte de Sevilla a la acción de quitarlas con golpes suaves de azada se le dice chaspar. Es más, en algunos pueblos de la montaña occidental leonesa las malas hierbas reciben el nombre de xirunxos. También se utiliza vinar o maigar en Huesca al acto de cavar ligeramente sin ahondar en la tierra. 

“Pero hay palabras-semilla que se convierten en favoritas”, escribe María Sánchez en Almáciga, vocablos que “laten todavía más cuando no sabemos quién las escribió en el cuaderno, quién decidió trasplantarlas al papel”. La escritora cuenta que “he buscado esta palabra en otros lugares, he hablado de ella y solo me he topado con el vacío y el silencio. Pero es una palabra preciosa: seher, se usa para llamar al viento de las mañanas, que se cree que ayuda a las plantas a desarrollarse y crecer”.

La palabra 'seher' se usa para llamar al viento de las mañanas, que se cree que ayuda a las plantas a desarrollarse y crecer

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